Capitulo 14

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Maratón 2/?

-Quédate -rogó Skye, agarrada del pantalón de Poche.

Calle tuvo que reprimir las lágrimas al mirar a su hija cuando Poche dejó el maletín y la cogió en brazos.

-Pitufa, es como la otra vez. Volveré antes de que te des cuenta. No llores, por favor -susurró, y le dio un beso en la mejilla-. Tienes que cuidar de mamá mientras yo no esté, ¿vale?

-Vale -murmuró Skye-. Velves, ¿verdad?

-Sí, pitufa. Volveré. Te lo prometo. Ahora termínate el desayuno.

-Ayós, Oche -se despidió la pequeña, y le dio un beso en la mejilla.

Poche y Calle fueron al coche la una al lado de la otra, en silencio.

-Te quiere mucho, Poche -le dijo Calle al llegar al vehículo.

Poche se volvió hacia ella, sonriente.

-Y yo también quiero al pequeño hobbit. Pero desearía que no se lo tomara tan a pecho cuando me voy.

-Creo que de alguna manera se acuerda de Matu. Siempre le prometía que volvería a casa, pero se retrasaba. Skye se quedaba esperándola en la ventana hasta que tenía que llevármela a la cama. No sé por qué lo hacía Matu -reflexionó Calle en voz alta. Bajó la mirada y removió la tierra con el pie-. A Mercedes le preguntó lo mismo.

Poche la escuchó, apoyada en el coche.

-Voy a volver, Calle.

Calle levantó la mirada hacia ella.

-Eso espero, vives aquí.

Poche se echó a reír y meneó la cabeza.

-Volveré el viernes. Llámame a mí o a Marge si…

-Me conozco el procedimiento, mi General -la cortó Calle, haciendo un saludo jocoso.

Volvió a producirse un silencio incómodo entre las dos, mientras Calle se retorcía el pelo y se acariciaba la barriga en gesto ausente y Poche miraba hacia el lago, con el maletín en la mano.

-Bueno… pues… -empezaron las dos al unísono.

Se echaron a reír y Poche abrió la puerta del coche.

-Buen viaje -le deseó Calle, y retrocedió.

-Gracias. Calle… -la llamó Poche, al cerrar la puerta.

No tenía ni idea de lo que quería decir o si debía decir algo.

-Lo sé, Poche. Vete. Nos vemos el viernes.

Se quedó en la entrada hasta que el coche tomó el camino de tierra y Poche sacó la mano por la ventana para decir adiós. Calle le sonrió y también agitó la mano.



Calle gimió al agacharse para recoger los juguetes de Skye, y al erguirse trató de estirar la espalda. Acababa de acostar a la niña, tras asegurarle por centésima vez que Poche volvería a casa al día siguiente. Lo cierto es que a Calle empezaba a gustarle la idea tanto como a su hija; se preguntaba qué hacía Poche en Chicago cuando no estaba en el estudio y, por alguna razón, quería conocer a la hermosa chelista.

-¿Por qué? -se dijo-. ¿Qué cambiaría eso?

Dejó los juguetes en el sofá y se dirigió pesadamente a la cocina para poner agua a hervir.

-Seguro que María José prefiere pasar el tiempo con ella que con una embarazada gorda.

Deambuló por la cocina hasta que el hervidor de agua pitó para indicarle que la infusión estaba lista y que por fin podía sentarse.

-La echo de menos -murmuró Calle, casi maravillada de que fuera así.

Pensar en Poche la hizo sonreír y se acercó a la ventana con su taza, para contemplar el lago. Estaba anocheciendo y las estrellas apenas despuntaban en el cielo del crepúsculo; pronto, la luna se elevaría por encima de los árboles. Aquellos bosques eran preciosos y se sentía segura y satisfecha, pero de repente la invadió una oleada de ansiedad. No sabía qué futuro le esperaba a su futuro bebé. Entonces el rostro de Poche le vino a la cabeza y sonrió de nuevo. El lago estaba silencioso y disfrutó contemplándolo mientras sorbía su manzanilla.



El jueves por la noche, Poche estaba junto al gran ventanal de su apartamento, con vistas al Lago Michigan. Había sido un día duro en el trabajo, porque nada sonaba bien, la música no funcionaba… o quizá era ella la que no funcionaba. Echó un vistazo circular a su coqueto apartamento y dejó escapar un suspiro: en Chicago ya no le quedaba nada.

Al preguntarse por qué, se dio cuenta de que la respuesta podía residir a seis horas de allí, en dirección norte. ¿Pero la respuesta a qué? El rostro de Calle le inundaba los pensamientos cada vez más a menudo, y cuando evocó la alborozada carita de Skye, se rio en alto. -¿Qué coñ… diablos me pasa? -se preguntó, dando un sorbo de vino, sin apartar los ojos del lago.

El timbre de la puerta la devolvió a la realidad. Echó un vistazo al reloj sobre la repisa y gimió.

-Por favor, que no sea Laura.

Fue a abrir la puerta y se quedó de piedra.

-¿Qué haces aquí? -preguntó, meneando la cabeza.

Mercedes la acalló con un gesto displicente de la mano y entró en la casa sin más, algo falta de aliento.

-¿Has subido por las escaleras? -se extrañó Poche, ayudándola a llegar al sofá con una mano bajo su brazo.

Mercedes se dejó caer en el sofá con un gruñido.

-No, pero tu apartamento está muy lejos del ascensor.

Poche tomó asiento en una silla, enfrente de su abuela.

-Me has dado un susto de muerte -se quedó-. Oye, ¿cómo sabías que estaría en casa… y sola?

-He hablado con Kim. Me ha dicho que estabas algo melancólica hoy, así que sabía que no estarías con la idiota con talento.

-No estaba melancólica. Y deja ya de llamarla así.

-Claro, tesoro. Se me ocurren muchos otros nombres. ¿Qué te parece…?

-Da igual. ¿Quieres beber algo? -ofreció Poche, si bien se levantó sin esperar respuesta.

-Preguntas cosas de lo más extrañas. Y hablando de cosas extrañas: ¿verdad que «melancolía» es una palabra muy rara? -comentó Mercedes, quitándose los zapatos para estirar los dedos de los pies.

Poche volvió con la copa helada y se la dio a su abuela.

-Gracias, querida. Volveré a incluirte en mi testamento.

Poche sonrió y se sentó junto a la chimenea para observar las llamas.

-Te pareces mucho a tu madre. Siempre que algo la confundía, ponía la misma expresión pensativa.

-No estoy confundida -objetó Poche, levantando la mirada-. ¿Por qué iba a estar confundida?

-Calle, Skye -contestó su abuela. Y luego, en un susurro, añadió-. Enamorarte.

Poche se quedó con la boca abierta.

-Te tienen comiendo de su mano -espetó, y alargó la mano por su copa.

Mercedes se rio y dio un trago.

-No estoy enamorada de Calle, abuela.

-No, aún no.

-Abuela…

-Poche…

Poche gimió y echó la cabeza hacia atrás, hasta apoyarla en la losa de la chimenea.

-Por favor, no veas más de lo que hay y te montes películas de amor. No hay nada entre Calle y yo. Joder, el otro día prácticamente la llamé zorra busca fortunas irresponsable y egoísta.

-Pero te equivocabas -le recordó su abuela-. ¿Qué te llamó Calle?

-Arrogante y pomposa.

-Ah, sí. Dio en el clavo, ¿verdad?

Poche no contestó, sino que inspiró hondo y luego expiró lentamente.

-Y de aquí a que esto acabe, se volverán a sacar de quicio y dirán cosas que no sienten o harán estupideces, pero se volverán a pedir perdón. El caso es que al final, cariño, te darás cuenta de lo mucho que necesitas a Daniela Calle y a su familia.

Poche parpadeó varias veces, como si tratara de procesar lo que quería decir su abuela.

-No estoy enamorada de Calle. Ella no está enamorada de mí. Solo la estoy ayudando hasta que nazca el bebé y ella pueda salir adelante. Estoy segura de que quiere recuperar su vida y volver a casa.

Mercedes resopló y se comió una oliva.

-Créetelo tu.

Poche negó con la cabeza.

-Yo…

Volvió a sonar el timbre y Poche se levantó con un gruñido.

-Me pregunto quién será -musitó Mercedes.

-Yo solo quería una noche tranquila.

-Pensando en Calle.

Poche rugió y abrió la puerta.

-Adelante -dijo sin más, y se apartó para dejar pasar al recién llegado.

Era Kim, que entró sin hacerse de rogar y sonrió alegremente al ver a Mercedes.

-¡Mercedes! Qué alegría verte.

Poche le dirigió una mirada torva.

-Como si no supieras que estaba aquí.

-Ay, calla. Me bebería una copa de vino -anunció Kim, quitándose el abrigo. Luego tomó la mano que le ofrecía Mercedes y se la besó.

-Sebastián es un cabrón con suerte -opinó esta.

Kim se rio y se sentó a su lado; aceptó la copa que le dio Poche y se acomodó sobre los mullidos cojines.

-¿Y de qué estábamos hablando? -se interesó la rubia.

-Adivina -refunfuñó Poche, de vuelta junto al hogar.

-¿Ya la has convencido? -le preguntó Kim a Mercedes.

Ella se encogió de hombros y volteó una oliva en la copa, de manera que Kim se volvió hacia Poche.

-¿No te ha convencido?

-No estoy enamorada de Daniela Calle.

-Claro que no… aún no.

-Eso mismo le he dicho yo -apuntó Mercedes, y dejó la copa al borde de la mesa-. ¿Qué es esto? -preguntó, al ver los diversos panfletos-: «Qué hacer cuando llegue el momento».

Lo leyó por encima y luego se lo pasó a Kim, que lo estudió con atención.

-¿Qué? -se defendió Poche, cada vez más avergonzada-. Bueno, Calle pasará aquí unos meses, tengo que saber qué hacer, ¿no?

Los dos asintieron sin despegar los ojos de la lectura.

-Esto no lo sabía -comentó Kim, señalando un párrafo. Mercedes lo leyó sobre su hombro.

-Bueno, querida, es que tú no eres una mujer embarazada.

Siguieron leyendo en silencio, hasta que Poche se puso de los nervios y se sentó en el sofá al lado de Kim. Sin dirigirle la mirada, le pasó un panfleto; Poche lo cogió y empezó a leer.

-Esto no lo sabía -murmuró.

Kim y Mercedes intercambiaron una mirada, pero no abrieron la boca, y Poche supo que la aguardaba un buen dolor de cabeza.



A la mañana siguiente, antes de tomar rumbo al norte, Poche pasó por la Biblioteca de Chicago y dejó el coche en el aparcamiento. El silencio en el enorme edificio resultaba ensordecedor. Poche se dirigió al mostrador principal y sacó un papel del bolsillo; la jovencita de detrás del mostrador le sonrió.

-¿Puedo ayudarla?

Lo dijo tan bajito que Poche apenas la oyó. Carraspeó y le dio el papel.

-Buscaba este libro.

La mujer echó un vistazo al papel y luego miró a Poche.

-¿Para su esposa? -se interesó, con una sonrisa cómplice.

Poche notó que se ponía colorada.

-Eh, no, no. Es para una amiga, que está embarazada, y la estoy ayudando…

-¿Tuvo una charla con el doctor Vera y le sugirió este libro?

-¿De dónde conoce al doctor Vera? -preguntó Poche, perpleja.

La mujer le enseñó el papel y fue cuando Poche se dio cuenta de que el médico había anotado la referencia del libro en una receta.

Soltó una risita.

-Ya veo.

-Puedo ayudarla a encontrar el libro. Acompáñeme.

Poche siguió a la mujer escaleras arriba y luego recorrió con ella unos cuantos pasillos, hasta que la bibliotecaria se detuvo y buscó en una estantería.

-Aquí está -anunció, y le entregó el libro a Poche.

-Usted lo ha…

-Sí, lo he leído. Mi mujer y yo tuvimos un bebé hace dos años y a Aby le fue muy bien el libro -le contó la bibliotecaria-. La ayudó muchísimo, porque no tenía ni idea.

Poche soltó una carcajada.

-Creo que su mujer y yo estamos en el mismo barco.

-¿Tiene usted carnet de la biblioteca?

Poche hizo una mueca y negó con la cabeza; la bibliotecaria le tendió la mano.

-Me llamo Juliana. Necesitaré algún tipo de identificación.

Poche le estrechó la mano y sacó la cartera. Al cabo de un rato, Poche estaba ojeando el libro mientras Juliana introducía sus datos en el ordenador.

-Este… ¿cómo…? Quiero decir, si no le importa…

La chica la miró por encima de las gafas.

-No me importa en absoluto, puede preguntarme lo que quiera.

Mucho más tranquila, Poche se apoyó en el mostrador.

-¿Usted tuvo cambios de humor y antojos?

-Oh, Dios, sí. Hubo un punto en que creí que Aby iba a dejarme. ¿Y antojos? Tuve una época loca por la comida china y las patatas fritas.

-Bueno, eso no es tan raro -opinó Poche.

Juliana dejó de teclear.

-Las dos cosas al mismo tiempo.

-Ah.

-¿De cuánto está su amiga?

A Poche no se le escapó la nota de duda al pronunciar la palabra «amiga».

-Sale de cuentas en diciembre.

De improviso, cayó en la cuenta de que solo faltaban dos meses y le entraron náuseas.

Notaba el estómago encogido y la sala se cerraba sobre ella de un modo asfixiante. Se tiró del cuello del jersey y notó que tenía la frente perlada de sudor. De lo que no se percató fue de que la chica se había levantado y había salido del mostrador para guiarla a una silla cercana.

-¿Se encuentra bien? Parecía que estuviera a punto de desmayarse.

Poche aceptó el vaso de agua que le ofrecía y se lo bebió de un trago.

-Estoy bien, no sé qué me ha entrado.

-La realidad -rio la chica, dándole una palmadita en el hombro.

Confusa, Poche la miró.

-Empieza a darse cuenta de la magnitud de la situación. Aby reaccionó igual, también sobre el séptimo mes si no recuerdo mal.

Ya con el pulso algo más sereno, Poche soltó una carcajada.

-¿Y usted nunca tuvo miedo?

Juliana se lo pensó un momento y, entonces, sucedió: sonrió y puso exactamente la misma cara de felicidad absoluta que Calle tenía a menudo. Poche las envidiaba a las dos.

-Al principio sí, pero luego fue como si encajara todo de golpe -explicó la chica-. Iba a tener un bebé y era feliz.

Le dio otra palmadita en el hombro a Poche y volvió a su mesa, no sin antes añadir por encima del hombro:

-Y Aby tenía ganas de vomitar.
...

Poche se pasó todo el trayecto de vuelta al norte dándole vueltas a la cabeza sobre Juliana, todo lo que había leído y lo que le habían dicho su abuela y Kim, hasta que ya no pudo pensar más. Ni siquiera la radio lograba distraerla, porque no se lo sacaba de la mente. ¿Estaba enamorándose de Calle? ¿Era eso posible? ¿Era lo que quería? Se hizo todas aquellas preguntas una y otra vez, mientras rezaba por obtener una respuesta. De lo que sí estaba segura era de que pensar en Daniela Calle le hacía cosquillas en el estómago y le aceleraba el corazón. ¿Era amor aquello?

Tomó el desvío hacia su cabaña cerca de las cuatro de la tarde, y entonces le dio un vuelco el corazón. La última vez que había regresado a casa, Skye se había puesto tan nerviosa que se había caído. Evocó la mirada de Calle, llena de preocupación por su hija.

¿Había algo en sus ojos cafés que dijera qué significaba Poche para ella? ¿Si es que significaba algo?

-Oh, Dios, ¡vale ya! -suplicó, al aparcar el coche.

Oyó sus voces en la playa y, al acercarse a ellas, casi se le escapó la risa. Calle estaba con Skye en las aguas poco profundas: la niña estaba con su flotador; su madre iba en pantalones cortos, con una camiseta de tirantes azul enorme, como es natural, y empujaba a su hija sin alejarse de la orilla. Calle llevaba gafas de sol y una gorra de béisbol, con la melena en una coleta suelta que salía por la abertura posterior. Tenía unos muslos musculosos y los brazos firmes. Poche se preguntaba qué hacía antes de quedarse embarazada. ¿Era deportista? ¿Hacía ejercicio? ¿O sencillamente estaba en forma de manera natural? Seguramente seguirle el ritmo a Skye la mantenía en forma. De todas maneras, nada de aquello era importante para Poche, porque lo cierto es que Calle era hermosa más allá de su aspecto físico. Lo era como persona. Cuando sonreía, lo hacía de corazón, era una mujer segura de sí misma, generosa…

Sin comerlo ni beberlo, Poche se sintió inepta y superficial.

¿Cuándo se había vuelto tan arisca con el amor? ¿Nunca tendría nada más que sexo? Se metió las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y la recorrió una oleada de autocompasión. No obstante, al oír reír a Skye se puso de buen humor enseguida y se le escapó una carcajada.

-Gracias, pitufa -murmuró, a nadie en particular.

La pequeña miró en su dirección y chilló.

-¡Ocheee!

Calle se volvió y le dirigió una sonrisa tan radiante que a Poche se le iluminó la cara al devolvérsela.

-¡Hola! -las saludó, agitando la mano mientras se acercaba a la playa.

Skye vadeó para salir del agua, se zafó de su madre y corrió hacia Poche sin acabar de quitarse el flotador. Cuando llegó hasta ella estaba medio atorada y la compositora sonrió.

-Ahora ya sabes cómo me sentí yo -comentó, y la ayudó a quitárselo.

De inmediato, Skye saltó a sus brazos y Poche la abrazó con fuerza. Miró a Calle, que salía del agua más lentamente, y fue hacia ella para ofrecerle la otra mano.

-Hola -la saludó Calle, jadeando.

-Hola -contestó Poche.

Skye le rodeó el cuello con los brazos a Poche.

-Pastelito, estás empapada y estás estrangulando a Poche.

-No pasa nada, es agradable. -Bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas y soltó a Calle-. Tienes buen aspecto.

La sonrisa de Calle vaciló y empezó a ponerse colorada. Nerviosa, se llevó la mano a la garganta y se rio.

-Bueno, gracias. Pero creo que he pasado demasiado tiempo al sol.

Poche vio que sí tenía la piel algo quemada y dejó a Skye en el suelo.

-Ya te vale, mamá -la riñó, juguetona.

-Oche, abua -pidió Skye, tirándole de la pierna.

-Espera a que vaya a cambiarme, a no ser que estés cansada -apuntó Poche, dirigiéndose a Calle.

-No, por favor. Me parece genial. Ve a cambiarte. Te esperamos aquí.



El agua fría del lago rejuveneció a Poche al tirarse desde el muelle, en donde Calle estaba sentada debajo de una sombrilla y vigilaba a Skye, que jugaba con la arena. Sin duda aquella noche iba a tocarle bañera. Se volvió a contemplar a Poche mientras nadaba.

«Qué cuerpazo, Dios», pensó.

Trató de imaginarse a Poche y a Matu juntas, no de un modo sexual, sino más bien en los momentos íntimos que debían de haber compartido. No le costaba adivinar lo que había atraído a Matu de Poche: era una mujer segura, sexy e inteligente. Calle se estremeció al recordar la tarde en que había despertado al sonido de Poche tocando el piano. Era una música muy sensual y romántica.

También se acordaba de lo irritada que estaba la compositora. Debía de tener que ver con su temperamento artístico. Calle cerró los ojos y se imaginó a Matu escuchando tocar a Poche. Casi le tenía envidia. ¿Cómo debía de ser saber que alguien está tocando una canción para ti y solo para ti? Puso los ojos en blanco y se rio en su fuero interno.

«Eres una boba romántica, Calle.»

Era un bello sueño, pero como todos los sueños, no era real. La realidad era la que era: tendría al bebé, recuperaría su vida y… ¿entonces qué?

Un salpicón de agua fría le dio en plena cara, sacándola de su ensimismamiento, y Calle pegó un grito. Skye empezó a partirse de risa cuando Poche salpicó a su madre por segunda vez.

-Tú… -gruñó Calle.

Poche esbozó una sonrisa maliciosa desde el agua.

-Antes tendrás que pillarme.

-Tú espera, Garzón. Después de que nazca el bebé, la venganza será terri…

-Ah, ah -la silenció Poche, agitando el dedo índice.

Al salir del agua se tiró de la parte posterior del bañador distraídamente y, al fijarse en el firme trasero de Poche, Calle sintió un cosquilleo que hacía tiempo que no sentía.
...

Disfrutaron de una cena maravillosa a base de perritos calientes y hamburguesas y, tras un buen baño, Skye se quedó dormida como un tronco antes de que se fuera el sol. Calle la dejó en el dormitorio, con la puerta entreabierta, y fue a reunirse con Poche en el porche.

Esta estaba apoyada en la barandilla, contemplando el atardecer, y Calle se quedó tras la puerta mosquitera unos segundos, para observarla. Desde el bosque les llegaban los sonidos del final del verano, los grillos cantaban, los pájaros nocturnos dejaban oír su llamada y la suave brisa estival silbaba entre las ramas de los abedules.

Calle sonrió y salió al porche; Poche se volvió hacia ella.

-La pitufa estaba cansadisima.

-Sí, la verdad es que sí. Ha tenido unos días muy intensos. Tenía que mantenerla ocupada, porque te echaba mucho de menos.

-Yo también la he echado de menos -susurró Poche-. Y… y a ti también, Calle.

-Gracias -musitó esta, y evitó mirarla a la cara-. Yo también te he echado de menos.

Poche disimuló la sonrisa y se volvió hacia el lago de nuevo. Calle también intentó no sonreír, pero no pudo evitarlo, porque se sentía feliz. Entonces se fijó en el tubo de crema que había en la barandilla.

-¿Qué es eso?

Poche siguió su mirada.

-Ah, es una crema que me pongo cuando me quemo con el sol. He pensado que te iría bien -le miró los hombros y se echó a reír-. Estás muy roja.

Calle estiró el cuello para verse la parte posterior de los hombros.

-Y pensar que prácticamente he rebozado a Skye de protector solar durante toda la semana.

-Y vas y te olvidas de ti. -Poche cogió el tubo-. Anda, ven.

Calle estiró la mano para que le diera el tubo, pero Poche se la apartó con delicadeza.

-Déjame a mí, tú no llegas. Date la vuelta.

-Oh.

Calle obedeció y miró al cielo para mantener la compostura cuando notó la crema fría en los hombros.

-Sería mejor si te quitaras la camiseta -dijo Poche en voz baja.

-¿Intentas ligar conmigo, Garzón? -preguntó Calle, consciente de que le temblaba la voz. Le costaba mucho controlar la sensación de hormigueo en el estómago.

-No lo sé. ¿Tan malo sería?

-No lo sé.

Tras un momento de silencio, las dos mujeres se rieron.

-Supongo que con esto será suficiente.

-Supongo que sí.

Calle hizo una mueca cuando se le escapó un hondo suspiro. En cuanto Poche retiró los dedos, añoró su roce cariñoso, pero el momento estaba roto. Se dio la vuelta y vio que Poche tenía el ceño fruncido. Ciertamente no era la expresión que esperaba ver; al menos hubiera querido verla respirar entrecortadamente o que le temblaran las manos.

-Gracias, ya me encuentro mejor -le dijo Calle.

-De nada.

-Es un atardecer precioso -susurró, apoyándose junto a Poche-. El lago está tan liso que parece de cristal.

-A lo mejor mañana podemos sacar la balsa. A Skye le gustaría.

-Sí, seguro que sí. -Calle miró a Poche de reojo-. Gracias, Poche.

Poche la miró a los ojos.

-¿Por qué?

-Por todo lo que has hecho por Skye y por mí. Si no fuera por ti, no estoy segura de dónde estaría en este momento.

-Eso tienes que agradecérselo a Matu. Yo ni siquiera sabía que existías.

-Creía que Matu te había hablado de mí.

Poche ladeó la cabeza y reflexionó sobre ello un momento. Finalmente, sonrió.

-Sí, lo hizo. Supongo que quien yo no sabía que existía era Daniela Calle, madre generosa y gran amiga. Tenía una idea abstracta de ti, pero ahora te conozco, sé cómo eres y lo que piensas. -Se encogió de hombros antes de continuar-. Así que no, no sabía que existías.

Durante un largo momento, Calle fue incapaz de hablar.

-Hay algo en ti, Poche. Puedo entender lo que Matu amaba en ti. Supongo que las dos debemos darle las gracias -murmuró, con lágrimas en los ojos. Desesperada, trató de reprimirlas, ya que no quería estropear el momento lloriqueando como una tonta-. Esta noche se lo agradeceré en mis oraciones, igual que a ti.

Supuso que lo mejor era irse a la cama antes de que las hormonas se le descontrolaran y la empujaran a decir algo que luego lamentaría.

-Yo también -aseguró Poche.

Calle sonrió y le cogió la mano a Poche un segundo.

-Creo que me voy a la cama. Buenas noches, Poche.

Poche asintió.

-Que duermas bien, Calle.

Esa noche, más tarde, Calle estaba tumbada en la cama mirando al techo, con Skye dormida a su lado. Se pasó una mano por la barriga y con la otra se secó las lágrimas. Aunque ya se llevaba mejor con Poche y habían pasado un día fantástico, le dolía la cabeza de intentar no pensar en todo lo que se le venía encima y cómo iba a salir adelante ella sola. Ahora bien, si era sincera consigo misma, Calle siempre había estado sola. Matu estaba siempre de viaje. Al ser piloto pasaba fuera mucho más tiempo del que a Calle le habría gustado, pero nunca estuvo segura de que a Matu le molestara tanto como a ella. Dejó escapar un gruñido irónico: aparentemente no.

Las súplicas de Calle siempre habían caído en saco roto. Al principio había sido fabuloso, como imaginaba que eran la mayoría de las relaciones cuando empiezan. Matu era una amante fogosa y Calle se deleitaba con su ternura. Creía que había encontrado a alguien a quien querer y con quien construir una vida en común. Realmente, Matu Garcés parecía dar con el perfil. Sin embargo, al año siguiente las cosas empezaron a cambiar cuando Matu amplió su jornada y el número de vuelos con la compañía. Fue un cambio lento, sutil, y a Calle la cogió por sorpresa. A lo mejor no le prestaba suficiente atención a Matu. Skye había llegado a sus vidas en una época muy temprana de la relación, cuando solo llevaban dos años. Tras la muerte de Mariana y Steve, la vida había cambiado para todos.

Calle no tenía ni idea de cómo ser madre, pero Matu, por mucho que la apenara la muerte de los padres de la pequeña, estaba encantada con la idea de hacerle de madre a Skye. En el dormitorio de la cabaña, mirando el paisaje por la ventana, Calle se descubrió negando con la cabeza: decir que Matu estaba encantada con hacerle de compañera de juegos era una definición más precisa.

Así pues, y a pesar de que la maternidad le había caído por sorpresa, lo cierto es que le resultó natural, más fácil de lo que se había imaginado. Cuando miró a Skye a sus adorables ojos cafés, se enamoró de ella. Desde aquel día, el bienestar de la pequeña fue lo prioritario. Era una responsabilidad enorme y era consciente de que a veces era demasiado dura con Matu, aunque igualmente cierto era que Matu lo intentó. Todas pasaron por una etapa de adaptación hasta que las cosas parecieron estabilizarse y fueron felices. Matu aceptó su trabajo con la compañía aérea para ganar más dinero, un dinero que necesitaban. Sí, se dijo Calle, con un suspiro cansado: eran felices, eran una familia. Y entonces todo se desmoronó.

La respiración acompasada de Skye empezó a adormecer a su madre, que notó que le pesaban los párpados. Alargó el brazo y le puso la mano en el hombro a la niña, solo para sentir el contacto. Al caer dormida, el rostro de Poche inundó sus pensamientos e invadió sus sueños.



-¿Cuánto pesas? -quiso saber Poche durante el desayuno.

Calle miró a Poche con los ojos entornados, mientras la otra mujer le ofrecía a Skye una mini salchicha y la niña la aceptaba con entusiasmo.

-Sabe comer con tenedor.

Poche levantó la mirada y sonrió, pero cuando vio la expresión ceñuda de Calle, enseguida le quitó la salchicha, se la cortó en trocitos y le dio el tenedor a la niña.

-No tengo ni idea de cuánto peso. ¿Por qué lo preguntas? -inquirió Calle, en referencia al interés de Poche, mientras se miraba la mano y la flexionaba unas cuantas veces.

Poche notó la tirantez en su voz y supo que Calle estaba haciendo un esfuerzo por controlar sus locas hormonas. A juzgar por cómo se miraba las manos, Calle se sentía hinchada. Poche echó un vistazo inconsciente al pasillo que conducía al dormitorio, reprimiendo el impulso de correr  por el libro que le había recomendado Juliana, Comprender su embarazo, y localizar el capítulo adecuado.

-Solo quería asegurarme de que estés ganado suficiente peso, eso es todo. El doctor Vera dijo que había que vigilarlo -respondió, con una sensación de ineptitud incómoda. Sinceramente, Poche no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo y todo el tema del embarazo la sobrepasaba.

-¿Quieres hacer el favor de dejar ya lo del peso? -espetó Calle, tirando la servilleta.

Sorprendida por el arrebato, Poche miró a Skye de reojo y vio que también se había quedado boquiabierta. Quiso decir algo, pero tuvo suficiente sentido común como para callar. Calle respiró hondo.

-Me muero por un café, no descafeinado. ¡Un café de verdad con leche y azúcar! Quiero ser capaz de levantarme sin apoyarme en la mesa. Quiero poder caminar sin parecer un pato -continuó, subiendo cada vez más la voz-. Quiero poder dormir una noche entera sin tener que ir al baño cada hora. Quiero volver a tener el control sobre mis emociones. Ayer Skye y yo estuvimos viendo Los tres chiflados ¡y me puse a llorar cuando Moe le mete el dedo a Curly en el ojo! Quiero volver a verme los pies -sollozó, hundiendo el rostro entre las manos.

Poche miró a Skye de nuevo; la niña observaba a su madre con gran curiosidad.

«Vale, cambios de humor, cambios de humor», se recordó Poche, y le puso la mano en el brazo a Calle.

-Lo siento. Estoy bien, pastelito -aseguró esta, sorbiendo las lágrimas y secándose los ojos con una servilleta.

Skye levantó los pies descalzos.

-Mamá, ¡mira pies!

Poche y Calle se echaron a reír.

-Sí, nena, veo tus pies.

Estiró la mano, le cogió los piececitos y le besó los dedos.

-Me encantan estos deditos -exclamó Calle.

Skye se partió de risa y su madre también siguió riéndose al levantarse de la mesa. Empezó a recoger los platos, pero Poche se puso de pie de inmediato.

-Siéntate, ya recojo yo.

-No, no, quiero hacerlo yo. Tú juega a cinco deditos con Skye -le dijo, con una sonrisa desafiante.

Poche se puso colorada, pero Skye dio palmas y le ofreció los pies a Poche.

-Deditos, pofiii.

Poche carraspeó y miró a Calle por el rabillo del ojo, pero esta se había puesto a fregar los platos y les daba la espalda.

-Vale, pitufa. Ahí vamos -empezó, cogiéndole el piececito en la mano-. Qué pies más pequeños tienes -exclamó, arrancándole una risita a la propietaria-. En fin, que este fue a por leña…

-¿Por qué? -preguntó Skye, ceñuda.

-Yo… no… no sabría decirte -balbuceó Poche. Miró a Calle, que se encogió de hombros-. Ya volveremos sobre el tema, es una buena pregunta. El caso es que este la cortó y no sé por qué – añadió, antes de que Skye preguntara-. Este fue a por huevos. A lo mejor necesitaban la leña del otro -anunció Poche, y le tiró del dedito siguiente, juguetona-, porque este los frió.

Calle cerró el grifo y se quedó apoyada en el fregadero para oír el resto de la disquisición lógica de Poche, que sonreía con seguridad.

Skye se miraba alternativamente los pies y a Poche con gran interés.

-Y el más chiquitín, se los comió. Pero no estoy muy segura de por qué. A lo mejor hacen turnos y le había tocado ir a por leña la vez anterior y… -calló de golpe al darse cuenta de lo absurdo que sonaba.

Calle cruzó una mirada con ella, con la ceja levantada en gesto de superioridad, mientras se secaba las manos en el paño de cocina.

-Mamá juega mejor -le confió Skye en un susurro.

Poche esbozó una sonrisa avergonzada y se echó para atrás en la silla.

-Bueno, hace tiempo que no jugaba a esto -admitió, dando un sorbo de café.

Observó a Skye mientras se retorcía para salir de la sillita, pero cuando Calle fue a ayudarla, la niña declaró:

-Mamá, yo solita.

Calle dio un paso atrás y dejó que su hija bajara sola. En cuanto llegó al suelo, salió corriendo de la cocina.

-¿Cuándo ha empezado? -rio Poche-. Suena mucho más mayor.

-Hace un par de días. Empieza a querer ser independiente. Esto se va a poner interesante -gimió Calle-. Su vocabulario crece día a día.

Poche levantó la mirada y se dio cuenta de que Calle se veía muy cansada. Aunque sus ojos cafés no habían perdido la chispa, parecía agotada. La compositora se levantó y la condujo hacia el sofá. -Venga, descansa un rato y pon los pies en alto. Ya acabo de recoger yo.

Cuando terminó en la cocina y volvió a la sala de estar, Calle se había quedado dormida en el sofá, con los pies en alto y la cabeza apoyada hacia atrás.

-¡Mamá! -la llamó Skye desde el pasillo.

Calle abrió los ojos al punto y trató de sentarse, pero Poche la retuvo.

-Voy a ver qué quiere esa pillina. Creo que me la llevaré a dar una vuelta por el bosque.

Poche fue a por Skye y le ofreció la mano.

-Venga, Skye, nos vamos a dar un paseo.

Al salir le guiñó el ojo a Calle.

-Enseguida venimos.

Calle le sonrió, agradecida de poder disfrutar de un rato de calma. También valoraba mucho que Poche notara cuándo lo necesitaba sin que se lo pidiera, porque odiaba pedirle cosas, con lo buena y considerada que había sido con ellas. Era agradable que alguien más se ocupara de su hija, ni que fuera por unos minutos.

Sin embargo, al cabo de una hora, Calle empezaba a preocuparse. Paseaba de un lado para otro del comedor, cuando por fin las oyó llegar al porche, y en cuanto entraron dio un abrazo a Poche.

-¿Dónde han estado? -lloró, con las hormonas fuera de control.

Poche abrió mucho los ojos y le rodeó la cintura a Calle con un brazo.

-Lo siento. Hemos ido a coger flores silvestres -explicó.

Calle la soltó, cogió a Skye en brazos y empezó a llorar otra vez.

-Perdonenme.

Skye miró a su madre con extrañeza y luego miró a Poche, que se encogió de hombros y le indicó que le diera un beso. Skye le puso las manitas en las mejillas a Calle y le rozó la nariz con la suya.

-No llores, mamá -le dijo en tono muy adulto.

Entonces le dio un beso y aquello debió de ser la gota que colmó el vaso, porque Calle se deshizo en llanto. Poche le rodeó los hombros con el brazo cariñosamente.

-¿Mamá tiste?

Poche cogió a Skye de brazos de Calle y las llevó a las ambas al sofá, en donde se sentaron juntas, con la pequeña en el regazo de Poche.

-No, pitufa. Mamá está contenta, porque te quiere mucho.

-¡A ti también te quiero! -sollozó Calle.

Poche se quedó helada. Skye aplaudió.

-¡Mamá quere a Oche!

Poche se rio y le secó las lágrimas de las mejillas a Calle con el pulgar.

-¿Oche quere a mamá? -preguntó Skye, tirándole de la camisa.

Calle miró a Poche a los ojos y no supo lo que veía en ellos. O, mejor dicho, sí lo supo y le dio muchísimo miedo.

-Sí, pitufa. Yo también quiero a tu mamá -afirmó, y le regaló a Calle el ramo de flores silvestres.

Heavenly Winds [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora