Capítulo 14: Patrullaje

94 8 1
                                    

Davu patrullaba su área, como todos los días. Le gustaba subir hasta las rocas más altas para tener una vista panorámica de todo el territorio. Era más fácil de esa forma... y más seguro.

La frontera con el Cementerio de Elefantes le causaba tanta curiosidad como miedo. Aún con su edad, no había conseguido superar esa desconfianza que le daba el lugar. Se veía tan lúgubre, tan muerto, tan solitario. No le sorprendería encontrarse vagando por ahí algún fantasma. Él hubiese preferido evitarlo, pero era parte de su trabajo y debía acercarse para inspeccionar. Todo tenía que estar en orden si quería mantener a su familia segura. Hacía ya algún tiempo que le había hecho esa promesa a su tía, pero no tenía planes de defraudarla.

El macho se internó entre los pasillos de tierra. Olfateó el aire, temeroso. Alzó sus alargadas orejas y se mantuvo pendiente de cualquier sonido. Aminoró su paso a medida que se acercaba al límite de su territorio.

El haber crecido viendo a su clan luchar contras las hienas que vivían ahí hacía que, cada vez que debía patrullar esa parte, un horrible escalofrío lo recorriera por completo. Y ese día no era la excepción. De hecho, la sensación era más intensa dado que era la primera vez que no llevaba compañía. El saber que las disputas con ellos aún seguían sin tener una solución le hacía sentir incómodo estando solo.

Davu asomó la cabeza por el extremo de la última pared rocosa que podría cubrirlo. 

Del otro lado, había una gran abertura en la tierra, división natural que indicaba el final de sus terrenos. El Cementerio de Elefantes se extendía sobre la zona llana que seguía a continuación, varios metros por debajo del nivel. Era como si aquello se encontrara dentro de un gran cuenco de tierra putrefacta. 

Apestaba a muerte.

La hiena hizo una mueca de asco. Pero el no ver a nadie lo tranquilizó bastante, así que dio media vuelta y regresó sobre sus pasos, satisfecho por su buen trabajo. Podría regresar a casa y hablar con orgullo a su madre y hermanas sobre la parte del territorio al que se había atrevido a ir solo por primera vez.

Sin embargo su buen humor duró poco cuando, al trepar sobre una enorme piedra que bloqueaba su camino, descubrió del otro lado a un par de hembras que no conocía. Tenían entre sus dientes una extremidad de algo que ya no era reconocible, y detrás de ellas, el cuerpo fresco de un antílope. Cada una tiraba de un extremo de la carne, como queriendo arrebatárselo a la otra... o desgarrarlo.

Davu se agazapó para no ser visto. 

Había hablado demasiado pronto. ¿Qué iba a hacer? Estaba solo con dos intrusas. Pensó que debía correr en busca de ayuda, pero de inmediato comprendió que estaría arriesgándose a que se internaran más en su territorio y tendrían que buscarlas. Además, una parte de él estaba cansada de que siempre lo llamaran cobarde. Bueno... solo eran dos. Seguro que podría lidiar con eso, ¿no? Él estaba en sus terrenos, tenía la ventaja y todo el derecho. 

Con esa idea en mente, Davu volvió a asomarse y con el poco valor que tenía, gruñó:

— ¡Hey! Eso no les pertenece.

Las hembras levantaron la cabeza para verlo con expresiones furiosas. Una de ellas, una hembra mayor que él y de pelaje oscuro, soltó su pedazo de carne para decir:

— Nosotros lo cazamos, tarado.

— Eso lo hace nuestro — agregó la segunda, una chica de pelaje marrón, soltando también su comida. Su voz sonaba aguda, pero igualmente agresiva.

— Lo cazaron en nuestro territorio — dijo el macho, dando un paso al frente. — Tenemos derecho a atacarlos.

— ¿No estás amenazando, gusano? — masculló la más joven.

— Déjalo, es solo un macho estúpido — la hiena de pelaje oscuro agachó la cabeza para volver a morder su presa.

— ¡Ningún macho va a hablarme así a mi! — gruñó.

Miró a Davu con los labios alzados y todos sus dientes a la vista. No se veía nada feliz. Tenía un cuerpo robusto y de mayor tamaño que él, igual que su compañera, y la valentía de Davu flaqueó al ver que empezaba a acercarse a él.

— S-si lo dejan y se van, no le diré nada a mi matriarca — propuso, ya con el pulso acelerado y el latente instinto de escapar.

— ¿Y esperas que le digamos a eso a la nuestra si llegamos sin comida? — inquirió la mayor.

Ambas se echaron a reír.

— Váyanse, no vuelvan a aparecer aquí — Davu retrajo las orejas y caminó con cuidado hacia atrás.

— Tengo una mejor idea — la joven sonrió con malicia. — ¿Por qué no le dejamos un mensaje a tu matriarca?

Al chico no le gustó nada cómo sonó eso. Y ver a ambas hienas aproximarse a él como si acecharan un animal pequeño, olvidándose completamente de su presa, encendió todas sus señales de alarma. Las piernas le temblaban, pidiéndole que se fuera de ahí lo antes posible.

— ¿Qué es lo que quieren? — preguntó en un hilo de voz.

La hiena marrón brincó sobre la roca en dirección a Davu. 

Él, asustado, saltó hacia atrás para librarse de la dentellada, bajó de la piedra y corrió tan rápido como pudo. Las hembras le siguieron el paso. El macho intentó mantener la calma y recordar algún atajo que lo llevase lo más pronto de regreso con su clan. O, cuando menos, a la ubicación de alguna gruta donde pudiese perderlas.

Las invasoras rieron a sus espaldas. Sentía sus hediondos alientos en sus talones.

Davu miró por encima del hombro y descubrió que ya no eran dos, sino tres. Lo superaban en número y en tamaño, no podría enfrentarlas y salir ileso. El miedo lo invadió, y lo hizo cambiar de táctica: daba vuelta en las primeras paredes con las que se topaba, cambiando de dirección tan rápido como le era posible. A los extraños les costaba mantenerle el paso, pero no desistían, y esto ponía cada vez más nervioso a Davu. Sus patas patinaban en el suelo, incapaces de aferrarse con tal velocidad.

El macho giró una vez más, y se detuvo en seco al cabo de unos metros. Había cometido un error terrible: el muro que estaba frente a él era alto, de superficie lisa, y completamente cerrado. Había llegado a un pasadizo sin salida. Desesperado por corregir su error, la hiena corrió de regreso al único punto de entrada. Las hembras invasoras ya estaban ahí, bloqueando el paso.

Rieron en señal de victoria, y Davu se encogió en su lugar. Caminó hacia atrás tan rápido como pudo, desesperado por alejarse de ellas y por no darles la espalda.

— Una hiena que no sabe moverse en su propio territorio — rio una de ellas. Luego sus facciones se tornaron serias. — Patético.

Las dos restantes rieron también, caminando en torno a Davu. Él tragó saliva de forma ruidosa. Temblaba de terror.

— Pero tranquilo, no hay por qué avergonzarse — siguió la misma hembra, acercándose lentamente al macho, y susurrándole al oído agregó: — No le diremos a nadie.

Y le mordió el cuello.

I'll Be Good (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora