𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈. 𝐓𝐡𝐞 𝐓𝐡𝐢𝐞𝐟 𝐨𝐟 𝐇𝐞𝐚𝐫𝐭𝐬

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Los párpados pesados, el cuerpo como una piedra, sin ser capaz de moverse, atrapado en su propia fatiga. Un brazo al lado de su cabeza, el otro, cayendo de la cama, rozando el suelo gris con sus nudillos.

Hasta que escuchó el metal rechinando, unos pasos pesados. Hasta que sintió una mano grande y firme sobre su hombro.

Después, un susurro apresurado y fuerte en su oído.

—¡Minghao, te voy a sacar de aquí!

Reconocía esa voz. Su corazón debilitado respondió a ella. Movió su cabeza, dejándola caer en dirección de su visitante.

Apenas abrió sus ojos, mirando a través de sus pestañas. Separó un poco sus labios agrietados, pero su propia voz no salió.

Se sentía tan débil.

El rostro de Mingyu, con su gesto preocupado, arrodillado a un lado de la cama. Tan vivo y fuerte, a diferencia de Minghao, debilitado y al borde de la muerte.

Si Jeonghan volvía por él, a robarle más su vida y magia, entonces no podría con el cansancio que le calaba hasta los huesos.

Mingyu notó la decadencia en Minghao, una rosa marchita. Pasó una mano por su cabello color miel que había perdido su brillo también.

—Te sacaré de aquí, Hao —susurró guardando sus lágrimas por ver a su amado en ese estado.

Se acercó a él y dejó un beso en su frente, Minghao cerró sus ojos, sintiéndose un poco aliviado por ese gesto.

Entonces sintió los brazos de Mingyu sostenerlo y cargarlo sin problema, así como una manta que puso sobre él.

Si alguien preguntaba qué llevaba en sus brazos, él respondería que era un cadáver del cual se debía deshacer, así que se aseguró de cubrir el delgado cuerpo de Minghao, escondido de la vista. Minghao, que no estaba muy lejos de ser alguien sin vida, si se quedaba ahí.

Se arriesgaría, porque tanto él como Minghao sabían que el médico no soportaría una visita más de Jeonghan. Acabaría con él como quien derrama la última gota del tarro de miel.

Salió de la celda, tratando de no mostrar nerviosismo en su expresión, poniendo su rostro más duro, manteniendo su compostura.

A pesar de haber alimentado a Minghao esos días con su propia comida, el menor comía cada vez menos, hasta que dejó de moverse y Mingyu le tuvo que dar la sopa porque para el pobre médico mantener su mano sosteniendo la cuchara le parecía un suplicio.

Había perdido más peso y Minghao era alguien delgado de por sí, quedando en una condición frágil. Caminó por los pasillos de las celdas, ignorando a los demás prisioneros, mirando hacia delante con determinación y nada más.

Había tomado un cuchillo de la cocina y lo tenía escondido entre su pantalón y debajo de la camisa. Si era por proteger a Minghao y sacarlo de ahí, estaría dispuesto a utilizarlo contra cualquiera que se interpusiera en su camino.

Llegó a las escaleras para subir por ellas y esperó que los guardias de Jeonghan fueran estúpidos hasta cierta extensión para evitar que le hicieran preguntas y lo detuvieran.

Minghao por su parte tenía los ojos cerrados, su cabeza recargada en el pecho de Mingyu, escuchando su corazón acelerado que delataba su nerviosismo y ansiedad ante toda esa situación, con la manta y el calor de su amado, confiriéndole un poco de alivio en su cuerpo frío.

Mingyu subió las escaleras y tragó saliva en seco. Abrió la puerta con su gesto más serio.

Los guardias de armaduras doradas que vigilaban la entrada a los calabozos enseguida lo detuvieron y él se encogió de hombros, tratando de mantenerse calmado.

The Prince And The Hunter (WonHui)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora