Margaret se puso de pie cuando escuchó un ruido en su sala, ajustó la bata de su pijama y solo miró con el ceño fruncido la figura doblada que soltaba maldiciones mientras intentaba recoger un pequeño adorno que se ha partido en dos.
Meira se incorporó acomodando la cabeza al elefante, pero solo frunció el ceño cuando escuchó a su hermana aclarándose la garganta, así que se dio la vuelta despacio, el cabello lo tenia revuelto, luce grandes ojeras por el mal dormir, pero parecía lista para irse, cargando todas las bolsas de unos regalos que ni siquiera quiso revisar.
Cuando Margaret miró la hora en el reloj decorativo de la pared frunció el ceño, ni siquiera eran las seis de la mañana y la castaña ante ella parecía tener ya una misión entre ceja y ceja.
—¿Qué haces despierta y lista tan temprano?
—Voy a ir donde el señor Alejandro a regresarle sus costosos obsequios.
—Meira...
—No—se acomodó una bolsa en el hombro y con la mano libre se cruzó la mochila en la espalda—no puede venir aquí, dejar chorrientas mil bolsas con cosas que no le pedimos y después solo irse, no era así.
—¿Qué?
Ella bajó la mirada y negó.
—No era así como lo imaginé, nada, ninguna de las dos veces que nos vimos después de su viaje era como lo imaginé, primero me hace propuestas indecorosas por su fiebre y luego cuando ya no tiene fiebre me mira como si le he arrancado la cabeza a un pollo en un solo movimiento y no es justo.
Margaret suspiró despacio viéndola como con dificultad levantaba en una mano tres bolsas de regalos, las tres mujeres sin duda se sintieron confundidas cuando gran parte de su sala quedó abarrotada de bolsas con obsequios, aun cuando lograron controlar un llanto sensible en la castaña que ahora suda mientras le pide a su hermana que le pase la mas grande, madre e hija revisaron los obsequios hasta que Meira, ya enojada por la actitud de Alejandro, decidió irse a meter a su habitación y no salió más.
Para Yeona y Margaret todo lo recibido parecía irreal, la niña en el celular de su madre fue descubriendo las marcas de los bolsos, abrigos, guantes y hasta piezas de joyería que ahora cada una tenia acomodada en sus respectivas habitaciones, borrando la cifra que la calculadora le dio porque estaba segura que era imposible, nadie podía tener tanto dinero para gastarlo en ellas tres y mucho menos sin una razón de fuerza más que agrado.
—Meira, Meira por favor—la detuvo cuando esta intentó abrir la puerta con la boca—Meira no vayas a hacer nada estúpido por estar enojada.
La castaña suspiró pesadamente y con un ademan de cabeza le pidió que le abriera la puerta principal.
—No, estoy enojada porque me tocará hacer algo estúpido.
Margaret frunció el ceño ante la respuesta.
—Sabes a lo que me refiero—soltó exasperada—además yo solo le pedí calcetines, esperaba un par o dos, no seis malditas docenas y mas ropa de la que me cabe en el armario—dio un paso a la salida, pero luego se giró, estaba enojada, había tenido un mal dormir y por supuesto ya el estomago le rugía de hambre—¿sabes que me dijo mientras hervía en fiebre? Quiero tener la capacidad de hablarte y tratarte como mereces ¡mentira! —señaló, sus ojos se abrían grandemente—porque me trato horrible, fue tipo, si, si aquí están sus regalos, nos vemos, ¿Qué acaso tenemos lepra?
Margaret intentaba que el alterado comportamiento de su hermana no la hiciera romper en una carcajada, porque sin duda la pondría peor, pero viéndola cargar con mas de quince bolsas, el cabello suelto y enredado en la bufanda a su cuello le daban un aspecto peculiar que sin duda no pasaba desapercibido.
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La fuerza del destino.
HumorMeira tenía un solo deseo, salir de la pequeña provincia inglesa donde vivía y dedicarse a su verdadera pasión, la música. Solo que para cumplir ese sueño había un pequeño o mejor dicho muchos problemas: ella no tenía dinero, patrocinadores, era el...