Capítulo 30: ¿Aún hay un alma en tu corazón, Hans? (2ª Parte)

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Capítulo 30:

¿Aún hay un alma en tu corazón, Hans? (2ª Parte)

(Hay una melodía para acompañar el texto)

Era casi mediodía, y aunque generalmente esto no tuviese demasiada importancia en Berlín por culpa de la bóveda casi opaca que cubría toda la ciudad, en el exclusivo Distrito de la Virtud las cosas simplemente eran diferentes.

Hans caminaba deprisa, con cierta urgencia, pero sin poder abstraerse de lo que sus azules ojos estaban viendo. Resultaba paradójico que dentro de una de las urbes más lúgubres de la Unión Europea, existiese un bello oasis donde al mirar a lo alto, en lugar de tener que observar una inmensa y grotesca cúpula, uno pudiese contemplar un irreal pero bello cielo celeste de blancas y mullidas nubes. Y es que todo aquel sector, como atestiguando su opulencia, pero también confirmando ser una burbuja ilusoria dentro de una ciudad cruel y despiadada, estaba envuelto por una enorme imagen holográfica cóncava que simulaba el aspecto de un cielo natural, pero sin los peligros que conllevaría exponerse a uno verdadero.  Al mismo tiempo, como segunda cualidad, aquella cortina ilusoria servía como gigantesco velo de intimidad, pues era vista desde el exterior como un enorme domo fantasmagórico que adquiría el aspecto de un inmenso espejo abovedado. Este, impedía a la plebe ver el lujoso estilo de vida que las personas de alta alcurnia podían permitirse, siguiendo la máxima de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Sin embargo, lo más bello en aquel distrito no era aquel cielo azul ocultando la antiestética y arcaica cúpula de más de un siglo de antigüedad. Lo que de verdad impresionó a Hans en su rápido caminar, fue encontrar vegetación real creciendo en las calles, algo nada habitual. Cada suntuosa urbanización tenía un pequeño jardín con genuino césped, y pequeñas matas de diversos tipos y colores; incluso en ocasiones Hans contempló preciosas hortalizas naturales plantadas como si de un pequeño huerto privado se tratase. Todo aquel oasis idílico y elitista, olía a flores y fruta madura. Un aroma que Hans sintió en verdad embriagador, a la vez de nostálgicamente conocido.

También pudo contemplar que a lo largo de toda la avenida principal, unas largas y broncíneas farolas ornamentadas con cientos de complejas y trabajadas filigranas, se alzaban a casi treinta metros de altura, proporcionando una iluminación similar a la de un pequeño sol. A los pies de cada una de estas potentes luminarias, crecía un hermoso árbol de grueso tronco y frondosa copa, cuya especie no supo identificar, quizás por tratarse de un híbrido nacido en algún laboratorio. Aún así, Hans se maravilló con su sola visión. En verdad caminar bajo sus ramas cubiertas de verdes y fragantes hojas, resultaba reconfortante. Era el único lugar residencial que disponía de arboles en toda la oscura y a la vez luminiscente capital europea. Los demás estaban ubicados en los extensos invernaderos que había bajo tierra y eran cultivados por prisioneros políticos o delincuentes comunes, que eran usados como mano de obra esclava, generalmente hasta su muerte.

Tan maravillado estaba Hans con todo cuanto estaba viendo, que tardó bastante en percatarse de la curiosa y recelosa mirada inquisitiva que los viandantes le obsequiaban cada vez que se cruzaba con alguno de ellos. La aristocracia de Berlín, temerosa de la plebe —a la cual solía considerar ladrona, sucia y mezquina— tenía la costumbre de desconfiar, en extremo, de cualquier persona que no conociesen y pareciese pertenecer a un estrato social inferior. Ansdifeng se dio cuenta de que su aspecto desaliñado y sus ropas baratas, estaban llamando demasiado la atención de los residentes.  Temiendo que alguno llamase a la policía para detenerlo, creyó que lo más conveniente sería salir de aquel lugar lo antes posible y de una forma cuanto más discreta, mejor.  Pero justo cuando iba a abandonar la avenida principal para adentrarse en calles menos concurridas como precaución, resonó, por todo el Distrito de la Virtud, una estremecedora sirena antiaérea. Hans al escucharla sintió un escalofrío y por un momento abrigó el impulso de salir corriendo a buscar un lugar donde ocultarse, pero enseguida se dio cuenta de que dicha actuación habría llamado la atención de todo el mundo, por lo que decidió actuar con discreción.

A2plus: Esencia Evanescente I y II (YA EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora