Capítulo tres.

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Haddonfield, Avenida Lampkin.









Sangre. Sangre en todas partes. Sangre que lentamente se esparce sobre el filo de su cuchillo, el cual sacude levemente para quitar el resto del líquido. Hasta sus propios zapatos se ven afectados por la sangre, a pesar de ser un escenario probablemente relajante para cualquier asesino, Michael Myers, en el fondo de su corazón, se sentía asqueado.

Retrocedió solo unos cuantos pasos con la intención de dejar de estar sobre aquél charco, quizá solo para detener el asco que percibía en forma de un nudo en la garganta.

El cuerpo inerte de Nea Karlsson yacía en el suelo con un agujero en el pecho, del cual ahí, después de casi cinco horas, alguna que otra gota de sangre se desparramaba en sus prendas.

Tener una persecusión tras otra lo había dejado agotado, mucho más el cansancio mental que le provocó la ira, la confusión y el hecho de carecer de un entendimiento rápido de lo que había sucedido con el otro superviviente.

Myers trataba de descifrar las razones que tuvo Él para ofrecer su vida con el corazón en la mano, arriesgandola completamente en el momento en donde el hombre tomó la decisión de toquetearlo, abrazarlo y besarlo.

Pero mucho más de descubrir su identidad, algo que destrozó toda su reputación como asesino estrella, como alguien que nunca solía mostrar sus sentimientos ni tampoco pensaba en hacerlo.

Michael se agachó, tomó solo una pierna de Nea y la arrastró hasta el medio de la calle, tal como lo hizo con Claudette Morel. De esa manera, el Ente se encargaría de tomar su cuerpo como ofrenda.

Y así, el nombre de la difunta sería tallado en la gigante roca de los olvidados.

Al terminar su cometido, Michael se sacudió las manos y se dirigió a su hogar, el cual entró y como de costumbre dejó el cuchillo sobre la mesada más cercana. El asesino fue hacia la cocina y comenzó a bajarse el cierre del overol.

Eso le trajo recuerdos, unos recuerdos precisamente agradables para su cuerpo pero para su mente, solo le daba miedo, algo inexplicable le hacía sentir y era que por eso le temía tanto.

Con solo pensar en verlo de nuevo, el corazón se le aceleraba y los nervios atacaban.

Michael suspiró, algo estresado por el asunto y más de que estaba bañado en sangre por el inútil intento de limpiar la escena. El ojiazul se acercó al fregadero y mientras tanto enrrolló las mangas del overol que portaba alrededor de la cintura.

La sangre había sido tanta al punto en donde llegó a salpicar su camiseta negra, la cual ya de por sí no estaba muy sucia pero, al apegarse completamente a su pecho debido a la sudoración por el calor y la energía usada en las dichas persecusiones, estaba sufriendo las consecuencias en forma de su temperatura corporal.

Todo estaba tan caluroso al punto en donde sentía que su piel ardía y por ello, Michael se quitó la camiseta.

Su espalda tonificada resaltaba aquellos músculos tan envidiables para cualquiera, imposibles de quitarles la mirada, Michael Myers era una persona que poseía un físico hipnotizante, capaz de captar la atención del que lo viera con su verdadero rostro.

Era como si la perfección hubiese tallado su reflejo.

Un abdomen estructurado a su manera, dejando a la imaginación un entrenamiento que resaltaba en seis cuadrados marcados a lo largo de la panza.

Lo único que quedaba era retirar la máscara de su rostro pero, Michael se juró nunca hacerlo a menos que debiera dormir, aquella era la única situación en donde si estaba sin ella.

Coutdown → Michael Myers x Jake Park © 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora