JONNIE día 7

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LONNIE POV:

El aire estaba lleno de una quietud extraña cuando me desperté esa mañana. Jay, que usualmente ya estaba corriendo por la casa antes de que pudiera abrir los ojos, todavía dormía, acurrucado contra mi brazo. Me quedé mirándolo, sabiendo que este era el último día en que lo vería de esta manera: pequeño, inocente, sin las cicatrices de la vida adulta. Era nuestro último día bajo el hechizo, y aunque me dolía pensar en ello, también sabía que tenía que aprovechar cada segundo.

Hoy no habría juegos interminables, ni fortalezas de almohadas, ni carreras frenéticas por el parque. Hoy, todo sería diferente. Jay y yo compartiríamos algo especial, algo que no habíamos hecho en los días anteriores. Quería que sintiera el amor que había crecido entre nosotros durante esta semana, y quería que, de alguna manera, se quedara con él incluso cuando el hechizo se rompiera.

Me levanté con cuidado, dejando que siguiera durmiendo un poco más, y me dirigí a la cocina. Decidí que hoy no sería un día para sus comidas favoritas. Quería que este desayuno fuera algo completamente diferente, algo especial que él no esperaría. Comencé a preparar unas tortitas esponjosas con un toque de canela, algo que solía hacer cuando era niña en Auradon. Era un sabor que me traía recuerdos de mi propia infancia, y quería compartir eso con él. Agregué un poco de miel en cada una, formando pequeños corazones con las gotas, algo que sabía lo haría sonreír.

Cuando terminé, lo escuché bajar las escaleras lentamente, frotándose los ojos, con esa expresión somnolienta que solo los niños tienen.

JAY: (con una sonrisa pequeña) Mamá... ¿qué huele tan rico?
LONNIE: (con una sonrisa suave) Hoy es un día especial, Jay. Vamos a hacer cosas diferentes.

Jay se acercó a la mesa y, al ver las tortitas, sus ojos se iluminaron. Sabía que siempre le habían gustado las sorpresas, y esto era diferente de lo que había tenido antes.

JAY: (sonriendo) ¡Son nuevas! ¡Nunca las he probado!

Nos sentamos a desayunar, y aunque Jay comía con el mismo entusiasmo de siempre, había una calma en él. No la energía desbordante que había mostrado en los otros días, sino algo más sereno. Algo en su expresión me decía que, aunque no entendía del todo lo que estaba por suceder, lo sentía.

Después del desayuno, decidí que era hora de hacer algo que no habíamos hecho en toda la semana. Durante los días anteriores, habíamos estado inmersos en aventuras de fantasía y juegos, pero hoy quería que Jay viera algo más tangible, algo que pudiera recordar siempre.

LONNIE: (con una idea en mente) Jay, hoy vamos a hacer algo diferente. ¿Te gustaría aprender a hacer algo conmigo?

Sus ojos se abrieron con curiosidad, y asentí cuando vi su entusiasmo crecer.

JAY: (emocionado) ¡Sí! ¿Qué vamos a hacer, mamá?

Lo llevé al pequeño cobertizo que había en el jardín. Era un lugar tranquilo, lleno de herramientas y materiales de jardinería que casi no habíamos usado. Mi idea era simple: plantar un árbol juntos. Quería que, cuando el hechizo terminara, algo físico quedara de esta semana, algo que él pudiera ver crecer, aunque ya no fuera el niño que había sido.

Le entregué una pala pequeña y comenzamos a cavar un hoyo en la tierra. Jay trabajaba con determinación, aunque cada tanto se detenía para hacerme preguntas sobre cómo crecería el árbol o cuánto tardaría en hacerse grande.

JAY: (con la pala en las manos) ¿Cuánto tiempo tardará en crecer hasta el cielo?

Me reí ante su pregunta, sabiendo que para él, el crecimiento debía ser inmediato.

LONNIE: (con una sonrisa) Tardará un tiempo, pero con el cuidado adecuado, un día será muy alto. Más alto que tú y que yo juntos.

Jay pareció estar satisfecho con mi respuesta, y continuó cavando con energía renovada. Cuando terminamos, plantamos el pequeño retoño juntos, y mientras lo hacíamos, le expliqué que los árboles, al igual que las personas, necesitaban amor y cuidado para crecer fuertes.

LONNIE: (mirando el pequeño árbol) Este árbol va a crecer contigo, Jay. Siempre estará aquí, recordándote que los momentos que compartimos nunca desaparecen. Solo cambian de forma.

Jay asintió, quizás sin entender del todo, pero su pequeña mano seguía tocando las hojas del retoño con delicadeza.

Después de plantar el árbol, el día se volvió más tranquilo. Decidimos quedarnos en el jardín, disfrutando del aire fresco. Nos sentamos bajo la sombra de un árbol grande, y por primera vez en la semana, Jay no pidió correr o trepar. En su lugar, se tumbó junto a mí, mirando las nubes en el cielo. Me quedé observándolo, disfrutando de la serenidad que compartíamos.

JAY: (mirando al cielo) Mamá... ¿crees que cuando el árbol sea grande, yo pueda subir hasta las nubes?

La inocencia de su pregunta me tocó profundamente. Sabía que mañana, cuando el hechizo se rompiera, esta clase de preguntas ya no formarían parte de su vida diaria.

LONNIE: (sonriendo) Tal vez no hasta las nubes, pero estoy segura de que podrás subir muy alto, más de lo que imaginas.

Jay asintió, como satisfecho con mi respuesta, y se quedó en silencio, mirando cómo las nubes cambiaban de forma. A su lado, el tiempo parecía detenerse. Todo era más simple, más puro.A medida que la tarde se desvanecía, Jay comenzó a mostrar signos de cansancio. Sabía que el hechizo se estaba agotando. Lo llevé adentro, donde preparé una cena ligera. No había prisa, no había grandes juegos ni risas ruidosas como en los días anteriores. Solo la calma de saber que habíamos compartido algo único.

Cuando lo llevé a la cama, Jay estaba más callado de lo normal. Lo arropé, y antes de que pudiera decir nada, me tomó de la mano.

JAY: (murmurando con una voz suave) ¿Mañana ya no seré pequeño, verdad?

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuve. Me senté a su lado, acariciando su cabello con suavidad.

LONNIE: (con voz tranquila) No, cariño. Mañana volverás a ser el Jay de siempre. Pero no importa, siempre serás especial para mí. Estos días siempre estarán con nosotros, aunque no seas pequeño.

Jay asintió, pero se aferró a mi mano con fuerza, como si temiera que me fuera. Me incliné y lo besé en la frente, prometiéndome que, pase lo que pase, siempre estaría a su lado.

JAY: (cerrando los ojos lentamente) Te quiero, mamá.
LONNIE: (susurrando mientras las lágrimas corrían por mi rostro) Yo también te quiero, Jay. Para siempre.

Jay se quedó dormido pronto, su respiración suave llenando la habitación. Me quedé a su lado, sosteniéndolo, sabiendo que cuando despertara, todo sería diferente.

A la medianoche, sentí el cambio. Su cuerpo pequeño comenzó a alargarse, transformándose de nuevo en el Jay adulto que siempre había conocido. Se veía en paz, dormido como si todo hubiera sido un sueño. Pero para mí, estos días habían sido una realidad que siempre atesoraría en mi corazón.

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