Papas Fritas

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—Ella es mía.—gruñó Hugh mientras volvía a golpearlo, la griega se me quedó mirando completamente sorprendía por la reacción del gorila— Nadie se atreva a tocarla, el que lo haga se las verá conmigo, ella es mi mujer y voy a matar a quien le falte el respeto. —declaró furioso, las venas del cuello se le marcaron.

—Espera un momento. —intentó decir Mía.

—No. —le advirtió en un gruñido mirándola.

—Está bien, lo siento. —dijo el hombre en el suelo del ring con el rostro sangrado.

—Estás advertido. —dijo señalándolo con la mano— Ven conmigo. —le ordenó a la griega que sería sorprendida y confundida por la actitud del gorila.

Se dejó prácticamente arrastras por el gimnasio, Hugh la había tomado por la cintura, intentó zafarse de su agarré, pero no lo logró.

—¡Oye! ¡¿Qué te pasa?! —inquirió furiosa cuando la soltó.

—¿Qué te pasa a ti? Te dije que te comportaras. —gruñó después de cerrar la puerta de su departamento que estaba arriba de su gimnasio.

—Yo me porté bien, el idiota ese que quiso meterme mano. —discutió mirando lo sexy que se miraba enojado.

—Te dije donde debías esperarme. —señaló acercándose a ella.

—Lo sé, pero parecía divertido. —se justificó mirando como se detenían frente a ella.

—Todo te parece divertido, princesita. Si no hubiera estado ahí, pudieron propasarse contigo, deja de ser tan boba. —declaró a dos centímetros de su rostro.

—Y tu deja de ser un gorila. —lo empujó sin lograr moverlo— ¿y qué es eso de que soy tuya? —cuestionó.

—Solo lo dije para qué te respetarán, nadie se atreverá a tocar a mi mujer. —explicó dando unos pasos atrás.

—Pero no soy tu mujer, ya quisieras que lo fuera. —dijo cruzándose de brazos viendo que iba a la cocina.

—Por supuesto que no, quien en su sano juicio va a querer a una princesita como su mujer.

—Evidentemente alguien que no sea un gorila. —aclaró mirando el lugar, que era completamente masculino, una pequeña corona rosa en el sofá llamó su atención.

—Di lo que querías, sabía que no debía traerte. —musito abriendo el refrigerador para sacar una botella de cerveza.

—No sabía que te gustaban las princesas. —dijo tomando la corona poniéndosela.

—¿De qué hablas? —inquirió girándose para verla con la corona de Arizona puesta.

—De esto, tienes algún fetiche que compartir con la clase. —dijo divertida, había descubierto que le gustaba molestarlo.

—Es de mi hija. —respondió serio.

—¡Wow! ¿Te reproduciste? —cuestionó sorprendida acercándose a él, quien gruñó antes de tomar de la botella— Es linda. —dijo quitándose la corona dejándola sobre la pequeña barra de la cocina donde se recargó, viendo como su manzana se movía mientras bebía— ¿Cómo se llama tu hija? ¿Estás casado? ¿Cuántos años tiene?

—Son demasiadas preguntas. —señaló sin responder ninguna.

—Bien, parece que eres lento.

—¿Lento? —inquirió mirándola confundido.

—Sí, de la cabeza. —dijo con una sonrisa traviesa— Voy a hacerte de una a una las preguntas.

—Tú eres un fastidio, pero no lo digo. —señaló molesto.

MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora