Capítulo 23. Fiebre.

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Cuando la jovencita bajó del autobús expulsó un estornudo que hizo que sus mocos se corrieran con rapidez, así que sacó el pañuelo de su mochila y ante el conductor que, solo negó, se sacudió la nariz de forma sonora y poco femenina, pero solo se alzó de hombros andando hacia la mansión.

Si bien su hermana, Castle, Yeona y hasta el medico londines que enviaron exclusivamente para ella le habían indicado que tenía que descansar, Meira llevaba casi cinco días en casa y ya no podía más, se estaba volviendo loca con sus ideas, con la sensación en su cuerpo y sobre todo con los sueños o alucinaciones, no estaba segura, de lo que pasaría cuando se reencontrara con el señor Alejandro.

Su mente iba del caos a la calma en cuestión de segundos y ahora andando hacia la casa, donde por supuesto no la esperaban porque la joven tiene un subsidio asignado por un medico privado de lentes gruesos y nariz grande que le dijo lo que ya sabía, tenía una fuerte gripe, pero en este momento ella solo se rebatía en los días venideros, porque Alejandro estaba próximo a volver.

La sensación en su panza la hace detener sus pasos y fruncir el ceño, no estaba segura si el retortijón era por una necesidad de ir corriendo al baño o por los nervios le ajustan nudos que le ponen la piel helada, lleva casi doce horas sin saber de él y después de haber escuchado su voz tan continuamente hasta quedarse dormida, comienza a sentir el peso de la ausencia.

En el comando que le enseñó Castle en el portón principal de la casa, puso una clave asignada de forma única y sonrió cuando la hoja pequeña se abrió para ella, se balanceo mientras andaba, el día era pálido, frio y nubes infinitas cruzaban el cielo donde el sol parece haber renunciado a su trabajo.

Elevó su rostro, como hacia todos los días, y solo suspiró cuando miró las cortinas de esa habitación corridas, frunció los labios cruzándose de brazos, avanzó hacia la casa después de limpiarse la nariz, guardándose el pañuelo húmedo de mocos en el bolsillo de su pantalón.

—Meira—Curtis se sorprendió cuando la vio llegando—¿Qué haces aquí?

—Vengo a trabajar—señaló lo obvio, llevando sus hombros hacia atrás.

Miró con el ceño fruncido como el hombre volteó hacia atrás, suspirando de manera pesada le tomó del brazo metiéndola hacia el interior de la casa, la chica estaba confundida por la actitud del portero, quien la encerró en la bodega de comida, la jovencita lo vio con la ceja arqueada.

—¿Qué fue eso? —preguntó.

—Creo que deberías de irte.

—Me siento mejor y traje mi medicina—señaló la mochila en su espalda—además no puedo seguir perdiendo días de trabajo, me aburro en casa y...

—El señor Alejandro ha vuelto—soltó Curtis.

La chica sintió sus mejillas entibiarse y casi puso percibir el flujo de sangre subir a las mismas, pero su sonrisa no se pudo ampliar al ver la seriedad en Curtis.

—Eso es malo ¿por?

—Porque no vino amable—señaló el hombre, viéndola de frente—y tengo entendido que tenias la orden de quedarte en casa, si te ve aquí, va a explotar y todo será peor, ya han despedido a dos personas.

La chica abrió grandes ojos frunciendo el ceño.

—Pero si ni siquiera son las nueve de la mañana, Curtis esto es absurdo, vengo a hacer mi trabajo.

La chica salió de la bodega, mas que todo alentada por la esperanza elevada de que ese encuentro con Alejandro seria como las notas románticas que en su cabeza lo han descrito, se limpió la nariz con el brazo y sin dudarlo subió hacia el segundo piso, Curtis quiso detenerla, pero no fue capaz, así que se dirigió con rapidez hacia la oficina donde Castle intentaba reparar todo el daño causado en las últimas horas.

La fuerza del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora