Cap 1 • Viloy

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Llevo diecisiete años viviendo en este pequeño pueblo llamado Viloy, de menos de mil habitantes. Se encuentra rodeado de arboledas y casas de campo, con cientos y cientos de animales salvajes.
Y por eso me resulta muy acogedor.

Nuestra casa está un poco más apartada del propio pueblo, pero por suerte podemos vivir más tranquilos.
Tenemos piscina, el bosque al lado, podemos hacer todo el ruido que queramos... Todo tiene ventajas al igual que un par de desventajas.

-Scarlett.

-¡Ya voy!- respondí rápidamente a la voz de mi padre desde mi habitación.

Al terminar de bajar las escaleras, me encuentro a mi padre completamente atareado con sus revistas.

-¿Podrías encargarte del rancho? Tu madre y yo tenemos que ir a ver a los tíos. Ya sabes el estado de Mary...- no quiso terminar.

-Sí, no te preocupes, lo haré. Dale recuerdos a la tía.

-Gracias. Y no hagas travesuras.

-Hija, tu padre solo te lo dice por molestarte, no te cruces de brazos- se mofó mi madre levantando una de sus cejas.

-Lo sé... solo bromeaba- sonreí poco antes de despedirme de ellos.

Perfecto, tengo toda la casa para mí. Me encanta estar sola en casa para poder poner mi propia música con el altavoz o mis auriculares, pues con mis padres soy un poco reservada a cerca de ello, quizá porque lo veo algo personal, por muy idiota que sea al pensarlo.

Primero de todo, me aseguré de echar un vistazo a través de la gran ventana del salón para asegurarme de que ambos ya habían marchado con el coche rumbo al pueblo. Poco más tarde, al perderlos de vista, subí rápidamente las escaleras para llegar a mi habitación y así encontrar mis casquitos para conectarlos al Bluetooth. Después de encontrarlo en la mesilla de noche, bajé para salir de la casa e ir al granero.

Al salir, sentí la brisa gélida y mañanera que azotaba mi rostro cada día al igual que al valle, más el aroma tan agradable a flores silvestres y el olor de los frutos del bosque tan peculiar.

Al llegar al granero, abrí la gran puerta roja y marrón, dejando pasar a todos los caballos, las vacas y los únicos dos toros, para que entrasen en el enorme cercado que teníamos a un par de metros, a su misma vez que agradecía la suerte que tenía por haber nacido en un lugar tan espléndido y mágico.

De repente, en los auriculares empezó a sonar la canción idónea para el estado en el que me encontraba: Bamboleo de los Gipsy Kings, una joyita. De mis canciones favoritas.

Solo con escucharla ya quise empezar bailar como alma que lleva el diablo.

Volví a esconder mi móvil mientras la música resonaba en mis oídos y me adentré en el granero para tomar la pala que había dejado ayer en la esquina derecha del lugar. Allí, sin dejar de hacer las tareas, canté y bailé durante largas horas, hasta que al fin, terminé todo el trabajo.
Un trabajo arduo pero del que quedé completamente satisfecha y orgullosa. Al silbarles para regresar, cada uno de ellos, volvió entusiasmado a su lugar, dentro del cálido granero.

Todos se acercaron, excepto el toro y una de sus vacas... me extrañó que no volvieran, ya que siempre son los primeros en reaccionar para venir de vuelta para descansar en la cuadra de noche.

Al acercarme, ví como el toro no dejaba de mirar a un pequeño ternero casi recién nacido, de unos pocos días.

--Loug, déjame- gruñí mientras rodeaba a ambos.

Le hize señales al toro para que se separase un poco del animalillo, y la vaca también se apartó, dejándome más espacio para investigar lo sucedido.

Atrapada por el AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora