Epílogo

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Poche estaba en pie ante la chimenea de la cabaña, muy nerviosa. El fuego hacía lo posible por calentar la fría noche de febrero y tenían invitados, de manera que habían cambiado de sitio los muebles de la sala de estar para que estuvieran cómodos. Kim alargó el brazo y le arregló el cuello de la blusa.

-Estás preciosa -le susurró.

Poche llevaba una blusa de seda color marfil, con unos pantalones de lana marrones que acentuaban su estatura. Encima llevaba una chaqueta de tweed abierta, con una rosa roja en la solapa.

-¿Tienes el anillo? -le preguntó a Kim por enésima vez.

La rubia asintió, paciente, y en ese momento llegó el anciano sacerdote y ocupó su lugar.

-Estás más tensa que una gata a punto de saltar, Poche -le dijo.

Ella le sonrió, al borde del desmayo. Algo más atrás, su abuela tenía a Tara en brazos y por suerte la niña estaba dormida. Cuando sus miradas se cruzaron, Mercedes le guiñó un ojo.

-Te quiero -le susurró.

-Yo también te quiero, abuela.

-Bueno, no es San Patricio -comentó Mercedes-. Pero, como te dije hace muchos años, pobre de ti si intentabas que me perdiera tu boda.

Poche sonrió y le dio un beso.

-Gracias.

La anciana se sentó en la primera fila de sillas. Había pocos invitados, pero eran los amigos más cercanos de Calle y Poche. Los hijos de Marge aguardaban sentados pacientemente; El doctor Vera levantó el pulgar en su dirección, sentado junto a su esposa. Roger y Trish sonreían alegremente y la mirada de su amigo era de pura admiración. Todas las personas importantes para Calle y ella estaban allí.

Entonces Poche oyó que abrían la puerta del dormitorio y sonrió cuando Skye fue la primera en salir. Llevaba un jersey de tweed con una camisa debajo porque les había asegurado que iba a "vestirse como Oche". Para Calle fue un alivio.

-Al menos no quiere ir desnuda -había comentado.

La niña llevaba los castaños rizos peinados hacia atrás y le brillaban los ojos de pura alegría. Saludó a Poche con la manita mientras se acercaba poco a poco por el pasillo formado entre las sillas. Poche le devolvió el saludo y le guiñó un ojo. Lo que vio a continuación la transformó por completo, su corazón ya nunca volvería a latir igual: del brazo de Sebas caminaba la mujer más hermosa que Poche había visto nunca.

Calle llevaba una falda de tweed con chaqueta a juego y la melena castaña, suelta sobre los hombros, le hacía juego con la vestimenta de Poche. En la mano llevaba un pequeño ramo de rosas rojas.

Poche contuvo la respiración a medida que Sebas acercaba a Calle a la que iba a ser su nueva vida y se le saltaron las lágrimas al ver que llevaba puesto el collar de oro con el colgante del atrapasueños. Calle sonrió y acarició el colgante con cariño.

Sebas y Kim se quedaron junto a ellas, en su papel de testigos, y Poche y Calle se volvieron hacia el sacerdote.

-Bueno, estas son las bodas que más me gustan. Esta unión entre estas dos mujeres es especial. Especial, porque vivimos en un mundo muy precario donde por desgracia el amor no se mide por el corazón de las personas, sino por su género. María José Garzón y Daniela Calle han demostrado que el amor va más allá del género. El amor es sencillamente… Amor. Nada más y nada menos. Cuando dos corazones se encuentran, nada más importa en realidad. Es en verdad lo que Jesús nos enseñó: a amar a los demás como él nos amó a todos y a cada uno de nosotros. Por eso aplaudo y celebro su unión. En un mundo lleno de racismo, odio y falta de voluntad para aceptar al prójimo, estas mujeres son un ejemplo de lo que hay de bueno en este mundo. De lo que anhelamos y esperamos alcanzar algún día. Por tanto, es un honor para mí unirlas en matrimonio. Tómense de la mano.

El sacerdote les sonrió. Poche le cogió la mano a Calle y se la apretó muy fuerte.

-María José Garzón, ¿Aceptas a Daniela Calle como esposa, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y prometes serle fiel hasta que la muerte las separe?

-Sí, acepto -contestó Poche en tono seguro.

Calle le dio un apretón en la mano.

-Y tú, Daniela Calle, ¿Aceptas a María José como esposa, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y prometes serle fiel hasta que la muerte las separe?

Calle asintió, luchando por no llorar.

-Sí, acepto -logró decir por fin, deshecha en llanto.

Poche puso los ojos en blanco y mantuvo el cariñoso apretón.

-¿Los anillos? -pidió el sacerdote.

Kim le dio el anillo a Poche.

-Pónselo en el dedo y demuéstrale a esta mujer tu amor y compromiso.

Poche le puso el anillo y esbozó una sonrisa radiante.

-Me he pasado la vida corriendo. Y todo ese tiempo, corría hacia ti. Gracias por salvarme, Daniela Calle.

Calle pestañeó para ver a través de las lágrimas y aceptó la alianza de boda que le tendía Sebas.

-Pónselo en el dedo y demuéstrale a esta mujer tu amor y compromiso.

Poche tenía la mano caliente cuando Calle la sostuvo entre las suyas, y le colocó el anillo en el esbelto dedo.

-Me he encontrado a mí misma en ti, María José. Estás en mi corazón y en lo más profundo de mi alma. Doy gracias a Dios por tu bondad y generosidad. Te amaré siempre y para siempre.

Poche sonrió, iba a darle el beso, pero el sacerdote carraspeó y Poche se puso como tomate.

-Impulsiva -le susurró Calle entre dientes.

-Por el poder que me ha sido conferido, y ante estos testigos y amigos, yo las declaro compañeras en la vida. Para vivir y amarse a los ojos de Dios -dijo, y sonrió-. Ahora, si María José, puedes besar a la novia…

Poche sonrió, estrechó a Calle entre sus brazos, la miró a sus hermosos ojos y la besó apasionadamente. Calle le devolvió el beso y, para cuando Poche la soltó, se había quedado sin aliento. Entonces Skye le tiró de la chaqueta a Poche y esta la levantó en brazos y le dio un buen beso. Mercedes le dio el bebé a Calle; Tara se despertó y empezó a llorar, así que Calle la acunó amorosamente.

-Tara llora otra vez -se lamentó Skye.

Poche se echó a reír.

-Eso es porque es un bebé, no una niña mayor como tú, pitufa -le dijo, y le hizo cosquillas en la barriga.

Las cuatro se abrazaron y dio comienzo la fiesta. Entre besos y abrazos, sus miradas llenas de amor se cruzaron y en sus profundidades hallaron la felicidad del paraíso. Poche le guiñó un ojo y levantó el dedo anular. Calle sonrió y también le mostró el suyo.

-Para siempre -dijeron las dos a la vez.
...

Los vientos celestiales las unieron y Calle y Poche volaron a lomos de aquellos vientos el resto de sus vidas, tanto en la bonanza como en la tormenta. Envejecieron juntas, vieron a sus hijas formar sus propias familias y malcriaron a sus nietos. Al final, les bastaba abrazarse ante la chimenea de la cabaña que tanto amaban. Ni siquiera la muerte fue capaz de separarlas, pues los vientos celestiales recogieron sus almas y las entrelazaron para siempre con dulce emoción.

No es un fin es un:  Para siempre jamás.

Heavenly Winds [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora