III

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Odiaría que algo malo te pasara.

—Awww, Oliver, que tierno eres.— Suspiró Eliza, dándose la vuelta en una forma de asegurarse que el chico no notara su sonrojo. Oír la suave risa del contrario a sus espaldas hizo que su objetivo de calmarse se vea más inalcanzable de lo que le parecía en un principio, y su corazón latía desesperado dentro de su pecho. Aún así, logró mantener la compostura lo suficiente para terminar sus tareas.

—¿Quieres hacer algo más tarde?— Le preguntó Oliver, llevando los medicamentos sobrantes de vuelta al molino. La chica lo pensó momentáneamente.

—Sí. Hoy es el aniversario.— El albino parpadeó y su mechón rojizo bailó en el aire al tiempo que él ladeaba la cabeza, levemente confundido. Luego se enderezó, con una pequeña tensión apareciendo en su mirada.

—Cierto. Perdón.— Abrió los labios, dudoso, y miró hacia otro lado. —¿Te molestaría que te acompañe?— Ella negó con la cabeza.

—Siendo honesta, no quiero ir sola.— El chico hizo un sonido ronco con la garganta, indicando que entendía. Una vez que dejaron las cosas en sus respectivos lugares, empezaron a caminar por el bosque, tomando un tipo especial de flor silvestre de color marfil, que crecía espontáneamente por todo el lugar. Así, armaron un pequeño ramo, el que depositaron en el suelo, en una parte específica del bosque. Los árboles de la zona tenían estas flores por todo el lugar, y dejaron en la pequeña parte del suelo que solo era tierra seca el pequeño ramillete. El de ojos rojos acarició la espalda de la muchacha, con cierta pena en reflejada en su mirada.

—Ya los vamos a vengar, Eli. Lo prometo.— Ella asintió con la cabeza y se sentó en el suelo, mirando hacia la nada. Él se sentó a su lado, aún manteniendo su brazo al rededor de la espalda de la de cabellos (c/p) y acariciando suavemente en círculos. Su mano fue subiendo hacia los mechones de cabellos sueltos, en los que en silencio fue trenzando flores de distintos colores, asegurándose de que no fueran las blancas. Una vez terminado, empezó a hacer una corona de flores, que apoyó suavemente en la cabeza de ella, sin el fin de distraerla de su pequeño trance, una pequeña costumbre que se había vuelto ya ritual entre los dos. Luego hizo otra para sí mismo y también se la puso. Después de un rato, Eliza se puso de pie.

—Ya está. Vamos, Oliver.— Él asintió con la cabeza, enderezándose y limpiando la tierra de sus ropas. La chica lo esperó en silencio.

—¿Te molesta si te tomo de la mano?— Preguntó. Ella dudó por un segundo, sin saber que responder por un corto periodo de tiempo.

—No. Me refiero, hazlo si quieres...— Estiró su brazo y sintió como la mano de su acompañante se entrelazaba con la suya, esparciendo cierta calidez entre las uniones de sus dedos, cosa que le hizo cosquillas.

—Violet se va a enojar si no llegamos para cuando esté lista la comida. Vamos, vamos.— La guió suavemente hasta la salida del bosque y de vuelta hacia el molino. Cuando abrieron la puerta, Violet los miró de arriba a abajo.

—Ya los estaba por mandar a buscar. Ustedes dos, cuando están juntos, siempre se meten en problemas.— El muchacho sonrió, aunque titubeó al sentir la insistente mirada de la de cabellos morados sobre su persona. Ella, al ver la clara confusión, señaló con la mirada cómo se tomaban de las manos, y recién entonces pareció darse cuenta. Se aclaró la garganta para llamar la atención de la chica de ojos (c/o) e imitó el gesto, señalando sus manos unidas. Ella se apartó con un fuerte sonrojo en su rostro y empezó a caminar más dentro del lugar, nerviosa.

—Tengo que ayudar a Gillian, ya vuelvo.— Balbuceó como excusa improvisada. Y aunque todos sabían, nadie dijo nada.

—¿Me mencionaron?— La rubia entró por la puerta, masticando un pedazo de pan. Ni Oliver ni Violet respondieron su pregunta, así que ella solo soltó un suspiro exasperado. —Estos dos siempre hacen lo mismo.— Y empezó a caminar por los pasillos del molino, despreocupada.

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Ya se encontraban todos en la plaza mayor cenando. Eliza caminaba al rededor, buscando con la mirada a un niño en específico.

—¡Eliza!— Soltó el aire retenido con alivio al oír al pequeño llamar a su nombre.

—Peter. Me alegra que estés bien.— Contestó. El pequeño le dió una sonrisa titubeante, lo mejor que podía conseguir en aquel estado de terror constante en el que se encontraban. Ella se sentó en el suelo y le entregó una bandeja de comida. —Ven, vamos a cenar. Esta noche, por lo menos, vamos a poder dormir sin interrupciones.— El pequeño acomodó la bandeja sobre su regazo y tomó una cucharada de guiso, soplando para enfriarla.

—¿Tú estás bien? ¿No te pasó nada?— Le preguntó, para luego tragarse la comida de un solo bocado.

—Estoy bien, no te preocupes. ¿Te pasó algo a tí?— El castaño dudó por un segundo.

—Vinieron unos niños a mi escondite. Estaban muy asustados. Dijeron que en el bosque habían visto como uno de sus hermanos murió...— Mordió un pedazo de pan y lo masticó en silencio. —¿Por qué nos pasa esto? Yo... Yo quiero volver a mi casa. Quiero volver con mi Profesora... No quiero saber que existen esos monstruos.— Ella lo miró en silencio.

—Sí, es algo que muchos queremos. A veces, deseo que todo esto sea una pesadilla y que despierte en mi cama en mi hogar. Pero esta es la realidad, lamentablemente. Hay monstruos que nos acechan y nos comen. Pero... No todo es malo, al menos aquí.— Peter giró la cabeza, haciendo que sus rizos rodaran en el aire.

—¿Y qué cosa sería bueno aquí?

—La gente. Hay gente muy buena aquí, Peter. Aún en esta situación horrible, raramente me siento sola. Siempre hay gente en la que puedo confiar.

—Supongo... Que tienes razón.

—Aparte, la comida no está nada mal, ¿No crees?— El niño parpadeó, y una sonrisa se escapó de sus labios.

—Le falta sal.

—¿Qué? ¡No es cierto! Está deliciosa.

—Bueno, eso dirás tú. Yo creo que le falta sal.

—Si serás...— Eliza dejó su bandeja a un lado y se abalanzó sobre Peter, haciéndole cosquillas.

—¡Para, para!— Pedía el niño, entre risas. —¡Está bien, tiene suficiente sal!

—Muy bien.— Ella se alejó, volviendo a tomar su bandeja, mientras el castaño recuperaba el aire.

—Tramposa...— Eliza sonrió.

¿Yo? Jamás.

Dientes de León {Oliverxtú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora