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Amar era costoso. Mingyu siempre lo supo. Lo supo cuando su padre se fue de casa y aunque lo odiaba, aún lo amaba. Porque compartían un apellido, porque compartían rostro pero no compartían amor. Y eso le dolió por demasiados años. Nadie lo curó, nadie pensó que no sería un niño que sabía de cosas que pasaban. Nadie pensó en él, ni él mismo pensó en sí mismo. No pensó en el dolor, ni en cuánto le costaría amar después cuando creciera. 

Cuando amara a alguien más, y tendría miedo al abandono, a la traición. 

Quizá por eso le costó aceptar a Wonwoo. Quizá por eso Minghao se fue con alguien más, quizá por eso su madre nunca le prestó atención a todos sus problemas. 

Porque abandonaba él primero antes que cualquiera. 

Así fue como comenzó a odiar los años nuevos. Odiaba que las cosas empezaran de nuevo. ¿Acaso sus esfuerzos del año anterior se desvanecían en cuanto el timbre de las doce sonaba? 

Odiaba año nuevo porque su padre siempre lo quería en su familia para esa fecha y luego regresaba con su madre y discutía en la mañana con su padre sobre porqué lo dejó dormirse tarde. Y la culpa crece, y las fechas dejaron de ser compartidas. 

Mingyu odiaba las festividades. 

—Año nuevo... estamos en vísperas —murmura Wonwoo, caminando al lado del menor, mirándolo y tomando su mano. 

—Lo sé. 

—¿Alguna realización para el año que viene? 

Mingyu no dice nada, lo mira y asiente con ligereza. 

—Sí, una pequeña. 

—¿Cuál? —sonríe el azabache, mirándolo, alzando su mirada porque sus ojos eran perfectos para el moreno. 

Porque se podía encontrar en ellos luego de no poder ver nada en la penumbra de otros ojos. 

—Simplemente dejar de huir de mis asuntos. Creo que eso... esa es una buena meta. 

—Lo es —murmura el mayor. 

—¿La tuya? —pregunta por cortesía el mayor, aún sabiendo de que su novio no tenía en general mucho gusto por las metas. 

—Seguir amando. Así podré recordar en vez de extrañar —asiente seguro, aprieta la mano del moreno—. Mamá siempre decía que solemos más el extrañar que el recordar, y a veces perdemos eso que queríamos amar tanto porque tuvimos miedo de que no fuese eterno. Así que nosotros lo hacemos eterno con extrañar, y no con el recuerdo. 

—Tu madre es una mujer sabia —ríe suave el mayor, balanceando sus manos unidas. 

—Lo sé. Quizá por eso soy feliz hoy —susurra con tristeza e inclina la cabeza—. Desde lo de papá... no ha sido como siempre. Ella no es la misma. 

—¿No? 

—Empiezo a creer en sus palabras de arrepentirse del divorcio con papá —se detiene y ve como niños juegan con su padre. Una niña y un niño, tenían edades similares y Jeon suspira cuando se caen en la nieve y ríen sonoramente—. Me pregunto qué hice para no tener eso —apunta con el mentón hacia los menores. 

—Nada. Sólo... lastimaron a un niño pequeño y no lo puedes perdonar. 

Wonwoo asiente, deja caer su cabeza hacia el más alto, y cierra los ojos. Detuvieron el mundo para poder respirar un segundo. Eso se siente bien, respirar un poco en vez de suspirar por recuperar aire. 

—Éramos niños pero sabíamos qué pasaba —confiesa el azabache. 

—Sabíamos perfectamente lo que pasaba en casa, cariño. 

Y asienten, y regresan a casa para preparar la cena de año nuevo. 


...



Las doce marcan en el reloj y la gente chilla, y ellos disfrutan viendo los fuegos artificiales. Wonwoo es quien se abalanza al moreno para besarlo, para sonreírle y reír y chillar en conjunto del resto de gente. Viendo los colores centelleantes en el cielo, en las chispas extinguiéndose a medida que caen, los ojos de la gente iluminándose. Ellos tomados de las manos mientras el frío se hacía intenso pero no más que ellos y el fuego en el cielo. 

Porque por un segundo se vio posible prenderle fuego al cielo. 

Y Mingyu amó ese momento. Amó que el mundo estuviese en llamas y que fuese tan bonito a la vez que efímero. 

Se enamoró un poco más de Wonwoo al verlo feliz, al verlo actuar relajado, al ver que incluso disfrutaba de ver a otros niños disfrutar y e imitándolos en movimiento. Ríen juntos, y Mingyu siente que todo va en cámara lenta, porque ahora entendía todo. 

Eso era amar. Y quería recordarlo. 

Oh, sí quería recordarlo. Porque Wonwoo valía la pena y sus fuegos artificiales estarían ahí siempre, encendiendo el cielo. 

—Las estrellas también saludan —grita el mayor, y alza una mano agitándola hacia el cielo. 

—¿Crees que alguna estrella habrá muerto ya? —pregunta el moreno cuando el color brillante del cenit se desvanece. 

—¿Qué más da? todos mentimos un poco sobre nuestra existencia. 

Mingyu lo abraza por la espalda y lo abriga un poco. Se acerca hacia su oído y susurra un poco: 

—Feliz año nuevo, Won. 

Jeon ríe, echa su cabeza hacia atrás y se agita un poco. El viento no era nada y ellos podían disfrutar, y el verde del sitio se veía opacado con ellos y sus propios fuegos artificiales. 

—Feliz nuevo comienzo, Min. 

Y se besan de nuevo, se besan y prometen amar. Y prometen no huir, y prometen recordar y no extrañar. 

Prometen lanzar fuegos artificiales cuando cumplan su deseo. 

Esa noche tienen felicidad, un poco de champaña y ropa abrigada para pasar las horas posteriores al año nuevo. Ellos solos, amando tranquilos, quizá porque ninguno de los dos desea tener algo más especial. Porque eran familia. 

Juegan videojuegos como cualquier otro día, y beben chocolate caliente, y disfrutan de las primeras horas de ese año. O bueno, eso piensa Mingyu. Porque Jeon estaba feliz, radiante, y el mundo se había desvanecido porque eran ellos. Eran ellos y el pequeño mundo que celebraba en sus propias historias. 

Kim se sintió tan afortunado que podía bailar con Wonwoo. Enciende el tocadiscos, que tenía más vinilos y bailan canciones. Desordenados con esa característica melodía de sus voces agitadas que cantan la canción que a veces olvidaban. 

Una de las mejores noches de sus vidas. 


I'm still standing. [ Meanie / Minwon ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora