JARLOS día 3

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JANE POV:

El sol apenas comenzaba a salir cuando abrí los ojos, y lo primero que sentí fue el peso ligero de Carlos, quien se había acurrucado más cerca de mí durante la noche. Lo observé en silencio mientras dormía profundamente, su rostro relajado y libre de preocupaciones. Era difícil imaginar que este pequeño había pasado por una infancia tan dura con Cruella de Vil.

Durante estos últimos dos días, había hecho todo lo posible para darle a Carlos algo que nunca tuvo: amor y seguridad. Sabía que el hechizo eventualmente se rompería y Carlos volvería a ser adulto, pero quería que estos días fueran un bálsamo para sus heridas.

Mientras lo veía dormir, pensé en lo que podríamos hacer hoy. Algo más tranquilo, quizás, después del día lleno de emoción de ayer. Pensé que un día en casa, haciendo cosas simples y cotidianas, podría ser lo mejor. Un día lleno de pequeños momentos cálidos que, aunque normales, podrían significar mucho para un niño que nunca tuvo una infancia como la que merecía.

Carlos se despertó poco después, frotándose los ojos con sus pequeñas manos. Cuando me vio a su lado, me sonrió tímidamente, como lo hacía cada mañana.

CARLOS: (murmurando, aún medio dormido) ¿Mamá? ¿Estás aquí?

Esa pregunta me la había hecho todos los días desde que empezó el hechizo, y sabía que escondía un miedo profundo al abandono, un miedo que Cruella había grabado en su corazón. Me acerqué a él, acariciando suavemente su cabello.

JANE: (sonriendo con ternura) Siempre estoy aquí, cariño. No voy a irme.

Carlos pareció relajarse al escuchar mis palabras. Me acerqué y le di un suave beso en la frente antes de levantarme para prepararle el desayuno. Sabía que amaba las fresas, así que decidí hacerle unos panqueques con fresas y un poco de miel. Algo simple pero delicioso.

Mientras preparaba el desayuno, escuché los pasitos pequeños de Carlos acercándose a la cocina. Entró despacio, llevando su manta a rastras, y se sentó en una de las sillas, observándome con curiosidad.

CARLOS: (con una sonrisa tímida) ¿Qué haces, mamá?
JANE: (riendo suavemente) Estoy preparando panqueques. ¿Te gustaría ayudarme?

Sus ojos se iluminaron, y dejó la manta en el suelo antes de correr hacia mí. Lo levanté y lo coloqué sobre una silla para que pudiera alcanzar la encimera. Tomé su mano pequeña y la ayudé a mezclar la masa. Aunque al principio era algo torpe con los utensilios, pronto empezó a disfrutar el proceso, especialmente cuando vio que podía ayudar a voltear los panqueques en la sartén.

CARLOS: (riendo) ¡Se ven muy bien, mamá!JANE: (sonriendo) Lo hiciste muy bien, Carlos. Eres un gran chef.

Verlo tan emocionado por algo tan simple como preparar el desayuno me hizo sentir que, de alguna manera, estaba comenzando a sanar. Este pequeño momento de normalidad era algo que nunca había experimentado en su verdadera infancia.

Cuando terminamos de cocinar, llevé los panqueques a la mesa y nos sentamos juntos a comer. Carlos devoraba los panqueques con una sonrisa en el rostro, disfrutando cada bocado.Después del desayuno, decidí que sería bueno tener una mañana tranquila en casa, así que propuse hacer algo que sabía que lo relajaría.

JANE: (mirándolo con ternura) ¿Qué te parece si hoy hacemos manualidades? Podemos dibujar o hacer algo divertido con pegamento y papel de colores.

Carlos, que aún tenía un poco de crema en las comisuras de los labios, me miró con entusiasmo.

CARLOS: (con los ojos brillando) ¿Podemos hacer algo para ti, mamá? Quiero hacerte un regalo.

Mi corazón se llenó de ternura al escuchar eso. No había esperado que quisiera hacer algo para mí, y su inocencia me desarmó por completo. Asentí suavemente, tomando su mano mientras lo llevaba a la sala donde tenía guardados los materiales de manualidades.

Saqué hojas de papel, lápices de colores, pegamento y algunas cintas para que pudiéramos empezar a trabajar. Carlos se sentó a mi lado en el suelo y empezó a dibujar. Me di cuenta de que, aunque todavía era muy tímido, cuando se concentraba en algo, parecía olvidar sus miedos.

CARLOS: (concentrado en su dibujo) Voy a hacer un corazón grande... porque te quiero mucho.

Esas palabras, tan simples y sinceras, hicieron que mis ojos se llenaran de lágrimas. Me agaché y lo abracé suavemente, asegurándome de no interrumpir su obra de arte.

JANE: (con voz suave) Yo también te quiero mucho, Carlos.

Pasamos la mañana dibujando y creando pequeñas manualidades. Carlos, con su inocente entusiasmo, se enfocó en hacer corazones y flores de papel. Mientras trabajaba, me hablaba de cosas pequeñas, de cómo le gustaba volar cometas, de lo divertido que era correr entre las flores, y de lo mucho que le gustaba que yo estuviera con él.

Hacia el mediodía, cuando ya teníamos una pequeña colección de manualidades, decidí que era hora de almorzar. Carlos y yo preparamos sándwiches simples y comimos juntos en la sala, rodeados de los coloridos dibujos que habíamos hecho.

Por la tarde, decidí que haríamos algo más relajante. Sabía que, a pesar de la diversión, los días pasados habían sido intensos para Carlos, y quería que este fuera un día lleno de calma y amor. Así que propuse algo especial.

JANE: (sonriendo) ¿Qué te parece si vemos una película juntos? Podemos acurrucarnos en el sofá, y yo te preparo chocolate caliente.

Los ojos de Carlos se iluminaron de inmediato.

CARLOS: ¡Sí, mamá! Quiero ver una película contigo.

Le preparé su chocolate caliente, y luego nos acomodamos en el sofá, con él acurrucado bajo una manta a mi lado. Puse una película divertida, y aunque Carlos comenzó a reírse y emocionarse al principio, poco a poco noté que se iba relajando más y más. Sus párpados comenzaron a caer, y antes de que la película llegara a la mitad, ya se había quedado dormido, con su cabeza apoyada en mi regazo.

Le acaricié el cabello suavemente mientras lo miraba dormir. Había sido un día tranquilo, lleno de pequeños momentos que, para él, significaban mucho más de lo que podía imaginar. Me quedé allí, abrazándolo mientras su respiración suave llenaba el silencio de la sala.

Este tercer día con Carlos fue sencillo, pero lleno de amor. Sabía que estaba logrando lo que me había propuesto: darle una infancia feliz, aunque fuera solo por una semana. Mientras lo observaba dormir, hice una promesa silenciosa. Haría todo lo posible para que cada día que quedara bajo el hechizo fuera tan especial como este.

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