OMEGACEMBER (WinterBaron)

19. COLMILLOS

Fría era la noche en la ya helada Sokovia. Era un viernes y el joven de veintinueve años, un omega de nombre Helmut Zemo, se encontraba caminando a altas horas de la noche, y no precisamente por mero gusto, sino porque su trabajo necesitaba tales horarios; sin embargo, no podía decirle adiós tan fácilmente a tal empleo, si le decía adiós posiblemente no tendría para sustentar sus gastos y no tendría la pequeña habitación que renta.

Estaba helado afuera, apenas iniciaba el invierno, por lo que no había rastro de nieve aún. El omega se estaba colocando su suéter de tejido café con otros colores cálidos; dentro del auto de su cliente estaba cálido, pero al salir, el aire frío lo abofeteó con ganas. Caminaba apresurado, queriendo llegar lo antes posible a su pequeño y humilde departamento donde podría lavar sus dientes y tomar una ducha para quitarse de encima cualquier rastro que haya dejado su cliente que, por cierto, no encontró atractivo en ningún aspecto; pero eso no era de importancia cuando tal cliente se ofreció a pagar más de lo normal por sus servicios.

Las calles estaban solitarias, la mayoría de la población sokoviana se encontraba ya acostada descansando para levantarse al día siguiente y ser productivos. El silencio le llegaba a causar cierta paz al joven omega, que aunque fuera a paso rápido, ciertamente disfrutaba de las solas y silenciosas calles de Sokovia; pero me temo, que tal paz y tranquilidad por lo silencioso y solitario, se terminaría en breve para el joven omega de la vida galante.

Tras sus pasos ligeramente apresurados sobre el cemento de las banquetas, unos con tintes de dominación y fuerza se escuchaban tras los de él, provocando los inicios de una inevitable intranquilidad. Apretó el paso, queriendo caminar más rápido que los pasos detrás de él, pero si él aumentaba la velocidad, los pasos desconocidos también aumentaban la velocidad.

Helmut se canso de que lo siguieran. Si querían sus servicios, que simplemente se lo dijeran y dejarán de lado toda esa basura de suspenso.

Se paró en seco, como para sorprender al dueño de los pasos desconocidos, pero al darse la vuelta, no descubrió más que su propia sombra y la solitaria calle oscura iluminada por una o dos lámparas. Los escalofríos le inundaron la punta de los pies y a través de la espina dorsal. Agudizó su olfato, para tratar de percibir un olor, cualquier cosa que desenmascarara al acosador; pero no hubo un mínimo rastro de nada.

Giró sobre sus talones y aceleró su paso aún más. Sus nervios se relajaron cuando por unos cuantos minutos no escuchó nada tras de sí, pero al pasar otros dos minutos, los pasos insistentes y fuertes se volvieron a escuchar, y esta vez aún más cerca de él. Helmut decidió no parar y girar, simplemente trató de percibir nuevamente algún aroma proveniente de la persona que estuviera tras sus pasos.

Olfateó y olfateó, y al fin lo encontró.

Era agradable al inicio, pero al final, al final el olor era despreciable y en cierto punto repugnante. Al inicio te daba estos ricos toques frescos a pino, pero después, un asqueroso olor a fruta podrida llegaba. Se trataba de un alfa, no había duda de ello, pero aunque un alfa estuviera molesto, no desprendía tales olores en sus feromonas, no al menos a podrido.

Zemo decidió enfrentar a quien sea que estuviera tras de él, ya estaba cansado de que lo siguiera.

Se dió la vuelta abruptamente y se sorprendió al ver lo que encontró.

—¿Qué quiere y por qué me está siguiendo?—habló en un perfecto sokoviano, Helmut.

El tipo en traje negro le regalo una pequeña sonrisa de labios sellados. Era, en efecto, un alfa precioso. Tez perfectamente blanca, pálida y brillante ante la luz de la luna; a su vez, su cabello negro corto, pero lindo, hacía resaltar aún más su palidez. No había rubor en sus mejillas, pero sus labios eran tan fascinantes, eran del más puro color de una fresa fresca y jugosa. Y sus ojos, oh sus ojos. Unos hermosos zafiros que iluminaban a dónde sea que miraba.