La castaña casi se estrella con las puertas corredizas que la llevaban hasta una enorme terraza trasera, abrió grandes ojos cuando su pie le pegó una patada a las mismas haciéndola retumbar con fuerza por lo que las sostuvo desde la orilla viéndola con grandes ojos hasta que se detuvo el temblor.
Castle solo soltó un suspiro ocultando su rostro en sus manos, negó a esas voces en su cabeza que le indicaban que quizás había presionado demasiado en aquella idea de contratarla, pero cuando la vio reacomodarse la camiseta solo suspiró nuevamente, viéndola colocarse ante él.
Traía el rostro enrojecido, algunos mechones de su cola ya se han disparado hacia arriba por el friz que le ha causado la corrida, el susto de haber rotó la regla apenas treinta segundos dentro de la casa, cuando miró al señor Castle solo negó ocultándole la mirada.
—Buenos días—saludó el señor Castle.
—Creo que no son tan buenos—soltó, el hombre la miró con el ceño fruncido—saludé al señor Alejandro—confesó
— ¿Qué hiciste que?—preguntó, dando un paso hacia ella.
—Saludé al señor Alejandro, llegué y me dijeron que tenía que venir aquí—comenzó a relatar en voz rápida ya alterada—vi a un hombre en las escaleras y pensé que era usted y lo saludé.
—¿Cómo?—Castle tomó una bocanada de aire— ¿Cómo pensaste que era yo Meira?
—Es que no lo sé, es su culpa—indicó alterada—porque yo supuse que alguien que no quiere saber del mundo o hablar con la gente se iba a quedar en su habitación todo el tiempo, ¡pero no!—su respiración era agitada—el señor decide andar dando vueltas...
—En su casa—le cortó Castle con seguridad—el dueño de la casa tiene todo el derecho de caminar por ella, según lo que tengo entendido.
—Sí, sí, sí, pero...—pronto se encorvó ante Castle— ¿ya estoy despedida?—preguntó en un hilo de voz.
Mordiéndose despacio el labio inferior le buscó la mirada al hombre que la miraba con seriedad, y es que apostar por Meira era como apostar por el caos, la torpeza y las metidas profundas de pata, pero ahora solo le tocaba ver que tan profunda ha sido su primera falta, llevó su cabello hacia atrás tratando de controlarse.
—No puedo creer que hayas roto la primera regla apenas dos minutos después de haber pisado la casa.
—Minuto y medio—susurró, Castle arqueo una ceja por lo que al chica bajo su mirada—lo siento, es que en serio, imaginaba al señor Alejandro diferente.
— ¿Diferente cómo?
—No lo sé, pequeño y no, no lo es, en realidad es muy alto—Castle la observó con detenimiento, la joven comenzó a balancearse en su lugar—es alto y tiene una espalda ancha y esa mandíbula...
—Meira—la chica parpadeo con rapidez, negando, le buscó la mirada a Castle— ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Qué le dijiste?
La chica tomó una bocanada de aire, alejó las ideas nuevas en su cabeza sobre los azules ojos del señor Alejandro y la forma en la que su espalda ancha lo hacía lucir imponente e intimidante.
—Okay llegué bien y puntual—remarcó, como si aquel dato le daría una segunda oportunidad—el portero me indicó que tenía que venir hacia esta zona y cuando estaba haciéndolo vi la figura de un hombre en las escaleras y dije buenos días.
— ¿Cómo te diste cuenta que era el señor Alejandro?
—Porque se detuvo y volteo a verme, con esos azules ojos que...—Meira negó aclarando su garganta—volteó a verme y obviamente no era usted, así que supuse era el señor Alejandro.
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La fuerza del destino.
HumorMeira tenía un solo deseo, salir de la pequeña provincia inglesa donde vivía y dedicarse a su verdadera pasión, la música. Solo que para cumplir ese sueño había un pequeño o mejor dicho muchos problemas: ella no tenía dinero, patrocinadores, era el...