JARLOS día 4

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JANE POV:

Me desperté antes que Carlos, como ya era costumbre, pero esta vez no lo encontré acurrucado junto a mí como siempre. El espacio a mi lado estaba vacío, y el corazón me dio un pequeño salto de preocupación. Rápidamente me levanté y comencé a buscarlo por la habitación. No estaba en la cama, ni jugando en el suelo con sus autos de juguete, ni en el baño.

Salí de la habitación en busca de él, recorriendo los pasillos del castillo con la mente llena de preguntas. Finalmente, lo encontré sentado en uno de los sillones del salón, mirando fijamente por la ventana. Parecía pensativo, con su pequeño cuerpo abrazado a sus rodillas, y me di cuenta de que algo lo estaba preocupando.

JANE: (acercándome suavemente) Buenos días, cariño. ¿Qué haces aquí tan temprano?

Carlos levantó la vista, sorprendido, pero no respondió de inmediato. Su expresión era más seria de lo habitual, y eso me hizo preguntarme qué era lo que estaba rondando por su pequeña mente. Me senté junto a él y lo rodeé con un brazo, intentando reconfortarlo.

CARLOS: (susurrando) Estaba soñando... y me desperté. No pude volver a dormir.

Sabía que Carlos, en su versión adulta, había lidiado con pesadillas toda su vida debido a su traumática infancia. No me sorprendía que también las tuviera ahora, pero me dolía verlo pasar por esto, aún más como un niño pequeño que no sabía cómo enfrentarse a esos miedos.

JANE: (acariciando su cabello) ¿Qué soñaste, cariño?

Carlos no respondió de inmediato, y al principio pensé que no quería hablar de ello, pero después de unos segundos contestó.

CARLOS: Soñé que mamá... que tú... te enojabas conmigo y me dejabas solo. Como... antes. (susurró con voz temblorosa)

Su voz se quebró ligeramente, y mi corazón se rompió al escuchar el miedo en sus palabras. Sabía que, en su mente bajo el hechizo, yo era su madre, y aunque quería que me viera como alguien cariñosa y protectora, la sombra de Cruella seguía acechándolo.Me incliné hacia él y lo abracé con fuerza, tratando de transmitirle todo el amor y la seguridad que pudiera a través de ese gesto.

JANE: (con voz suave y firme) Carlos, nunca voy a enojarme contigo ni voy a dejarte solo. Te prometo que siempre estaré aquí para cuidarte. Lo que sea que hayas soñado, no es real. ¿De acuerdo?

Carlos asintió lentamente, aunque todavía se veía inseguro. Me di cuenta de que necesitaba más que palabras para sentirse tranquilo. Así que decidí que hoy sería un día completamente dedicado a él, un día para que entendiera, en su corazón, que nunca lo abandonaría.

JANE: (sonriendo para aliviar la tensión) ¿Qué te parece si preparamos un desayuno especial hoy? Tú eliges lo que quieres, y yo te ayudo a cocinarlo.

Eso pareció iluminarle un poco el rostro. A pesar de los miedos, la promesa de hacer algo juntos siempre parecía levantarle el ánimo.

CARLOS: (murmurando con una pequeña sonrisa) ¿Podemos hacer... waffles con fresas?

Me reí suavemente. Carlos y sus fresas siempre estaban presentes, pero si eso era lo que lo haría feliz, no iba a negárselo.

JANE: (asintiendo) Por supuesto. Vamos a hacer los mejores waffles con fresas del mundo.

Nos levantamos y fuimos juntos a la cocina. Mientras mezclábamos la masa y preparábamos las fresas, me aseguré de mantener el ambiente ligero y divertido. Carlos se reía cada vez que la harina volaba por el aire o cuando accidentalmente derramaba un poco de leche. Sus risas, aunque tímidas al principio, llenaban el espacio de alegría.

Después de un delicioso desayuno, decidí que debíamos pasar el día en casa, creando un ambiente de calma y comodidad. Ya habíamos tenido días llenos de juegos al aire libre y actividades emocionantes, pero hoy quería que Carlos sintiera que el hogar también podía ser un lugar seguro y lleno de amor.

Mientras pensaba en qué podríamos hacer, se me ocurrió una idea que sabía que lo haría feliz: construir una fortaleza de almohadas. Recordaba que cuando era niña, mi madre y yo solíamos hacer algo parecido, y pensé que Carlos disfrutaría mucho de esa actividad.

JANE: (mirándolo con entusiasmo) ¿Te gustaría que hiciéramos una fortaleza de almohadas?

Carlos me miró, sus ojos llenos de curiosidad y emoción.

CARLOS: (con una sonrisa creciente) ¿Podemos? ¿Una de verdad?
JANE: (asintiendo) Una de verdad, con mantas, almohadas y todo lo que podamos encontrar. Va a ser la fortaleza más grande que hayas visto.

Pasamos la siguiente hora reuniendo todas las almohadas y mantas que pudimos encontrar en la casa. Carlos estaba encantado, corriendo de un lado a otro para ayudarme a construir las paredes de la fortaleza. Risas y pequeños comentarios sobre cómo debía ser la "puerta secreta" llenaban la habitación. Cada vez que añadíamos una nueva manta o almohada, Carlos daba pequeños saltos de emoción.

Finalmente, la fortaleza estuvo lista. No era la construcción más sólida, pero a los ojos de un niño de cuatro años, era un castillo.

CARLOS: (mirando la fortaleza con asombro) ¡Es enorme, mamá! ¡Es perfecta!

Me reí y lo seguí dentro. Estiramos algunas mantas en el suelo y nos tumbamos en el interior, mientras Carlos miraba el techo de almohadas con una sonrisa de satisfacción.

CARLOS: (susurrando como si fuera un gran secreto) Es nuestra fortaleza. Nadie puede entrar sin nuestra contraseña.
JANE: (jugando junto con él) ¿Cuál es la contraseña?
CARLOS: (pensando por un momento) Fresas y waffles.

Reí suavemente y asentí.

JANE: (con una sonrisa) Es una gran contraseña.

Pasamos el resto de la tarde dentro de la fortaleza, leyendo cuentos y riendo por las historias que inventaba Carlos. Por momentos, olvidaba todo el dolor que sabía que cargaba en su interior. En esos momentos, era solo un niño, lleno de imaginación y alegría.

Cuando el sol empezó a ocultarse, noté que Carlos se estaba quedando dormido. Lo ayudé a salir de la fortaleza y lo llevé a la cama. Mientras lo arropaba, susurró algo que me dejó conmovida.

CARLOS: (con los ojos medio cerrados) ¿Mamá, siempre vamos a estar juntos, verdad? Quiero que siempre estés aquí conmigo...

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me aseguré de que mi voz se mantuviera firme y calmada.

JANE: (acariciando su cabello) Siempre, Carlos. No tienes que preocuparte. Siempre estaré contigo.

Le di un suave beso en la frente y me quedé a su lado hasta que finalmente se quedó dormido. Sabía que estos días eran un regalo, un tiempo que le permitiría sentir el amor y la protección que nunca tuvo cuando era pequeño.

A medida que la noche avanzaba, me prometí una vez más que, mientras durara el hechizo, cada día estaría lleno de amor, seguridad y alegría. Porque eso es lo que Carlos, como niño y como adulto, siempre había merecido.

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