El vehículo avanzó por las calles del pueblo con dos personas conversando animadas en el asiento trasero, Meira seguía hablándoles sobre sus muchos trabajos y lo que ha conocido de los pobladores del pacifico pueblo, uno que para ser pequeño y haber sido tildado de los más hermosos en Inglaterra tenia demasiados pobladores que podrían salirse por completo de esa definición.
Alejandro se sintió confundido cuando solo pudo divisar arboles por un lado y césped alto que se movía con el viento por el otro, extrañamente reconocía la zona, después de todo estaba mas cerca de su casa de lo que pensaba, cuando el vehículo disminuyó la velocidad Meira volteo a ver al chofer.
—Hasta acá puede pasar señorita—indicó este—si avanzó más podríamos quedarnos pegados.
—Claro, no te preocupes—señaló la joven, se volteó hacia Alejandro—¿puede caminar? No falta mucho.
El miró por la ventana, no miraba exactamente hacia donde quería dirigirse la castaña, miró el reloj en su muñeca consciente que quizás si iba a perder todo el itinerario ya trazado, pero aun así le asintió a Meira quien sonrió en respuesta.
Cargaron entre los dos las bolsas, la jovencita siendo tan cordial como solo ella podía le dejo una soda fría y un sándwich de pavo al conductor quien recibió todo con una enorme sonrisa, además de una bolsa de papitas por si no quedaba lleno.
La chica parecía andar entre terciopelo, se movía de un lado a otro disfrutando del roce de la yerba alta hasta su rodilla, en cambio Alejandro que iba abriendo paso con su bastón, uno porque su costoso y personalizado traje no merecía sufrir los estragos de sus abruptas decisiones, dos porque temía que alguna serpiente podría cruzarse en el camino de ambos.
Entonces Meira se detuvo de pronto, se chupo el índice y lo puso frente a ella, alejando la miraba con el ceño fruncido, entonces la jovencita se soltó en una alta carcajada que lo dejó aún más confundido.
—No se para que demonios se hace eso, pensaba impresionarlo—soltó risueña—bienvenido a la única cosa buena que tiene Shaftesbury.
Ante ellos tenían un hermoso mirador, completamente diferente al que Alejandro ya conoce, le permitía ver parte del acantilado, del mar y allá a lo lejos lo que parecía ser otro de los condados de Dorset, se puso a reir cuando Meira comenzó a aplastar el césped, que en ese lugar no era tan alto, con la suela de sus zapatos, de una de las bolsas sacó una manta que en realidad se miraba muy delgada para ofrecer protección, y si bien intentó colocarla en un solo movimiento el viento no se lo permitió.
Se quedó de pie viéndola luchar con la manta quien en un momento termino enrollada en la pierna de la joven quien la miró con la ceja achicada, casi como declarándole la guerra al trozo de tela por lo que él soltó un suspiro.
Alejandro dejó la bolsa que cargaba y le ayudó tomando las dos puntas de un lado, la estiraron contra la ráfaga que se me presentó en ese momento y se sentaron con rapidez antes que una nueva las moviera, quedando muy pegaditos, pero solo se pusieron a reir, reacomodándose.
—No es el mesón de Vlad, pero si el mirador de Meira—susurró ella, parecía emocionada de una forma tan adorable.
La observó con atención mientras sacaba sus compras rápidas, sándwich de tres tipos, una bandeja de quesos de esas de super mercado, nada elegante, bebidas frías, dos bolsas de papitas y una de malvaviscos, Alejandro se mordió los labios cuando sacó vino en caja.
—Por si se quiere poner elegante—le susurró la castaña, viéndole la burla en la mirada.
Por último, un par de vasos descartables y un pequeño frasco de aceitunas.
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La fuerza del destino.
HumorMeira tenía un solo deseo, salir de la pequeña provincia inglesa donde vivía y dedicarse a su verdadera pasión, la música. Solo que para cumplir ese sueño había un pequeño o mejor dicho muchos problemas: ella no tenía dinero, patrocinadores, era el...