El día corrió en aquella casa, por primera vez la curiosa castaña pudo a ver a dos empleados más, claro que reconocía a los chicos, pero ella se escondió de los mismos, uno se retiró a las dos y treinta, el otro a las tres, fue entonces cuando se preguntó si de casualidad todos los horarios tenían esa media hora de diferencia entre uno y otro.
Aun le faltaba una hora a su turno, pero el trabajo parecía haberse duplicado, no entendía como es que los libros que le había tomado acomodar en un día, de pronto le estaba tomando más tiempo limpiar y guardar, quizás porque era porque estaba cumpliendo la labor en la terraza, porque a veces podía ver la sombra del señor Alejandro viéndola desde el interior, porque cuando se emocionaba la casa le pedía silencio de forma firme o porque estaba aburrida, muy aburrida.
Soltó un suspiro dejando el paño con el que limpiaba una de las ultimas pilas de libros, le quedaba un contenedor, pero ya no va a poder más con ellos, se retiró la mascarilla y guantes, arreglándose un poco los mechones que se han escapado d su cola que aflojo un poco hace una hora.
Lejos de los libros contaminados esta la novela a la que le ojea una que otra hoja para despejarse, el problema es que se ha despejado más veces de las debidas, quizás por eso la tarea ha sido mas larga de lo que esperaba.
—Y todo por un estúpido ratón—se susurró, limpiando ahora una enciclopedia—bien estaba haciendo esto en la hermosa biblioteca con el techo pintado—suspiró—ahí podría haberme hecho una bolita para leer y nadie se habría dado cuenta.
Tomando el libro que llevaba más de diez minutos limpiando dio un par de pasos hacia atrás para ver al interior de la casa, sino había moros en la costa podría darse el lujito de leer la ultima hora sin que la seria mirada del señor Alejandro le estuviera atravesando el cuerpo o peor aun la despidiera por lo mismo.
Frunció el ceño bajando la mirada cuando vio la interacción de Castle, el señor Alejandro y una guapísima mujer de cabello negro y largo que se despedía de los dos, parecía mover sus manos con mucha delicadeza, Meira pasó saliva cuando le puso la mano completa en la mejilla al señor Alejandro.
—Que atrevida—soltó con seguridad, segura que aquel gesto no había sido aprobado por el hombre quien solo asentía a lo que sea que la pelinegra estuviera diciendo.
Se acercó un poco más a la terraza, tratando de seguirles el paso mientras estos se despedían de ella acompañándola a la salida, claro que Meira no pudo prever o quizás sí, si la hubiera visto, la pata de una de las mesas donde pegó su pie completo, en el especial la zona de su dedo chiquito.
—¡Demonios! —soltó con firmeza, dando saltos en un solo pie, mientras se agarraba el pie lastimado.
Dentro de la casa todos pudieron escuchar el lenguaje de la jovencita, la mujer ante ellas frunció el ceño, pero no emitió ninguna opinión, Castle se hizo hacia atrás viendo los brinquitos de la joven quien soltaba maldiciones de forma bajita, dejándose caer en la misma mesa que la ha lastimado para revisarse el pie que le enviaba ondas de dolor hasta el centro de su frente.
—Te pasa por chismosa—se regañó—¿qué tienes que andar viendo quien toca al señor Alejandro o no?
—¿Puedo saber que ha sucedido?
La voz de Castle la hizo abrir grandes ojos, pasó saliva y tan solo lo miró de reojo, poniendose una vez más el zapato.
—Me pegué con la pata de la mesa—le dio unas palmaditas a la madera.
—¿Por qué estás viendo quien toca al señor Alejandro?
Meira abrió grandes ojos, desvió su mirada poniendose de pie para acomodarse el traje que sigue usando, disimuladamente regresó a su paño y el mismo tomo de enciclopedia que llevaba ya mucho tiempo limpiando.
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La fuerza del destino.
HumorMeira tenía un solo deseo, salir de la pequeña provincia inglesa donde vivía y dedicarse a su verdadera pasión, la música. Solo que para cumplir ese sueño había un pequeño o mejor dicho muchos problemas: ella no tenía dinero, patrocinadores, era el...