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Mingyu despertó demasiado temprano ese día. Uno de esas jornadas donde la alarma llegaba más tarde que uno mismo. Una mañana donde Mingyu se levantó más por aburrimiento que por llamada del deber. 

Se asomó por el balcón mientras la ciudad aún dormía a casi las cinco de la mañana. Sus pies descalzos se sentían helados sobre la cerámica porosa del lugar. Sus manos cálidas rozaban la baranda, y todo parecía lejano. 

Sus pantalones acuadrillados y su camisa holgada que la verdad ni siquiera sabía de donde provenía. 

Terminó por mirarse a sí mismo. Notó que había bajado notoriamente de peso, estaba ligero como una pluma, y sus ojeras frente al espejo habían aumentado. Sus manos a veces tenían temblores por el exceso de café, y sentía la necesidad de volver a los años en que fumaba para aliviar el estrés. Un pasado que, irónicamente, Minghao le ayudó a dejar muy muy atrás. 

No se reconocía a sí mismo. Y pensó que estaba solo de nuevo.

Muy muy solo, de nuevo. 

Se sintió como un niño, un niño bajo el yugo de problemas familiares que eran demasiado para una infancia hecha para ser feliz. 

Recordó las discusiones de sus padres, los cumpleaños separados, las navidades donde era todo más bien gritos y peleas por quién tendrían en año nuevo. ¿Cuántas veces recibió regalos repetidos porque no se ponían de acuerdo? ¿Cuántas veces tuvo que ir con sus abuelos para poder mantenerse a raya con los problemas de divorcio? 

Se odió a sí mismo por volver a sentirse como en esos tiempos. Donde él peleaba solo contra un dragón cuyo aliento de fuego no era tal, sino que era una lluvia tan pesada de lágrimas que él tenía que aguantar, limar las asperezas de otros...

Pero, ¿Quién limaría las suyas? 

No sentía ganas de llorar. Encontraba un poco inútil eso. Simplemente era la nostalgia, el dolor de pensar que los momentos felices fueron tan cortos y efímeros que no terminó por disfrutarlos como debía. 

Miró las luces, los autos, los edificios imponentes que demostraban que quizá sus pensamientos eran simplemente un grano de arena en una playa. Le dolió pensar que otro grano de arena no tan lejos de allí seguro dormía plácidamente en una cama que antes le pertenecía. 

Se mordió el labio, porque olvidar era mucho más difícil que recordar. 

Mucho, mucho más difícil. 

Soltó la baranda. La calle estaba tan desierta como su cama, la cual era incómoda pese a que el tipo que les vendió el colchón alardeaba de que era uno de los mejores en el mercado con mejor calidad y cualidades. Para Mingyu, sólo era un sitio tan solitario como el resto de aquel hogar cuando se encontraba simplemente pensando hacia muy sus adentros. 

Después de todo, Minghao era lo único que veía. 

Minghao estaba en la cocina, donde hacía deliciosos pancakes los fines de semana, estaba en el salón cuando tomaba copas de vino casuales algunos días, o estudiaba y veía sus fotos tomadas de algún otro día, en la cama cuando leía libros complejos en otros idiomas, y el mismo Mingyu le pedía que le explicara, incluso si no habían palabras que transmitir. El baño cuando se veían lavarse los dientes por la mañana y planeaban sus días como si el mañana estuviese garantizado. 

Era todo lo que veía. 

Y deseaba poder dejar de vivir sin él. Pero Minghao seguía siendo una parte de él. Una parte tan importante que sentía que iba a morir si no la tenía cerca como al menos un recuerdo. 

Hundió su cabeza en la almohada que olía al suavizante que le gustaba a su compañero de piso el cuál seguro se durmió tarde. Estaba cansado, pero no el cansancio que sentía del trabajo, era un cansancio más bien de la cabeza que lo hacía sentir agotado, uno donde el dormir era más el remedio que hacía peor la enfermedad. 

I'm still standing. [ Meanie / Minwon ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora