Capítulo 21. Faro

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Suspiraron aliviados cuando llegaron a la mansión del acantilado con los últimos rayos de sol, las luces principales la iluminaban de una forma peculiar, dándole ese aspecto de mansión embrujada que a muchos jóvenes curiosos le llamaba tanto la atención antes de la mudanza del castaño hombre que va en la parte trasera de un Bentley escuchando a una animada Meira que no ha parado de hablar desde que lograron salir de aquel especial lugar.

En sus ojos ha visto caer la tarde, en los reflejos de su cabello el atardecer pareció quedarse estancado y en sus enormes sonrisas algunos fragmentos de la capa de protección que recubre gruesa y aparentemente impenetrable a Alejandro, se iban desprendiendo.

La chica suspiró aliviada cuando se estacionaron ante la mansión, pero solo apretó los labios cuando vio salir a un agitado Castle quien ha estado preocupado desde que los dos dejaron de responder mensajes y llamadas, frunció el ceño cuando detrás del alterado hombre salió su hermana, por lo que volteó a ver a Alejandro quien solo suspiró, sonriéndole con debilidad.

—Parece que tenemos una agradable visita—susurró.

—Me parece que es una alterada visita—los dos voltearon hacia la misma dirección donde Margaret y Castle aguardaban cual leones esperando que salieran sus presas—muy alteradas.

Alejandro se puso a reír.

—Creo que dejamos de responder desde hace una o dos horas, así que deben estar muy preocupados.

—Conozco esa mirada en mi hermana—señaló, Alejandro busco a la seria Margaret quien esperaba de brazos cruzados—y estoy segura que si salgo ahora mismo, terminaré acribillada a orillas de esta preciosura, solo con esa mirada.

El tan solo se puso a reír, Meira miró la manera en la que tomó sus dedos del asiento, los apretó con suavidad por lo que ella lo miró con grandes ojos, Alejandro le acarició con suavidad la mejilla rosada, encontrando un calor que casi le causaba cosquillas, aun con la protección de sus guantes.

—Se puede quitar los guantes—susurró la joven, pasando saliva cuando escuchó que una puerta se abría.

Parpadeo rápidamente y de ese trance los dos salieron al mismo tiempo al ver a Donis bajar, pretendiendo darle la privacidad que al parecer la pareja necesitaba, Alejandro solo apretó un puño la mano que ha rozado la piel de Meira y tan solo paso saliva.

—Tengo que alistarme—señaló.

—Sí, darse un baño sobre todo, porque estoy segura que no lo dejan pasar la puerta del aeropuerto si llega con esa exótica mascarilla de polvo.

Los dos se pusieron a reír, Alejandro vio detrás de la ventana la interacción de Castle y Margaret, las dos preocupadas personas escuchaban atentas al chofer, mostrándole las llantas y todo el lodo que el lujoso automóvil había conseguido en su peculiar aventura.

Margaret fue al encuentro de su hermana cuando esta salió del vehículo, le acunó el rostro a la castaña, le revisó de pie a cabeza y ahí mismo le dejó ir un pequeño golpe al brazo, pero la exagerada Meira pegó un grito viéndola con enojo y el ceño fruncido.

—Eres una bruta—le soltó la castaña, sosteniéndose el brazo como si se lo hubieran dislocado—me he perdido en la jungla, me pudo haber comido un león o una serpiente.

—Las serpientes no comen personas, además que no tenemos leones—le soltó Margaret—y estaba preocupada por ti, niña terrosa.

La castaña le sacó la lengua cruzándose de brazos ante la hermosa mujer de azulada mirada quien solo negó, sin dudarlo, así rebelde y malcriada la estrechó en sus brazos, porque realmente estaba preocupada.

La fuerza del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora