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El viaje hasta Meissen fué bastante latoso, días enteros encerrada en un RollsRoyce con el señor Combell. Mis sienes iban a estallar.

Nuestro nuevo domicilio se llamaba Böttcherstrasse, y al igual que en todo el país las personas eran frías como el hielo, y vivían bajo un cielo gris que desprendía cenizas que antaño el sol había quemado.

La boveda celeste no paraba de llorar, consiguiendo ocultar así a la gente bajo sus paraguas.

Una mañana de brumas y llovizna, me desvelé para afanar unas galletas de la encimera y dejarme caer delante del fuego.

De la mochila de cuero que traje conmigo saqué el gran libro de piel de mis padres.

Sólo había una foto, éramos nosotros, papá y yo abrazábamos a mamá.

La foto estaba indebidamente sujeta, intenté fijarla hasta que se desprendió, al caer al suelo, en el reverso de la foto leí lo que parecía ser la caligrafía de mi padre.

"Lucía, Mi amor, cuando leas esto probablemente estemos muy lejos el uno del otro, solo quiero que sepas que tu madre y yo estamos bien, te echamos de menos y espero que algún día llegues a entenderlo todo.
Te quiero Ranita,
Papá."

Cartas de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora