Capítulo 39 Novosibirsk (parte 4)

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Capítulo 39 

Novosibirsk (parte 4)


Gracias a la pericia de sus pilotos, el gigantesco Svyatogor se posicionó sin mayor novedad cerca de una de las pequeñas subestaciones que proporcionaban la cobertura radial necesaria para la comunicación con la megalópolis de Novosibirsk. El vehículo lo hizo en medio de una muy intensa tempestad de nieve, bajo unas condiciones de visibilidad deficientes. Pero en el preciso momento en que llegó a ese punto, ocurrió algo sorprendente. Como si de una casualidad profética se tratase, justo cuando las gigantescas y pesadas orugas detuvieron su aplastante avance, y el crujido metálico de sus eslabones dejó de rechinar, el astro rey apareció sobre el lejano horizonte, asomando por un intersticio del nuboso velo celeste, y entonces, como si fuese un evento mágico, su intenso brillo ambarino hizo ver un paisaje de oro donde solo había copos de nieve y un manto helado sobre la tierra.

 Como si de una casualidad profética se tratase, justo cuando las gigantescas y pesadas orugas detuvieron su aplastante avance, y el crujido metálico de sus eslabones dejó de rechinar, el astro rey apareció sobre el lejano horizonte, asomando por ...

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Desde la cabina de mandos del acorazado, a través de los gruesos metacrilatos blindados, Ganzorig contempló extasiado aquella escena y no pudo evitar quedarse embobado con tan bella visión. Le costaba creer que la Tierra, a pesar de estar tan enferma y moribunda, aún fuese capaz de mostrar un escenario de tal primor. Era casi inconcebible. Sin embargo, casi al tiempo, un inexplicable sentimiento de melancolía acongojó el corazón del mongol. Por alguna razón inexplicable, presentía que nunca más tendría la oportunidad de volver a contemplar de nuevo un amanecer como aquel, y que todo estaba a punto de cambiar para siempre. Sin poder hacer nada para combatir tal premonición, el piloto vio con tristeza como el sol volvía a desaparecer entre el denso velo de nubes grises y como un extraño miedo, cargado de ansiedad, se enseñoreó de su pecho.

—Señor, hemos llegado a la zona de cobertura, ¿permiso para transmitir? —escuchó Ganzo a su lado. Era Igor el que hablaba.

Estas palabras sacaron al mongol del mundo de elucubraciones en el cual se había sumergido. Su compañero estaba pidiendo permiso al teniente Sergei para abrir el canal de comunicación con la ciudad de Novosibirsk.

El líder de la expedición suspiró, algo nervioso.

—Adelante —le ordenó Mussorgsky, que en esos momentos se encontraba de pie, justo detrás de los asientos de los pilotos—. La clave de identificación es «Amatista 22».

—Entendido, señor —dijo Igor.

Inmediatamente, ante la atenta mirada de los allí presentes, Igor navegó por el menú de la consola del puesto de control y activó el canal de radiofrecuencia de banda corta del vehículo. En circunstancias normales tal operación habría sido considerada como rutinaria y aburrida, y nadie, excepto el implicado en llevarla a cabo, le prestaría mayor atención. Era obvio que aquella no era una situación normal. Los insólitos acontecimientos vividos durante el viaje de regreso, y la misteriosa advertencia que algunos de los soldados habían recibido durante lo que pareció una contaminación mental masiva por parte del aterrador Satán-25, impidieron tomarse aquella llegada a Novosibirsk como algo usual. Las oníricas palabras anunciadas por la sofisticada creación de A2plus aún reverberaban en la mente del oficial al mando: «En Novosibirsk hallaréis la muerte; solo los elegidos deben ir». Si aquel aviso era cierto, ¿qué funesto acontecimiento les estaba esperando en aquel lugar? ¿Qué sabía ese pro-human que ellos desconocían? ¿Y quiénes eran los elegidos? ¿O es que acaso esos elegidos eran exactamente aquellos que habían recibido su mensaje?

A2plus: Esencia Evanescente I y II (YA EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora