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1940, primera apertura de un campo de concentración.

Por aquel entonces respiraba allende los soldados de las SS no pudieran encontrarme.
Anhelaba desesperadamente desprenderme del lecho de mentiras sobre el que dormía, mi vida se basaba en cantidad de preguntas sin respuestas.

Evidentemente después de un año escondida, los lacayos del Führer dieron conmigo, pero dejadme narraros la experiencia desde el punto de vista de aquella niña perdida que caminaba bajo las mañanas lluviosas de la tercera década.

No olvidaba el hecho de que hasta hace unos años había vivido toda mi vida como si ya la hubiese vivido, no temiendo a la muerte. Lo que antaño fui, marchó hacia otro paraíso lejos de ésta atmósfera.
El desprenderme de mi mitad, parte de mis creencias, dio paso a infinidad de sentimientos. El amor en especial, hizo de mi una estúpida.

Todo empezó cuando conocí a Amiel. La primera vez que lo vi, caminaba por las avenidas absteniéndome de mis pensamientos, me miró con todo menos desaprobación en sus ojos, casi inmediatamente unos hombres trajeados con las siglas SS encriptadas en sus chaquetas aparecieron en la esquina.
Instintivamente, me asió de la muñeca y tiró de mi, hasta que los dos estuvimos dentro de una tienda hecha añicos, donde se leía en un cartel: Prohibido el paso a judíos. Aquel establecimiento había pertenecido a una familia pobre que no advertían que provenían de antepasados impuros. "Así nos llaman", me detalló Amiel.

-Yo no soy de familia judía, no tengo la necesidad de escapar. -Expliqué soltando mi muñeca de sus manos.

-¿A caso eres alemana? -Preguntó un tanto airado, a la vez que hacía señales para que no gritara.

-Negué con la cabeza, aun sin comprender.

-A no ser que consigas una nacionalidad alemana, el Führer acabará contigo al igual que acabó con mi familia, no permitiré que te vayas. -Dijo con tono autoritario. El hecho es que sus ojos expresaban otras emociones, aún así cedí.

Cartas de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora