Aquella mañana de abril, me desvelé y encontré la casa plenamente deshabitada, inmediatamente golpearon la puerta, y detrás de ésta se encontraban los vecinos Combell.
El señor y la señora Combell, que poseían una cantidad apreciable de años, residían en la casa contigua desde tiempos inmemoriales. Resultaba atípico declarar que eran un matrimonio feliz. Convivir con el señor Combell debía ser un verdadero castigo. Era un hombrecillo demacrado de poca estatura con media cabellera blanca gracias a los años vividos por el semejante. Su conducta, reflejaba a un individuo maltratado por el mundo, al que dejaba salir veinticuatro horas al día, los siete días de la semana. La señora Combell, al contrario, era una anciana asazmente pequeña y regordeta, que únicamente sonreía, tratando de compensar así, la alegría de la que carecía su marido.
Un minúsculo hilo de voz afloró de mis adentros. -Por qué están ustedes aquí?- Pregunté intentando no simular descortés a pesar de la torpeza propia de una niña de mi edad.
El señor Combell me arrojó una mirada de desdén. -Muchacha- Comenzó, como si las palabras por formular fuesen a dolerle más a él que a mí. -Vendrás a vivir con nosotros.

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Cartas de guerra
Ficção Histórica"Esta es mi historia, es la historia de todos nosotros, de como las grandes guerras afectaron a aquellos hombres no tan fuertes, a aquellos con los corazones y las mentes destrozadas; de como el amor, puede tanto salvar como matar''. -Novela basada...