XIII

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✧DESPUÉS DE LA PELEA VIENE LA RECONCILIACIÓN✧

Salí del restaurante después de haberme quedado una hora con la fiesta nocturna que montaban. Había vuelto a dejar a Iz con Albert, el cual, me caía bien fuera de su cargo de supervisor, porque cuando estaba puesto en su papel de jefe era muy gruñón y se enojaba fácilmente.

Cuando salí, una rafaga de aire frío me azotó en todo el cuerpo. Estábamos en octubre, y hacía bastante frío. Solo tenía un jersey muy fino encima de la camiseta. Que adecuado...

Empecé a caminar, quizás podría encontrar un taxi, o un autobús disponibles a esa hora.

Pero cuando ya llevaba dos minutos caminando, un coche pito, parándose al lado de la cera, a mi lado.

Esta vez no empecé a correr como una endemoniada. Esta vez me había parado y medio girado para ver quien era el conductor de aquel coche.

Volvio a ser Nick.

—Te recomendaría que subieras, parece que tengas frío —señaló mis dientes castañeando del frío.

No muy segura de lo que hacía, subí al coche de Nick. Cuando entre, suspire. Que bien se estaba aquí dentro. Estaba calentito el coche. Lo agradecí internamente, no estábamos en buenos términos.

No entendía a Nick. Quiero decir: ¿era bipolar? En un momento podía ser un borde como cuando había salido de mi trabajo en la mansión Walker y al otro me dejaba subir a su coche.

—¿Ya te vas? —ladeo su cabeza, cruzó sus brazos y se repoyo en la pared de la cocina, donde yo estaba recogiendo mis cosas.

—¿No lo ves? —soné un poco más dura de lo que pretendía, pero tampoco le tome mucha importancia.

—A mi no me hables asi —se acerco a mi, yo en ese momento me puse recta y deje de buscar mi móvil en mi bolso—, que tengo el poder de despedirte.

—Y yo que pensaba que lo tenía tu padre —rodé los ojos, y seguí con mi búsqueda.

Entonces, cogió mi brazo y me giró hacia él de nuevo. Su toque me causó escalofríos. Aunque no sabía si eran buenos o malos.

—Tendrías que trabajar el 31, creo que necesitas el dinero... —me solté de su agarre bruscamente. No quería hablar de eso y debía irme.

—Pues que te vaya bien pensando eso —me dispuse a ir, sin haber encontrado mi teléfono.

—Vuelve aquí —me gritó, siguiéndome por detrás—. Te estoy hablando Evelyn.

Me tense de golpé.

Ya era la segunda vez que me llamaban por mi nombre de pila completo. Y no me estaba gustando.

¿Quién se creía que era para llamarme Evelyn, el rey de Inglaterra?

Me di la vuelta hacia él, para encararlo y me acerque un poco, poniendo mi dedo índice en su pucho, molesta. Muy enfadado.

—En tu vida vuelvas a decirme. ¿Me has oído? —dije un poco más alto de lo que pretendía.

—¿Por qué? ¿Te recuerda a cuando te regañaba tu madre o tu padre? —golpe bajo.

Eso me había dolido. Normalmente que gente me dijera cosas así (cosa muy poco frecuente o cosa inexistente casi) no me dolía tanto como lo había hecho que él me lo dijera.

Por un momento lo dejé pasar, porque pensé que él no sabía si él sabía que mis padres estaban muertos, pero su sonrisa burlesca me permitió saber que si estaba enterado. Y eso me dolió más todavía.

Una Cenicienta DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora