Hace un par de semanas que Lola y yo estuvimos en Dubái. Ese viaje ha supuesto un punto de inflexión para nosotros dos. Un punto y aparte. Ahora, somos una pareja. El domingo siguiente de nuestro regreso, Lola quiso hacerlo oficial delante de toda mi familia, que lo celebró como si fuese una boda o un cumpleaños. Enzo, que había hablado antes con ella, nos hizo una tarta y Eros trajo Champagne para todos. Brindamos y nos quedamos hasta tarde. Estamos trabajando entre los dos por tener una rutina. No queremos caer en la monotonía, pero ella entiende que yo me agobio si todo es improvisado. Lola quiere salir a correr de verdad por las mañanas. He conseguido que ya corra los tres kilómetros que nos separan del centro del pueblo para poder desayunar allí. Yo regreso a casa y ella se suele quedar allí con Enzo y los contratistas. Se ha involucrado un montón con mi sobrino en el proyecto de la cafetería. Eros también está poniendo su granito de arena y dice que, si todo va bien, en la planta de arriba puede montar un restaurante en el futuro. Es genial verlos a los tres juntos. Se ríen, disfrutan y se les ve felices.
Mi familia ha aceptado la noticia sin problemas. La edad no es un problema para ninguno de ellos. Mi madre dice que, si para nosotros no supone un problema, ella no nos va a juzgar. Estamos a finales de septiembre y esta noche Lola llegará tarde. Va a salir por Madrid con mis sobrinos y sus amigos. Que a mí no me guste salir, no significa que ella no pueda hacerlo. Si algo tengo claro, es que no voy a cortarle las alas a Lola. Quiero que sea feliz. Y desde que nos besamos la primera vez, no ha vuelto a salir de fiesta. Yo solo le pido que se controle con la bebida. No por nada, sino porque no quiero despertarme y tener malas noticias. Hay mucho loco suelto hoy en día.
Mis hermanos han querido venir a despedir el buen tiempo y con ello la piscina, pasando la tarde aquí. Y seguramente se queden a dormir también. Alfonso está más decaído de lo normal y no me gusta verlo así. Carlos por su parte está como siempre, pero me preocupa mucho lo que he escuchado por el pueblo, las malas lenguas dicen que le han visto con chicas raras en su casa.
— Bueno Alfonso, ¿has sabido algo de Rebeca? — Carlos siempre ha sido el gilipollas de los dos mellizos. ¿Lo habías notado? Por si acaso, te lo digo yo.
— No, ni quiero, pero tengo la mosca detrás de la oreja. Porque ya sabéis que llevo haciendo cositas para gente de pasta muchos años, y desde hace un par de semanas casi todos acaban cancelando los contratos que teníamos. Creo que Rebeca tiene algo que ver.
— Será Hija de... — Carlos se levanta ofuscado del sillón de mimbre del jardín.
— A ver, Carlos — voy a mediar antes de que mi otro yo la lie — no tenemos pruebas de que haya sido ella ¿no? — Alfonso niega con la cabeza. —Entonces relajémonos ¿vale? No merece la pena que le des más vueltas.
— Si yo no quiero darle vueltas — Alfonso bebe de su cerveza — Pero es mucha pasta con la que contaba, porque tenía los trabajos cerrados y ahora se esfuman. Y encima yo, con la cabeza como la tengo.
— ¿Cómo se llama? — Carlos ha cogido su móvil y mira la pantalla
— ¿Cómo se llama quién? — Miro a mi hermano. Este no planea nada bueno. Seguro.
— ¿Quién va a ser? Rebeca o su marido, me da igual. Mejor su marido.
— Jacob Miller.
— Empresario alemán afincado en España desde finales de los noventa. — Carlos comienza a leer de la pantalla — Amasa una de las mayores fortunas conocidas, entrando dentro de los cien hombres más ricos de la lista Forbes durante los diez últimos años. Su mujer Rebeca Miller, es española de nacimiento y poco se sabe de sus raíces o su familia. Se casaron hace veinticinco años en Alemania, donde la española trabajaba y se trasladaron hace quince años a España. Viven en el lujoso barrio de la moraleja, bla, bla, bla... nada más de importancia. Sólo que dan una fiesta esta tarde en su casa. — Nos mira con cara de pillo. Esa que los críos ponen, cuando tienen una idea, que suele resultar pésima.
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Enséñame a volar
Romance"Si a mis 38 años, soltero, friki y hogareño me dijesen que mi vida iba a cambiar radicalmente en un segundo. Me reiría en la cara del que fuese. Pero, dicen que quien ríe el último ríe mejor y te digo desde ya, que fui el primero en reírme y el que...