Capítulo 36: Atalaya y Escila (1ª Parte)

5.3K 308 73
                                    


Capítulo 36


 Atalaya y Escila: Centinelas de Eurasia. (1ª Parte)



Con un cielo rosado como telón de fondo, y al tiempo que el cancerígeno astro rey comenzaba a ocultar su enfermizo resplandor ultravioleta tras la negra silueta del horizonte, un enorme y atronador monstruo metálico sobre rieles recorría, a inusitada velocidad, las desoladas, estériles y congeladas tierras invernales de Alemania. En su imparable avance, enormes masas de nieve acumulada sobre las gruesas vías eran apartadas violentamente por aquel pesado y ancho convoy de aspecto herrumbroso que se dirigía a la megalópolis más industrializada del mundo conocido. Los ferrocarriles del siglo XXII distaban mucho en aspecto de los que se acostumbraron a utilizar antes de la devastadora Guerra del Ultimátum. Esas poderosas maquinas ya no eran gráciles serpientes alargadas de apenas dos metros y medio de ancho, cuyos vagones estaban recubiertos por delgadas láminas de metal, sino que se habían convertido en anchos transportes blindados de diez metros de ancho y hasta cuatro de alto.

En los perniciosos tiempos narrados, los trenes suponían una de las pocas formas seguras de viajar para los ciudadanos europeos, pero estos debían hacerlo enfrentando una gran cantidad de obstáculos. Para afrontar estos inconvenientes, los convoyes habían tenido que mutar hasta casi ser irreconocibles. Los principales peligros que debían enfrentar estos nuevos colosos motorizados eran principalmente cinco: la radiación ambiental, la posible contaminación vírica y bacteriológica, el inclemente tiempo cambiante, los intensos rayos ultravioleta del sol y, quizás la más peligrosa de todas: los posibles ataques terroristas. Así pues, no era de extrañar que el ferrocarril pareciera más un enorme acorazado sobre enormes y gruesos rieles de inquebrantable merídium que un tren tradicional. Todo el articulado iba blindado con gruesas planchas de aleaciones duras y muy densas que cumplían una doble función: proteger al vehículo contra ataques enemigos e impedir la entrada de cualquier tipo de radiación al interior del tren cuando este se veía obligado a viajar sobre la superficie y no bajo tierra, como acostumbraba a hacer.

Sin embargo, no era esa la única diferencia que existía con los antiguos modelos del siglo XXI. Los actuales iban armados con ametralladoras automáticas e incluso cañones de artillería de gran calibre. Además, como medida extra de seguridad, en su interior solían llevar personal militar especializado para proteger a los, casi siempre, adinerados pasajeros. Y aquí  se ha de puntualizar lo de «adinerados», ya que en la Unión Europea existía una regla no escrita para los ciudadanos pobres que tenía mucho que ver con el alto costo de los pasajes y lo injusta que se había vuelto la sociedad: «allá donde nazcas, morirás».

En el interior de una de estas fortalezas rodantes era donde se encontraba, pensativo y muy nervioso, el doctor Kindelan, que en esos momentos miraba a través de los monitores ubicados en las paredes (los vagones carecían de ventanas) el contorno de una descomunal cúpula gris y opaca que se perfilaba, difusa, entre el denso velo de contaminación que la rodeaba. Al ver aquello Declan negó con la cabeza con cierto pesar y resignación. «Su feo panorama exterior es una buena carta de presentación para lo que uno se va a encontrar dentro», pensó el experto en A2plus.

Ya estaba a punto de arribar a la estación norte de la sobrepoblada Frankfurt y la intranquilidad lo tenía martirizado. El investigador era consciente de que iba a reencontrarse con la hermosa y mortífera Ishtar 001a y eso era algo que le producía un sentimiento contradictorio de anhelo y pavor. El anhelo que acongojaba su corazón era porque le resultaba imposible no sentir una profunda empatía por aquella joven inocente de cabellos verdes a la que prácticamente tuvo todo, hasta a hablar, ya que ni eso sabía hacer cuando despertó por primera vez de su largo sueño. El profesor casi llegó a tomar el rol de padre con ella durante la estancia de la nephilim en las instalaciones de SEGDIAN; algo que le hizo sentirse realmente culpable por las cosas que se había visto obligado a hacerle a la mujer antes de que la tuviese que despertar del coma inducido. ¿Pero cómo podría él haber sabido que un ser creado para aniquilar humanos sería como aquella chica? Había una gran diferencia moral entre experimentar con una «máquina de matar» y lo que luego ella resultó siendo al final.

A2plus: Esencia Evanescente I y II (YA EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora