Secuestro

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Había terminado de desayunar con Arizona, quien no paraba de hablar sobre lo que iban a hacer en el campamento, sobre quemar bombones, o escalar algún árbol, nadar, correr, él escuchaba pacientemente y respondía cuando era oportuno.

—¿Papi podemos ver una película? —le preguntó mientras Hugh se detenía frente al gimnasio después de desayunar.

—Cariño, tengo que revisar algunas cosas en el gimnasio, sabes que estuve de viaje mucho tiempo, así que tengo que ponerme al día, pero puedes verla tú y luego me la cuentas ¿está bien? —dijo su papi apagando su deportivo.

—Está bien, pero luego tienes que ver lo que he aprendido en ballet. —aceptó la rubia.

—Sí, mi amor. —dijo sonriendo antes de bajar e ir a abrirle la puerta.

Subieron al departamento, donde la dejó instalada en su cama, para ver la película de bailarinas que la pequeña había dicho, le preparó un poco de palomitas por si quería y le dejó una botella de jugo y otra de agua, por fin pudo bajar a su gimnasio, para ponerse a trabajar en las cuentas.

—¡¿Dónde diablos estás?! —escuchó del otro lado de la línea a Máximo, su amigo quien le gritaba.

—¿Por qué me gritas? ¿Qué sucede contigo? —cuestionó Hugh.

—Se llevaron a la griega. —escuchó y sintió como le caía un balde de agua fría en el cuerpo.

—¡¿Qué?! —preguntó sorprendida y en shock al mismo tiempo.

—Ven al hospital Columbia, aquí te explico. —ordenó antes de colgar.

—Espera ¿qué sucedió? —no pudo decir nada más escuchó el tono del corte de la llamada.

Nervioso y preocupado, guardo todo lo que estaba haciendo, apago su laptop, para subir a su departamento.

—Cariño. —llamó a Arizona entrando al departamento.

—Papi ¿Ya terminaste? —preguntó saliendo de la habitación en unas pantuflas que simulaban unas zapatillas de ballet.

—No cariño, tenemos que salir, debo trabajar. —respondió, caminando a su armario el cual estaba cerrado con llave, pues eran donde se encontraban sus armas— Puedes acomodar tus cosas.

—Sí ¿a dónde vamos? —preguntó dando media vuelta para entrar a la habitación.

—Ahora te digo. —dijo asegurándose que entrara a la habitación para sacar sus armas, se guardó una en la espalda y otra en el tobillo

—Estoy lista. —dijo con una Diadema de orejas de gatos, su mochila rosa en los hombros y sus pantuflas, tenía una princesa, pensó viéndola.

—Me doy cuenta, andando. —dijo antes de tomarla en brazos para salir por la puerta trasera que daba directo a su departamento— Voy a dejarte con tu abuela.

—Pero yo quiero ir contigo. —declaró agarrada del cuello del gorila.

—Lo sé, pero tengo que trabajar, volveré pronto. —le prometió.

—¿Vamos a ir a acampar? —quiso saber mientras Hugh abría su Mustang.

—Claro, mi amor. —declaró dejándola con cuidado en el asiento del copiloto.

—Bien, ¿Crees que la abuela pueda ver la película conmigo? —inquirió mientras le ponía el cinturón.

—Sí, a ella le encantan las películas de bailarinas. —respondió sin tener idea de si a su madre le gustaban o no.

—¡Genial!

Subió al Mustang y se dirigió a la casa de su madre, a la cual le mando un mensaje diciéndole que necesitaba su ayuda con Arizona, pues había surgido un problema en su trabajo, cuando llegó ya los esperaba fuera de la casa.

MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora