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Lo lamento.

Ella lloraba desconsolada, sosteniendo el cuerpo sin vida de una niña de unos nueve años. Los sollozos se escapaban de sus labios, y por mucho que lo evitara, sus lamentos hacían eco en el bosque. El demonio bajó la lanza.

—Ya alcancé mi límite. Tendré que dejarte vivir.— Esperó un rato para ver si ella cedía y dejaba el cuerpo, pero al ver que no, se acercó. —Vete.

—No.

—No fue una pregunta.— Dio un paso más y lo único que ella hizo fue apretar con fuerza el cadáver contra su pecho. El demonio suspiró alzó su lanza una vez más, golpeando con fuerza la nuca de la muchacha. Su vista se volvió borrosa y sintió que perdía el conocimiento.

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Los años pasaron en un caos, aunque con el tiempo las cosas se volvieron relativamente más fáciles para ella y los otros que lograron sobrevivir tanto. La joven fue una de las primeras en unirse a esa rebelión planeada por Lucas, junto con los otros mayores del lugar. Ahora todos estaban reunidos en el molino, preparando las últimas cosas para la comida de aquella noche. 

—¿Todavía usas el pin que te regalé el primer día?— Gillian saltó a su espalda, sonriendo. La muchacha miró el dibujo de un molino en el cielo azul, la pequeña imagen algo desgastada ya prendida a la tela de su campera.

—Por supuesto, me recuerda a cuando nos conocimos. Aparte, es muy bonito. Gracias por el regalo.— La rubia sonrió. 

—¡No es nada!— El reloj sonó, anunciando la hora de la cena. Todos se alejaron para empezar a preparar los suministros de comida, pero el albino tomó la mano de su compañera y se llevó un dedo a sus sonrientes labios, indicando que hiciera silencio.

—¿A dónde me llevas?— Preguntó, aunque no opuso ninguna resistencia.

—Quiero mostrarte algo.— La miró de reojo, con complicidad. Ella esbozó una sonrisa, arqueando una ceja.

—Bueno, muy bien.— Subieron las escaleras de caracol del molino en silencio hasta llegar a una puerta de madera. Estaba vieja y mohosa, pero parecía que sus bisagras eran bien cuidadas. El de ojos rojos sacó una llave y abrió la puerta, que hizo un sonido chirriante. La vista del bosque en el cielo estrellado era hermosa. Aún con el cielo falso, las estrellas brillaban como reales, las nubes moviéndose con lentitud encima del pueblo, en donde las luces de las calles hacían sombras a la gente que pasaba a buscar su comida. El murmullo del viento por los árboles le transmitió una efímera sensación de paz. Oliver posó suavemente su mano en la espalda de la chica.

—¿Te gusta, Eliza?

—Es precioso.— Se quedó en silencio un momento. —¿Pero por qué me muestras esto?

—Nada en especial. Solo pensé en que te gustaría.— Eliza rio.

—Bueno, tenías razón. Ahora bajemos, tenemos que ayudar a los demás.— El albino la miró, sonriendo aún. —¿Por qué me miras así? ¿Tengo algo en la cara, hice algo?

—¿Qué día es hoy, Eliza?— Ella parpadeó.

—Ah... Hoy es mi cumpleaños. Lo... Olvidé.— Oliver aplaudió.

Dientes de León {Oliverxtú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora