Cazando a la belleza

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La única que falta de vencer es Afrodita, quien se escondió todo el tiempo que duró la guerra.

Aún no podía comprender como es que Hefestos a pesar de todo lo que le había hecho la Diosa, era capaz de tener piedad por ella y ayudarla a ocultarse, se que si fuéramos a donde está él, no dudaría en tratar de matarnos con tal de que no le tocaramos ni un cabello rojo a Afrodita.

Supongo que a veces es así, nos sentimos tan vacíos por dentro en cuanto a nuestro amor propio, que sostenemos cerca a personas que a veces nos hacen creer que sí, pero a veces nos hacen creer que no.

No soy quien para juzgar, Afrodita para Hefestos era un lujo, que aunque no lo pudiese costear, haría todo lo que fuera para tenerlo con él, aunque ella prefiriera a otros antes que él.

-¿Cuál es el plan, Cupido?- pregunté impaciente.

-Apolo y tu irán sobre Cerbero...

-Ajam...

-Artemisa y yo iremos por los cielos.

-¿A dónde?

-Con Hefestos

Nos reunimos todos juntos para comenzar a buscar, la idea de Eros era bastante buena, pero para mí no tenía un plan, tan desastrosa su cacería como los planes de Ares, al final tienen algo en común.

Apolo me ayudó a subir sobre Cerberos, era algo incómodo viajar con él, tomando en cuenta todo lo que había pasado cuando lo conocí, pero debo admitir que Apolo era todo un caballero con toda mujer que pasaba por su vida, en especial sus musas.

-Siempre supe que estarías con él.

-¿De qué hablas, Oráculo?- pregunté confundida.

-Desde que te ví, no tenía claro si eras una musa, una ninfa o una humana, pero al verte junto a la guerra, ví que eran un desastre bastante bonito.

-Un "desastre"- reí

-Si, eso es lo que son, a veces de los desastres nacen comienzos hermosos y nuevas oportunidades, créeme, soy testigo de tantos que puedo jurar que el de ustedes va a terminar en algo revolucionario para el Cosmos.

Una sensación de calma se encargo de recorrer cada parte de mi cuerpo, escuchar al oráculo de los dioses era un placer y más cuando cada una de sus palabras me daban la esperanza de un buen futuro para mí, mi pueblo y el bárbaro del que me enamoré.

Luego de recorrer varios kilómetros montados en la gran bestia que era Cerbero, llegamos a la forja de Hefestos, un lugar montañoso, dónde de el había charcos de lava, la que tengo entendido usaba para forjar el metal y así hacer sus magníficas armaduras y armas.

El calor era indescriptible, solo un Dios como el podría soportarlo, sin embargo, luego del viaje mi piel anhelaba un poco de calor en ella, aunque por momentos me sentí agobiada por la temperatura.

Caminamos hasta donde el Dios trabajaba, los cuatro estábamos buscando señales de él o de la peliroja.

Una flecha que casi atina a la cara de Eros nos sorprendió a todos, poniéndonos en guardia para quien fuera que haya intentado atacar a Cupido.

-¡Que sorpresa, un maldito nene con pañal vino de visita!-

Voltee a ver el rostro de Eros, el cual dejaba notar en sus ojos la furia que presentaba al escuchar tal insulto del herrero, Cupido tenía esa mirada tan temible y tan parecida a la que tenía Ares al estar en sus guerras.

-Sal de las sombras maldito herrero mediocre.

-¡¿Mediocre yo?!- rió molesto -Mediocre tú, Dios del amor, ¡Por favor, que ridículo!

Amando a la Guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora