Día 1

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Mi interior irradiaba a gritos que me alejara de Amiel. Debí de hacerle caso.

Acabé dependiendo de él más de lo estrictamente necesario. Ese sentimiento relacionado con el órgano cual pecho posee, que se sitúa en un rincón de nuestra imaginación, hizo que mis ojos vieran a Amiel como alguien a quien adorar.

La custodia compartida de la pérgola deshabitada donde pasábamos los días se entregaba, mitad, a las cien ratas muertas que yacían en las estanterías y la otra mitad a nuestras pobres almas.

Mi primer día de forajida no dió grandes expectativas de gloria pero en cuanto cayó la madrugada en la fría Alemania nazista y los SS rondaron en nuestra actual vivienda, las cosas empezaron a cambiar.

Me desperté; Amiel se había marchado y yo pronto dormiría bajo los ojos de el Führer.

Cartas de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora