Mercedes Guzmán se miró en el espejo y se tocó el pelo plateado de las sienes.
-No está mal para tener setenta y nueve -le susurró a su reflejo-. Y para haber tenido una hija a los dieciocho y una nieta a los treinta y nueve.
Le echó un vistazo al reloj que había sobre la repisa de la chimenea. Eran exactamente las 19:15. Dio un sorbo de Martini y meneó la cabeza.
-Niña idiota… Como me llame con alguna excusa barata… - En ese momento sonó el timbre de la puerta y Mercedes exclamó-: ¡Está abierta!
Poche entró con gesto ceñudo.
-Por el amor de Dios, abuela. Tienes que cerrar la puerta.
-Vivo en un buen vecindario. Además, tengo una pistola -rio.
Se dio cuenta de que su nieta ni siquiera sonreía, sino que se fue a la sala de estar y se dejó caer en el sofá.
-¿Qué pasa? -le preguntó-. Has hecho algo malo, ¿verdad?
-No, no he hecho nada malo -replicó Poche, y observó la copa de Martini-. ¿Hay para mí?
-Hay para cuatro más -aseguró su abuela-. Y por la cara que traes, los necesitas.
Poche fue al mueble-bar, se sirvió un Martini y le añadió varias olivas. Mercedes no abrió la boca y se limitó a estudiar detenidamente a su nieta, que tomó asiento de nuevo en el sofá, dio un largo sorbo de Martini y dejó escapar un profundo suspiro.
-Me parece que vamos a cenar en casa -afirmó Mercedes en tono neutro-. No te veo de humor para el Charlie Trotter’s.
Se quitó los zapatos, cogió su copa y echó a andar pasillo abajo.
-Ven conmigo -la llamó por encima del hombro-. Y trae la coctelera.
-No es necesario que hagas la cena -se apresuró a asegurar Poche, mientras la seguía con la coctelera en la mano.
-No la voy a hacer yo, sino tú -le dijo Mercedes, sentándose a la mesa de la cocina-. María acaba de ir a comprar, así que la nevera está llena. Tú misma -la animó.
Dicho lo cual, alzó la copa y dio un trago.
-Abuela, no sé cocinar.
-¿Aún no has aprendido? ¿Cómo diablos vas a encontrar pareja si no sabes poner agua a hervir? Siéntate -ordenó.
Poche se sentó y dio un trago de Martini. Mientras tanto, Mercedes se levantó y fue a hurgar en la nevera.
-¿Qué te apetece? -preguntó, asomando la cabeza un segundo desde el interior de la nevera.
-¿Un buen chuletón?
-Algo ligero e italiano. Y ahora cuéntame qué te pasa.
Poche gimió mientras Mercedes empezaba a sacar los ingredientes para preparar una ensalada de primero.
-Me llamó Roger.
-Eso ya lo sé. ¿Qué quería? -inquirió, al tiempo que dejaba sobre la mesa la carne, las olivas, el tomate y el queso-. Corta el queso.
-Muy graciosa -farfulló Poche, aceptando el cuchillo-. Parece ser que mi pasado ha vuelto para atormentarme.
-¿En qué sentido? -quiso saber Mercedes-. ¿No me digas que has dejado embarazada a alguien? -apuntó, parpadeando con una dulce sonrisa de inocencia.
Poche la fulminó con la mirada.
-¿Podemos dejar el numerito Hermanos Marx un segundo? Una ex mía acaba de morir.
-Oh, cariño. Lo siento -dijo enseguida Mercedes, que se volvió y dejó el aceite de oliva y el pan en la mesa.
-No pasa nada, hacía cinco años que no veía a Matu. Nosotras no… no estábamos hechas la una para la otra. Ella quería tener niños.
-¿Y tú no? -preguntó su abuela-. Creía que te gustaban los niños.
-Y me gustan, pero Matu no estaba preparada para asumir esa responsabilidad y en aquel momento yo tampoco lo estaba. Para ella fue motivo de ruptura, pero yo no me veía trayendo a un niño al mundo en las condiciones en las que estábamos Matu y yo.
Mercedes dispuso la ensalada y la aliñó con el aceite.
-¿Qué condiciones eran esas?
Poche dio un nuevo sorbo de Martini y rumió la respuesta mientras Mercedes aguardaba y cortaba rebanadas de pan.
-Yo estaba siempre yendo y viniendo de Chicago a Los Ángeles. Matu era piloto, o copiloto en aquel entonces, y se pasaba la vida volando a todas partes. Vivía en Colorado, pero yo cogía un avión para ir a verla cuando hacía escala donde fuera. Teníamos un estilo de vida muy bohemio.
Mercedes asintió, comprensiva, y Poche levantó la mirada, algo azorada.
-Ya sé que no apruebas mi estilo de vida, pero no voy a pedir perdón.
-Poche, hace muchos años, el día que estábamos en la sala de estar con tu madre, te dije que no iba a pretender entender que fueras lesbiana, pero en este tiempo te he visto crecer y convertirte en una mujer madura, bondadosa y con talento. La verdad es que me cuesta encontrar alguna razón para criticar cómo eres -afirmó, al tiempo que le pasaba a su nieta un plato de ensalada-. Y en lo que respecta a llevar un estilo de vida bohemio, deja que te cuente algo: tu abuelo y yo no fuimos siempre viejos y aburridos.
Poche levantó la mirada, con la boca llena.
-¿Qué quieres decir?
Mercedes hizo una mueca burlona, se sentó relajadamente con su copa en la mano y masticó una oliva con una sonrisa de oreja a oreja.
-Nosotros también éramos bastante bohemios cuando éramos jóvenes.
Poche ladeó la cabeza y le lanzó una mirada juguetona a su abuela.
-Venga, desembucha.
Mercedes se echó a reír.
-Conocí a tu abuelo a los dieciséis años. Él tenía diecinueve e iba a la universidad.
A Poche casi se le salieron los ojos de las órbitas, pero Mercedes asintió.
-Sí, me enamoré del tonto de tu abuelo y ya nunca miré atrás. Acabé el colegio y me casé con él con diecisiete años y tuve a tu madre un año después. Viajamos por todo el país con su grupo de música. Sabes que tu abuelo era músico, ¿verdad? Tocaba el clarinete -suspiró, y dio un mordisco de queso-. Diablos, eso es lo que me conquistó.
-¿El qué?
-El clarinete. En cuanto empezó a tocar, estuve perdida. Lo tocaba como si fuera un amante y me daba unas serenatas que hacían que me temblaran las rodillas -rio Mercedes, y se comió otra oliva-. Era un demonio.
Poche rio a coro.
-Solo le recuerdo como profesor de música. ¿Por qué no me lo habías contado? ¿Y por qué siempre quisiste que yo fuera a una universidad privada?
-Supongo que quería que tuvieras más de lo que habíamos tenido tu madre y yo. Tenías mucho talento. Te lo vimos ya de muy pequeña.
Poche alargó el brazo y le cogió la mano.
-Tengo todo lo que quiero, abuela. Soy feliz y me siento satisfecha, sin haber vendido mi alma por un fajo de billetes -aseguró. Entonces se apoyó en el respaldo de la silla y frunció el ceño-. Creía que era feliz cuando estaba con Matu, pero me cogió a contrapié con lo de tener hijos… No sé. Se me dispararon todas las alarmas y tuve que tomar una decisión.
Las dos se quedaron en silencio unos segundos, hasta que Mercedes volvió a hablar.
-¿Qué tiene que ver Roger con todo esto?
Como si despertara de un sueño, Poche miró a su abuela y parpadeó.
-Matu tenía cáncer de huesos y murió hace dos semanas. Ha dejado atrás a una familia sin recursos y me ha pedido ayuda.
-Guau.
-Sí, guau.
Mercedes estudió a su única nieta con atención.
-¿Cómo de grande es esa familia?
-Una niña y otra en camino, según parece -contestó Poche, que se sirvió otro Martini y le puso varias olivas para enfatizar la gravedad de la situación.
-¿Qué vas a hacer?
Poche respiró hondo antes de responder.
-Voy a dejar que esa tal Daniela Calle se quede en la cabaña. Está haciendo no sé qué de un trimestre y tiene que parir en diciembre.
Mercedes arrugó las cejas y a continuación estalló en carcajadas.
-¿No sé qué de un trimestre?
Poche se puso roja y se pasó los dedos por el pelo.
-¿Te das cuenta de lo absurdo que es esto? ¿Qué mierdas sé yo de bebés?
-Para empezar -le dijo su abuela-, cuando Daniela Calle llegue con su familia a Wisconsin tendrás que dejar de decir palabrotas.
-Estará allí en un par de días, a última hora de la tarde.
-¿Y ella está de acuerdo con todo esto? ¿Con viajar embarazada y con una niña pequeña?
-Bueno, supongo que está acostumbrada a que se ocupen de ella. Pero si cree que me va a tener comiendo de su mano porque se ha quedado preñada, se va a joder.
Mercedes enarcó una ceja ante el arrebato de su nieta, que se sentó con los brazos cruzados como una niña enfadada.
-No la juzgues tan deprisa, Poche. No sabes cómo han ido las cosas.
-Sé cómo han ido las cosas -gruñó esta-. Ha pasado exactamente lo que yo evité: dos mujeres irresponsables se han puesto a tener hijos. Pero resulta que una se muere y deja un lío de narices para que lo limpien otros.
-Estás siendo muy cruel, María José.
-Es posible, pero tengo toda la razón del mundo.
Mercedes detectó la amargura en la voz de su nieta y no pudo menos que preguntarse cómo sería esa tal Daniela Calle. De todas maneras, fuera como fuera seguro que representaba una mejora en comparación con la chelista.
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Heavenly Winds [Terminada]
Fanfiction«Hola, cariño: Las dos sabemos cómo estarán las cosas si estás leyendo esto. Lo siento mucho. Pero, oye, quiero que me hagas un favor. Me voy a poner en contacto con Poche, no te cabrees...» ¿Puede la carta de una ex-amante cambiar toda una vida? Po...