CapItulo Cinco

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      Aome recuperó el coche de el aparcamiento y reconsidero su situación mas detenidamente. Dado que las cuentas estaban congeladas y que no tenia demasiado dinero en el bolso, estaba obligada a tener cuidado con lo que gastaba.

     Llegó al banco sin mas contratiempos. Allí el director de la oficina la recibió con frialdad.

      -Señora Higurashi, siento mucho su perdida, pero tengo las manos completamente atadas con respecto a sus cuentas. Su marido se ha demorado en varios pagos. Llevamos varios mesas enviándole correspondencia al respecto y creemos que estaba pidiendo financiación en el extranjero.

      -¿Y nuestras inversiones a plazo fijo...?- pregunto Aome con miedo. ¿Dónde estaba todo el dinero? ¿Qué había hecho Inuyasha con el?

      -Lo siento, señora Higurashi, pero no hay ninguna inversión. Su marido y usted las cancelaron hace tiempo. Tenemos su firma en los documentos -la informo el director girando la pantalla del ordenador para enseñarle los documentos escaneados . Allí estaba su firma, aunque ella no recordaba haber firmado nada. ¿Cuántas veces había autorizado operaciones financieras sin darse cuenta de lo que firmaba, confiando en Inuyasha y sin poner objeciones?

      Había sido una tonta ¿Cuánto tiempo había  estado su marido sacando dinero de sus cuentas corrientes para forrar el nidito de amor que tenia con su amante?

      Haciendo acopio de la poca dignidad que le quedaba, se levanto de la silla y le dio la mano al director.

      Consiguió a duras penas sonreír.

      -Me gustaría poder hacer algo mas por usted, señora Higurashi , pero estoy seguro de que entiende que tengo las manos atadas con la investigación que se esta haciendo  de los negocios de el señor Higurashi.

      Aome asintió.

      -Lo entiendo, no se preocupe -¿entenderlo? No entendía nada. De pronto, todo lo que era estable en su mundo se había diezmado.

      Confusa, salió al aparcamiento y metió la mano en el bolso para buscar las llaves de el coche.

      -No -gimió al ver aquello-. ¡No! Pare. ¿Qué esta haciendo con mi coche? 

      El conductor de la grúa siguió levantando el Mercedes color plata, golpeándolo contra la chapa roja y amarilla de el camión. Aome se acerco a el, torciéndose el tobillo por el camino.

      -Vuelva a dejar mi coche donde estaba- ordeno.

      -Lo siento, señora. Tengo ordenes de los dueños del coche.

      -¿Los dueños? Debe estar de broma ¡Yo soy la dueña! -todo aquel día le parecía una broma macabra, aunque Aome no tenia ganas de reír  y le daba la impresión de que tardaría mucho tiempo en volver a hacerlo. 

      -Mire- dijo el hombre enseñándole una carpeta en la que había un papel que ponía *orden de recuperación, demora en el pago*. Impotente, Aome observo en silencio como acababa de cargar su coche y el hombre volvía a la cabina de la grúa.

      Se quedo allí parada hasta que una llovizna la hizo volver a la realidad. La llovizna se convirtió en lluvia Aome fue por la acera hasta un lugar cubierto donde utilizar su teléfono móvil. Cuando volvió a guardarlo de nuevo una hora mas tarde, había repaso toda su agenda. Aquello que no le habían colgado directamente el teléfono habían tardado unos treinta segundos en decirle lo que pensaban de Inuyasha y, por asociación, también de ella. Por primera vez en su vida, estaba sola de verdad.

      Mordiéndose el labio, pensó en llamar a su padrea cobro revertido a la embajada de Berlin, pero eso haría que se volviese a sentir defraudado por ella. No, tenia que superarlo sola. Ya tendría bastante con la satisfacción que experimentaría al ver las noticias en la prensa. <<Te lo dije>>, lo oiría decir. Y tampoco podía hacer cargar con el muerto a Tom Munroe y a su esposa. Helen, que siempre había sido una mujer frágil, acababa de ser operada. Tenia que salir de el atolladero sola.

Amor y VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora