Capítulo 8

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            La luz me molesta en los ojos, me despierto con un olor dulce. Me voy a mover, pero noto calor y un peso sobre mí. Miro y veo que Lola está abrazada a mí, con su cabeza sobre mi pecho, babeándome. ¡Genial! Hecho la cabeza hacia atrás. Lejos de estar molesto o asqueado, me siento bien. Me gusta esta sensación. Podría quedarme aquí más tiempo. Todo el tiempo del mundo en realidad. Me incorporo un poco quitándome el peso de su cuerpo y me apoyo en el cabecero. Siento un frío anormal sobre mi piel. Miro el reloj, son las 8 de la mañana. Genial en España serán las 9 de la noche. Aprovecharé para llamar a mi madre. Traigo hacia mí el portátil que está en la mesilla, lo abro y llamo. En la pantalla aparece mi madre.

— Hola mamá —mi madre lleva sus gafas de pasta de siempre.

— Hola gordo. ¿Cómo estás por Hawái?

— Recién levantado, son las 8 de la mañana.

— Vaya se te han pegado las sábanas ¿Eh? — mi madre sabe de sobra que yo más tarde de las 7 de la mañana no suelo levantarme. Y es cierto, se me han pegado las sábanas. O Bueno las manos a la piel de Lola. Mejor no pensarlo, porque tengo una erección de caballo, en parte porque acabo de despertarme y en parte por haber dormido abrazado a una mujer, bueno a Lola.

— Sí, un poco.

— ¿Qué tal el vuelo? No me gusta que vayas a sitios tan lejos, son muchas horas. Y luego vienes con el cuerpo del revés.

— Mamá, no es para tanto — Entiendo su preocupación, pero me da rabia que a veces me saque estas cosas y me haga sentir mal.

— Déjalo en paz yaya — se oye la voz de Enzo de fondo.

— Tú sigue a tu videojuego y déjame hablar con mi hijo en paz.

De repente noto que la cama se mueve. ¡Mierda! Lola. Tendría que haberme ido de la habitación.

— ¿Hola? — mi madre saluda, miro por detrás de mi hombro y veo a Lola con pelos de loca, el rímel corrido pero preciosa de todas formas y sonrío como un estúpido.

— ¿Hola? — Lola me mira desconcertada.

— Perdona, tendría que haber salido. Pensé que no te despertarías. Es mi madre — miro a Lola y después la pantalla. Mi madre la sonríe y me mira.

— Mamá ella es...

— ¡Lola! — mi sobrino Enzo se asoma por detrás de mi abuela. ¡Joder! Qué vergüenza — ¿Te estas poniendo rojo tío?

— Déjame en paz.

— ¡Hola Enzo! — Dice una más despejada Lola mientras se restriega los ojos.

— Hola, yo soy Rosario, cielo. Un placer conocerte Lola.

— Es mi compañera, la nueva piloto.

— Oh, la sustituta de Bryan. Vaya.

— Oye Lola — Enzo se cuela en la conversación de nuevo — No nos habías dicho que trabajabas con mi tío.

— Ya bueno yo... esto — se está poniendo la pobre como un tomate. Menudo marrón.

— Bueno dejadla en paz. Voy a colgar. El vuelo ha ido bien y volveremos pasado mañana. Venga besos para todos.

— Pero hi...

Cuelgo, menudo marrón, menuda vergüenza y menudo todo.

— Lo siento. De verdad pensé que no te ibas a despertar todavía.

— Tranquilo — se pone de pie sobre el colchón y comienza a estirarse — He dormido genial — se pone de rodillas y me mira — me voy a mi cuarto a ducharme y cambiarme. En media hora estaré en tu puerta, tenemos muchas cosas que hacer. Entre ellas desayunar juntos ¿Recuerdas? Estoy desenado llegar al Buffet. ¡Qué hambre! — me da un beso en la mejilla y un abrazo que me dejan estupefacto y con cara de gilipollas como mínimo. Eso y un dolor ahí abajo que flipas. Porque se ha restregado contra mí casi como un gatito. Esto no puede ser sano. Lola se incorpora y se va hacia la puerta. Ni siquiera me sale una contestación, solo puedo mirar cómo se aleja con mi camiseta puesta, desnuda debajo y descalza. Coge su bolso, su vestido del suelo, sus zapatos y sale. Madre mía, madre mía. Una sensación de euforia me recorre todo el cuerpo, como cuando eres adolescente y vas a tener tu primera cita. Pues así. Una locura.

Enséñame a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora