Poche corrió más deprisa, para no oír cómo Skye la llamaba a gritos. Tanta emoción la desbordaba, así que corrió lo más rápido que pudo. Era algo que a María José se le daba muy bien.
Mientras corría pensó en Matu y se puso todavía más furiosa. Si no fuera por ella nada de esto habría pasado. Podría recuperar su vida y tener…
«¿El qué?», se preguntó, aminorando la marcha.
Dejó de correr y se dobló, apoyando las manos en las rodillas. Tenía ganas de vomitar, así que se irguió, respiró hondo y echó a andar por el camino de grava en un intento de concentrarse en la belleza del paraje. En un momento dado se dio la vuelta, decidida a volver a la cabaña, pero se detuvo, se pasó la mano por el pelo húmedo de sudor y siguió andando en dirección contraria a la casa.
¿De verdad quería recuperar su vida? ¿Qué vida? ¿Laura, a quien realmente ella no le importaba nada? Vale, el sexo era tremendo, pero aquel factor estaba perdiendo enteros para Poche a marchas forzadas. Se paró y se rio en alto.
-¿Qué probabilidades había de que llegara a pasar algo así?
Meneó la cabeza y tomó un sendero que se adentraba en el bosque.
«Matu.»
Garcés había sido una verdadera fuerza de la naturaleza.
Desde que se vieron por primera vez en el aeropuerto de Chicago, Poche se quedó enganchada a ella. Habían llamado al mismo taxi en el aeropuerto de O’Hare, bajo la tormenta.
Poche llevaba el maletín encima de la cabeza para no mojarse mientras le silbaba al taxi. No se fijó en el piloto que hacía lo mismo a su lado y, cuando el vehículo se detuvo junto a la acera, fueron a la puerta al mismo tiempo. Poche pensó que el piloto sería lo bastante caballeroso como para dejarle el taxi, pero se vio gratamente sorprendida cuando un par de profundos ojos castaños de mujer le devolvieron una mirada airada.
-Yo lo he visto primero -afirmó la piloto, agarrando la manecilla de la puerta.
Poche esbozó una amplia sonrisa y abrió la portezuela.
-Mira, está diluviando. Vamos a compartirlo antes de que nos ahoguemos.
La mujer la observó unos segundos con los ojos entornados y luego se metió en el taxi. Poche la imitó y se secó la lluvia de la cara.
-Menudo chaparrón.
El taxista las miró por encima del hombro.
-¿Adónde las llevo, señoras?
-Al Hotel Drake -la piloto contestó primero.
Poche enarcó una ceja en su dirección.
-El Drake, ¿eh? Qué elegante. Creo que yo también iré allí. Me encanta el restaurante de ese hotel -le sostuvo la mirada a la piloto, que esbozaba una sonrisa irónica-. ¿Te gustaría cenar conmigo? -Poche le ofreció la mano-. Soy María José.
La piloto aceptó el apretón de manos.
-Matu.
Durante un momento, las dos se miraron a los ojos, hasta que el taxista tosió.
-El taxímetro corre, así que ¿al Drake?
Matu contestó sin apartar la mirada de Poche.
-Al Drake.
Poche sonrió de oreja a oreja y se acomodó en el asiento.
...
-Es un restaurante muy bonito -comentó Matu, dando un sorbo de agua-. Gracias por esperarme mientras me cambiaba.
Poche asintió.
-De nada. Estabas más mojada que yo.
Matu se encogió de hombros.
-Te ofrecí mi habitación para secarte.
Poche levantó la mirada de la carta de vinos.
-Fue muy amable de tu parte, a lo mejor te tomo la palabra en otra ocasión -afirmó, y se concentró en la carta-. ¿Te apetece un poco de vino?
-Sí, por favor. Adelante. Yo no entiendo de vinos.
El camarero se acercó a su mesa y Poche pidió el vino. Cuando se alejó, la compositora inició la conversación.
-Cuéntame algo de ti, Matu.
-No hay mucho que decir. Nací en Indiana, hija única, buenos padres… Pero siempre tuve pocos amigos. Mi padre estaba en el ejército, así que nos mudábamos a menudo.
-¿También era piloto? -quiso saber Poche.
En ese momento apareció el camarero con el vino y abrió la botella. Poche lo probó e hizo un gesto de aprobación.
-Sí, era coronel de las Fuerzas Aéreas -contestó Matu, levantando su copa cuando Poche alzó la suya.
-Por las noches lluviosas en Chicago -le sonrió esta.
Rozaron las copas en silencio y Poche contempló el bello rostro de Matu mientras bebía. El cabello negro a la altura de los hombros le relucía bajo la luz suave del restaurante, y tenía unos ojos castaños chispeantes. Su piel era fina y muy lisa, y Poche supo instintivamente que sería sedosa al tacto.
-Me comes con los ojos, Poche -observó Matu con una sonrisa.
-No puedo evitarlo -replicó esta-. Eres muy atractiva. Estoy segura de que ya te lo han dicho antes.
Matu la miró a los ojos y escrutó su rostro.
-Igual que tú.
El nivel de excitación de Poche aumentó unos cuantos puntos y dio un trago de vino.
-¿Cuánto tiempo vas a estar en Chicago?
-Tengo un vuelo mañana por la noche, a las nueve -contestó Matu al punto.
Poche asintió pero no dijo nada. Matu sonrió y se echó hacia delante.
-¿Iba en serio lo de tomarme la palabra?
...
Poche se sentó en una roca y levantó la cara hacia el sol que se filtraba entre las ramas de los árboles. Cerró los ojos al evocar la velada cargada de tensión sexual y la mañana siguiente que pasó con Matu. Así de rápido había empezado su relación. Desde entonces se veían siempre que Matu volaba a Chicago y siempre que Poche podía escaparse un fin de semana largo. Durante todo aquel tiempo, Poche era consciente de que se estaba enamorando, pero había algo que la echaba para atrás. Puede que fuera la actitud casi infantil de Matu y su noción indolente de la responsabilidad. La vida que llevaba la piloto, soltera y sin preocupaciones, no era tan diferente de la suya propia, como compositora sin compromisos.
Matu y ella eran compatibles en muchos aspectos y Poche escuchó a su corazón y se permitió querer más y más. Matu también, pero el tema de los hijos fue un golpe inesperado.
-Cariño, no estamos preparadas para tener hijos -trató de explicarle Poche.
Matu levantó la mirada, tumbada en brazos de Poche, y se apartó los mechones negros de la cara.
-¿No quieres tener hijos? Decías que te gustaba la idea.
-Dije que si la situación fuera diferente, me gustaría la idea-la corrigió Poche amablemente, y se incorporó en la cama-.Cielo, mira cómo vivimos. Tú eres piloto y estás siempre de acá para allá. Nunca te quedas en el mismo sitio el suficiente tiempo.
-Tú estás asentada, Poche. Tienes un apartamento precioso aquí, es enorme y pasas más tiempo en Chicago que nunca. Estarías en casa todo el tiempo. Y podríamos contratar a una niñera…
Poche ladeó la cabeza, confusa.
-¿Una niñera?
Matu siguió hablando antes de que Poche continuara.
-Sí, una vez que tuvieras el bebé, podrías…
-¿Yo? -se asombró Poche-. Espera, espera. Esto tenemos que hablarlo más en serio.
Salió de la cama y se puso un pantalón de chándal y una camiseta. Matu hizo lo mismo y se sentó en el mostrador de la cocina con el gesto torcido en un puchero mientras Poche preparaba café y le pasaba una taza humeante. Poche meneó la cabeza, se sentó delante de ella y le cogió la mano.
-Ahora vamos a ser sinceras. Tú y yo solo hemos hablado de este tema una vez, el año pasado. Cariño, mi reloj biológico está corriendo y la verdad es que no me importa demasiado. No siento la necesidad maternal de tener un hijo en mi vientre. Sí, me gustan los niños. ¿Me gustaría ser madre? Quizá algún día, cuando esté casada o tenga una relación segura y estable.
Matu se bebió el café, aún con los labios fruncidos; Poche le dedicó una sonrisa triste.
-Y eso no lo tenemos, Matu.
La piloto alzó la mirada de repente y miró a Poche con dureza.
-¿Estás diciéndome que no me quieres?
Poche puso los ojos en blanco y dio un sorbo de café.
-Matu, piensa en lo que me estás pidiendo. Traer a un niño al mundo, siendo dos mujeres que apenas se ven y que no tienen ni idea de cómo criar un hijo. Es completamente injusto e infantil querer algo así solo porque fuiste hija única y ahora, de adulta, quieres jugar con alguien.
Poche sabía que sus palabras herirían a Matu, pero tenía que decirlo. Efectivamente, durante el último año, Matu había mostrado signos de haber sido una niña consentida que obtenía de sus padres todo lo que quería, seguramente porque se sentían culpables de no poder darle estabilidad al viajar tanto por todo el país e incluso por el extranjero.
-Te has equivocado de profesión -gruñó Matu, con un brillo de ira en los ojos-. Tendrías que haber sido psicóloga en lugar de compositora. ¿Por qué estás conmigo si crees que soy una neurótica desastrosa? Me encantan los niños y creía que a ti también. Ya veo que no.
-Matu, hemos hablado en profundidad sobre tu infancia y tus padres. Los culpas por arrastrarte de un lado a otro, pero, cariño, ahora eres una mujer adulta. Deja de culparlos y empieza a vivir tu vida…
-Es lo que hago -replicó con enfado-. Quiero tener hijos. Lo necesito, Poche, en lo más hondo de mí. ¿Es que no lo entiendes? ¿O es que eres demasiado egoísta?
Poche se enfureció ante la insinuación, y la tentación de seguir aquella vía de acusaciones tan dañina casi la dominó, aunque en lugar de lanzarle otra pulla habló en tono conciliador.
-Y si lo necesitas tanto en lo más profundo de ti, ¿por qué se supone que vaya a tener yo al bebé?
Matu se indignó todavía más, se levantó y empezó a pasear de arriba abajo como un animal enjaulado, mientras Poche daba sorbos de café y esperaba, porque sabía percibir cuándo Matu se sentía atrapada.
-Vale, pues ya… ya tendré yo al bebé -se limitó a decir, lanzándole a Poche una mirada desafiante.
Poche dejó escapar un suspiro triste.
-Cariño, no es una competición. Intento explicarte que no somos una pareja adecuada para tener hijos. Dices que quieres un bebé, pero no estás dispuesta a pasar físicamente por el embarazo -insistió Poche, cada vez más irritada-. Maldita sea, es una responsabilidad enorme y sé que no podemos asumirla. Y si lo pensaras con claridad, estarías de acuerdo conmigo. No estoy dispuesta a traer a un niño al mundo con dos goles en contra, solo para satisfacer tu necesidad egoísta de rebobinar tu reloj biológico.
Matu se enfureció.
-María José, esto es el final.
Poche le devolvió una mirada incrédula y al cabo de un segundo negó con la cabeza.
-Entonces que sea lo que tenga que ser.
Efectivamente, fue el final para ellas. Aunque siguieron juntas seis meses más, las dos sabían que la batalla estaba perdida. Rompieron en Denver y, si bien Poche estaba furiosa y triste, en el fondo de su alma sabía que era inevitable. Claro que le gustaba su relación.
Nunca habían tenido que esforzarse y nunca habían tensado la cuerda. Aquella había sido su prueba de fuego y Poche acabó con el corazón roto, pero sabía que tenía razón. Si volviera atrás, haría otra vez lo mismo.
Ahora tenía a la pareja de Matu embarazada y a su hija de tres años en casa. Y para empeorar las cosas aún más -o para mejorarlas, según se mirase-, Poche se sentía atraída por ella. En ese momento, estaba terriblemente confusa y no sabía qué hacer.
Evocó el rostro de Calle, dormida a su lado, y la risa contagiosa de Skye le arrancó una carcajada. Pero si no había podido asumir la responsabilidad con Matu, ¿podría hacerlo con Calle? ¿Quería hacerlo?
-Joder -gruñó, furiosa, y echó a correr de vuelta a la cabaña.
Cuanto más lo pensaba, más deprisa iba. No estaba segura de si huía o si corría hacia Calle y su familia y tampoco sabía si quería saberlo.
…
Calle había logrado calmar a Skye al cabo de una hora. La pobre niñita había hiperventilado y le había entrado el hipo.
-¿Volve Oche? -preguntó, sentada en brazos de Calle en el columpio del porche.
-Sí, pastelito, Poche vuelve. Solo se ha enfadado.
-Mamá grita a Oche.
Calle hizo una mueca y la abrazó más fuerte.
-Lo sé. Y no ha estado bien, Skye. Mamá tiene que pedirle perdón a Poche.
-Oche hace llorar a mamá.
-Bueno, mamá llora con mucha facilidad últimamente. Mamá y Poche han discutido, nada más. Como cuando no quieres echarte la siesta o terminarte el desayuno.
-Skye nada -ofreció la niña y su madre asintió.
-Exacto, como cuando querías ir a nadar.
En ese momento oyeron cómo se abría la puerta de la parte trasera.
-Oche en casa… -exclamó Skye, y corrió adentro.
Calle se quedó sentada donde estaba, con el corazón a cien. Se sentía fatal por haber discutido sobre algo tan estúpido.
-Mamá, Oche golpio -oyó que la llamaba Skye desde la puerta delantera.
-¿Se golpeó?
Calle se puso de pie lo más deprisa que pudo y entró en la cabaña a toda prisa. Poche estaba apoyada en el mármol con un paquete de hamburguesas congeladas puesto sobre la cabeza. Tenía la ropa machada de barro y polvo y arañazos en brazos y piernas.
-¿Qué ha pasado? -exclamó Calle, retirando el paquete congelado. Le estaba saliendo un verdugón rojizo encima de la ceja-. Siéntate -le ordenó.
Poche se sentó con cuidado en una silla de la cocina, mientras Calle ponía hielo en una toalla y se la colocaba en la frente.
-Me… me caí -siseó Poche. Calle se mordió el labio, sin soltar el hielo-. Adelante, que casi puedo oír cómo te partes la caja internamente.
-¿Oche caío? -se interesó Skye, dándole una palmadita a Poche en la pierna.
-Eh, sí, cariñito. Ahora no molestes a Poche -le dijo su madre, al notar que Poche volvía a enfadarse.
-Estaba corriendo -la compositora hizo una pausa y respiró pesadamente-. Por mi vida -añadió con sarcasmo, y Calle disimuló la sonrisa mientras le aplicaba el hielo con una mano y le acariciaba la nuca húmeda con la otra-. Iba demasiado deprisa a la vuelta y me torcí el tobillo con una piedra y salí volando como un pu… Me caí en una zanja.
Calle observó el tobillo hinchado de la mujer.
-Vale, vamos al dormitorio, te acuestas y pones el pie en alto. Tengo que limpiarte los arañazos.
-Estoy bien -protestó Poche.
-María José, a la cama -le ordenó.
La aludida levantó la mirada y sonrió.
-La verdad es que nunca habían tenido que mandarme a mi cuarto. Eres muy estricta, mamá -apuntó, en tono seco.
Calle notó que le subían los colores otra vez. Entonces Poche se levantó con un gesto de dolor y la miró a los ojos.
-Lo siento, ha sido culpa mía.
-No, lo siento yo. No es asunto mío, tienes razón -afirmó Calle, con lágrimas en los ojos.
-Este embarazo nos está afectando a las dos, Calle -le dijo Poche. Sin previo aviso, le acercó la mano a la mejilla con afecto-. Debería llevarlo mejor, lo siento. No estoy acostumbrada a convivir con una mujer y una niña.
-Tienes razón en una cosa: esto es nuevo para las dos.
Calle le examinó el tobillo con cuidado.
-Diría que no está roto. Lo puedes mover. Solo te lo has torcido y hay un leve edema -musitó, casi para sí. Poche la contempló con interés mientras le vendaba el pie como una experta-. ¿Demasiado apretado? -preguntó.
Poche negó con la cabeza.
-Lo has hecho muy deprisa, como una profesional -apuntó Poche-. ¿De dónde has sacado la venda?
-Es en lo que trabajaba a media jornada -explicó Calle, poniéndole un cojín debajo del pie-. Y la he encontrado en el caos que llamas botiquín, en el lavabo.
-Oh -Poche hizo una mueca-. ¿Qué hacías?
-Soy enfermera. Enfermera diplomada, de hecho -repuso, sentada al borde de la cama.
Poche asintió.
-Te imagino de enfermera. Eres muy cariñosa y considerada. ¿Trabajabas en un hospital?
-No, en una clínica en una zona dejada de la mano de Dios en Albuquerque. La paga era pésima.
-Pero no lo hacías por el dinero -apuntó Poche, como si fuera algo que quedara fuera de discusión.
-No, no lo hacía por el dinero. Si hubiera sido así, seguramente mi situación sería diferente.
Poche se removió, incómoda, y Calle se inclinó hacia ella.
-¿Te duele? -le preguntó. Poche tenía la mirada algo nublada-. Dime la verdad.
-Estoy bien -repitió Poche, aunque seguía con cara de querer decir algo más.
-Vale, entonces, ¿qué te pasa?
-Nada.
-Poche, a veces tengo la impresión de que quieres decirme algo. No puedo obligarte, pero de verdad desearía que me dijeras lo que tienes en mente.
Como Calle notaba que volvía a enfadarse por momentos, se entretuvo empapando algodón en antiséptico.
-Esto te va a doler.
-Suena a amenaza… -musitó Poche, que soportó la cura con una mueca de dolor.
Al terminar, Calle tiró a la papelera los restos del material de primeros auxilios.
-Skye también golpio -lloriqueó Skye, subiéndose a la cama.
Se tumbó al lado de Poche, que estaba acostada de espaldas, y le preguntó:
-¿Mamá curita sana?
Poche miró a Calle y se encogió de hombros.
-Supongo que sí.
Calle resopló con ironía y le prestó atención a su hija, maldiciéndose internamente por que le temblaran las manos.
-¿También tienes arañones, pastelito? Déjame ver. ¿Dónde? -le preguntó.
Skye le enseñó la rodilla, perfectamente sana.
-Caío.
-Oh, lo siento mucho. ¿Te duele, cariñito? -se interesó su madre con ternura.
-Sí. Besito, mamá -pidió Skye, y su madre se rio y se inclinó para darle un beso en la rodilla.
-Ya está. ¿Curado?
Skye asintió alegremente. Calle se volvió hacia Poche una vez más.
-No te muevas mientras te limpio la frente.
Al acabar, le puso una tirita encima de la ceja.
-Ya está. Curita sana -anunció, en tono sarcástico.
-Ja ja -replicó Poche, tocándose la ceja. Como Skye la observaba con curiosidad, Poche le devolvió la mirada-. Supongo que tenemos suerte, pitufa -le dijo.
Miró a Calle de reojo y esta cabeceó. Skye parecía embelesada por la tirita que Poche llevaba en la frente.
-Mamá, besito -pidió, muy seria, señalando la ceja de Poche.
Calle se puso rígida y fue consciente de que se sonrojaba.
-Poche ya es mayor, Skye.
-No soy tan mayor -objetó Poche.
-Mamá… -insistió Skye.
Calle miró alternativamente a sus dos “niñas”, puso los ojos en blanco cuando la expresión de Poche se tornó retadora, se inclinó y la besó en la frente. A juzgar por la cara de sorpresa que puso, Poche no la había creído capaz. Cuando Calle se apartó, las dos se miraron a los ojos un momento.
-¿Mamá curita sana, Oche? -preguntó Skye.
Calle no supo cómo interpretar la cara de Poche.
-Sí, pitufa. Más de lo que cree.
-No deberías apoyar peso sobre el tobillo -le recomendó Calle.
…
En bañador, Poche cogió a Skye de la cintura y la levantó.
-Estoy bien, el agua le sentará bien -se encabezonó.
Calle renunció: bastante cansado era batallar con Skye. Poche no era más que una versión más grande y mucho más atractiva.
-Venga, pequeño saco de patatas. Vamos a nadar. -Se cargó a Skye al hombro y se encaminó cojeando a la playa. Antes de llegar se volvió hacia Calle-. ¿Estarás bien ahí sola?
-Estaré bien -les sonrió Calle-. Id.
Viéndola con su hija de camino al lago, Calle era incapaz de hacerse a la idea de lo que le pasaba por la cabeza a María José. De repente era amable y generosa, y les traída regalos, y al cabo de un momento se mostraba distante y arrogante. La única constante para Calle era la incertidumbre sobre Poche:
Sobre lo que les depararía el futuro.
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Heavenly Winds [Terminada]
Fanfiction«Hola, cariño: Las dos sabemos cómo estarán las cosas si estás leyendo esto. Lo siento mucho. Pero, oye, quiero que me hagas un favor. Me voy a poner en contacto con Poche, no te cabrees...» ¿Puede la carta de una ex-amante cambiar toda una vida? Po...