Cartas de guerra

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Recuerdo que me sentía como un ente de plástico expuesto en un escaparate al que podían visualizar y criticar desde el otro lado de la cristalera.

Parejas estériles o mayores, habidas y por haber, acudían a aquél lugar donde estaban seguros que encontrarían a un pequeño ser al que cuidar, por sus crudas miradas, como a una mascota indigna de sus respetos.

Todas las personas de la sala me observaban y buscaban en mi mirada algún signo de desvarío mental por el cual había pronunciado el nombre de aquél hombre abyecto de palabras.

Educadores sociales de toda clase me exponían a los individuos como toda hija de vecino. Lo que antaño pronuncié se volvió un hecho innombrable y no se cuestionaron mis lazos con él.

La sala dio paso a un joven aún no reconocido por las paredes de papel de aquél espacio cuadriculado, de capa en mano y cubierto por distintas mantas que no dejaban visualizar más que sus pupilas azules, se detuvo en frente de un señor que lo miraba dubitativo, y sin apartar sus ojos de los míos, sacó una pistola y disparó a un policía que enfundaba en sus manos un arma con ademán de disparar.
Por consiguiente, la total muchedumbre que se hallaba en el edificio inició a correr hacia la salida.
Me observó y dejó caer un sobre. Me dirigí hacia él, se trataba de un escrito envuelto en un embalaje rojo.

"No hay lugar en el mapa en el que te puedas esconder, es inevitable, te encontrarán, solo cabe esperar.
Te esperan tormentas de soledad, debes luchar por sobrevivir."

Veía como los judíos empezaban a ser encarcelados y notaba como la libertad se escapaba de entre mis dedos, la guerra iba a empezar, y sabía que era cuestión de tiempo, como aquel desconocido citó en su escrito, solo cabía esperar.
Se avecinaban los peores años, años cargados de muertes y calles manchadas de sangre.