Día 2

192 15 6
                                    

Soledad, eso era lo que me esperaba en el turbio viaje que emprendería.
Viaje hacia los oscuros campos donde los fríos y crueles patriarcas guardaban lechos de madera a mis semejantes.

Me encontraron al salir de la vivienda en busca de Ámiel. En las calles abundaban alemanes trajeados con expresión de preeminencia en cada uno de sus rostros.
Al aventurarme en aquellas calles, más de cinco personajes de este cuento se dirigieron hacia mí cual animal hambriento en busca de su presa; me quedé inmóvil al no albergar posibilidad de escapar.

Tras bastantes patadas y golpes en la cabeza por diversión, el soldado de la SS, Erhard Milch, llevó mi fatigada alma hacia uno de los más trabajados campos de concentración para urdir tristes y dolorosos los últimos días de cualquier ente no alemán.

Mi nuevo hogar, el campo de concentración de Auschwitz, poseía un eslogan en la entrada: "El trabajo os hará libres". Me detuve a observar tales palabras, a su flanco yacía un joven soldado de aspecto afable y atractivo que al verme, congeló sus ojos azules en mis pupilas, segundos después, al inmutarse a quien miraba, desvío sus ojos y entró con paso firme hacia el campo.

1942, a mis 19 años y juzgada de mayor de edad, viví la experiencia más dura que jamás haya presenciado. Día a día las risas ingenuas de los niños iban desapareciendo junto a ellos, y yo, junto a madres de luto de dichos infantes, separábamos la ropa de los pequeños cadáveres que marchaban hacia el empíreo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 18, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Cartas de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora