𝐈𝐕. 𝐓𝐡𝐞 𝐇𝐮𝐧𝐭𝐞𝐫 𝐨𝐟 𝐘𝐚𝐛𝐛𝐚𝐲

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El olor grávido del alcohol en el ambiente. Dentro del lugar no se sentía el invierno, por la masa de hombres y mujeres. La música que no le interesaba, las muchas voces de ebrios y los bailes que estos hacían entre las mesas. La oscuridad típica de un bar de mala muerte.

El cazador, en la barra, con su hacha bien asegurada en su cinturón al lado de su cadera, viendo la madera vieja, con su propia cerveza en la mano. Hizo una mueca y parpadeó sintiendo la vista borrosa de repente. Una pelea detrás de él, como siempre, algún borracho la habría empezado accidentalmente. No le prestó importancia.

No lo hizo, hasta que un codo lo golpeó con fuerza en la nuca, provocando que derramara la cerveza sobre sí mismo y que viera estrellas y constelaciones detrás de sus párpados por unos momentos.

Se giró con expresión de hartazgo, y sin estar muy seguro de quién lo golpeó, tiró un puñetazo al azar, al primer hombre en sus inmediaciones. Le dio a un incauto directo en la barbilla. Se dio cuenta, con la cabeza turbia por el alcohol que había bebido, que todos estaban peleando contra todos.

Alguien le dio una patada por detrás y se giró para devolverla. El dueño del bar, Baekho, trató inútilmente de calmar a los hombres y mujeres que se golpeaban entre ellos indiscriminadamente. Era difícil ver los rostros con la limitada iluminación. Wonwoo ya sentía dolor en los nudillos y a alguien se le había ocurrido quebrarle una silla en un costado. Pero él tenía mucha experiencia peleando.

Había sido un soldado.

En los tiempos del reinado del rey Seungcheol, su ejército de hombres era el más temible. Pero desde que el rey Jeonghan había tomado el control del pueblo, sólo se quedaron los ingenuos que creyeron que sería lo mismo. Wonwoo jamás serviría a alguien así. Egoísta, sádico y arrogante. Sin ningún objetivo real. Nada bueno para los demás. 

Si no fuera por la riqueza del pueblo y sus terrenos, sus tierras fértiles, los bosques con presas abundantes, los ríos llenos de pesca... Los hubiera desechado. Pero el rey al menos tenía la decencia de dejarlos en paz; a aquellos que podían pagar los excesivos impuestos.

Wonwoo se quitó a dos ebrios de encima y siguió peleando contra rostros que no distinguía, hasta que se escuchó el metal característico de las armaduras de los soldados dorados del rey. Todos reconocían aquellos sonidos. No era algo común que se metieran a detener peleas así, tan frecuentes en aquel bar, pero ahí estaban, irrumpiendo en las puertas y tomando a todo hombre y mujer que pudieran, para arrastrarlos fuera.

Wonwoo, que seguía sujetando a otro ebrio por la camisa del cuello, estuvo a punto de golpear a uno de los soldados, pero contra él se fueron más a inmovilizarlo. No quería pasar la noche en una jaula del calabozo. No otra vez.

Lo tomaron con brusquedad, arrastrándolo fuera como a los demás. La luz pálida del cielo de diciembre le caló en los ojos que ya se habían acostumbrado al ambiente oscuro del bar. El frío le golpeó las mejillas sonrojadas por el alcohol y soltó el vaho de su boca. Los guardias lo obligaron a caer en sus rodillas y luego lo soltaron junto a los otros que estaban posicionados en una hilera.

Se limpió sangre que escurría de su nariz con la manga de su camiseta de franela. Había dejado su chaqueta de cuero en la barra. El frío fue mayor en sus piernas donde le había caído la cerveza y aún no se secaba. Cabello castaño oscuro caía sobre su frente bañada en sudor.

Uno de los guardias, un oficial, el que estaba al mando, se retiró el casco y empezó a caminar enfrente de ellos. Era bastante inusual que se metieran con los del pueblo, especialmente porque los nuevos soldados del rey se creían superiores a aquellos que no servían de buena gana al gobernante, y por tanto, no veían fiable estar cerca de la muchedumbre, con la sola excepción de que se estuviera cometiendo un crimen mayor, no una pelea de borrachos.

The Prince And The Hunter (WonHui)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora