3.La camarera de la hamburguesería

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Mucho más allá de Dakota del Sur, en el pequeño pueblo de Richmond, aún no se habían percatado de la ausencia de Madison, ni de las respectivas notas, pues en aquella casa la mañana era una auténtica locura, gente arriba y abajo, nervios y rápidez, nadie quería llegar tarde a sus respectivos trabajos. Entrado el medio día, Anne se dispuso a relajarse antes de terminar de guisar el almuerzo. Subió hasta su habitación y se sentó en la cama. En aquel instante, casualmente, miró hacia la mesita de noche. En ella había un folio y ponía su nombre, aquello lo había escrito su hija pequeña, Maddie. 

Abrió lo que Madison pretendía, fuese una simple nota, conforme la leía sus ojos se empapaban de lágrimas; su hija se había ido y ni siquiera se había dado cuenta. Sintió que debía de estar pasándolo realmente mal para llegar a tal extremo. Como cualquier otra madre, se sentía preocupada, quería saber si estaba bien, si había comido, si realmente había equipado su mochila con todo lo necesario. Tiempo después consiguió calmarse a sí misma, aunque lo que no consiguió fue relajarse. Con la mente puesta en Madison y pensando en las multiples ciudades de un estado como América, se temió lo peor; por más que buscase, sería como buscar una aguja en un pajar, al menos la tranquilizaba saber que en breves llamaría a casa y le contaría si estaba bien, cómo le iba, qué tal había sido todo por allí. Volvió a su realidad, Rose estaba apunto de llegar del trabajo, así como Zarek, y ambos vendrían hambrientos. Aferrándose a sus ocupaciones, bajó nuevamente por las escaleras y se dirigió a la cocina. Los minutos pasaban como segundos, tan pronto como se dió cuenta, su otra hija ya entraba por la puerta.

—Buenas tardes, mamá —alzó la voz, consciente de que, probablemente aún estuviera cocinando. Acomodó sus cosas en el sofá, que recogería más tarde. Saludó a Laika & Zeus como siempre lo había hecho, con un "Hola mis niños", tras aquello se dispuso a lavarse las manos y adentrarse en la cocina. Notó que Maddie no estaba, lo cual le resultaba raro. Aún así, pensó que quizás se le habían pegado las sábanas o había ido a comprar cualquier recado que le hubiese mandado Anne—.

—Buenas tardes, cariño —dijo Anne.—

—¿Y Maddie? ¿Aún duerme? —preguntó Rose. En aquel momento, su madre se sintió ahogar entre sus propias lágrimas, la miró y todo lo que alcanzó a decir fue:—.

—Maddie no está, se ha ido, me dejó una carta sobre mi mesita de noche.

—¿Cómo que se ha ido? Pero si no es más que una cría... Mejor voy a mirar en mi habitación —tras decir aquello, corrió hasta llegar a su habitación, dónde esperaba encontrar alguna explicación por parte de su hermana pequeña, pero todo lo que obtuvo fue una nota, no daba detalle alguno, lo único que decía era cuánto la quería y lo mucho que lo sentía por haberse ido así, en ella pedía que ni ella ni su madre fuesen tras ella. Tan rápido como había subido las escaleras, ahora las bajaba—.

—A mí también me dejó una nota, pero no dice dónde está, ni por qué se ha ido, ¿te dijo a ti algo? —dijo todo aquello de forma atropellada, aunque aquella pregunta la formuló con normalidad—.

—¿Irse, quién se ha ido? —en ése mismo instante, entraba por la puerta Zarek, pues había oído parte de la conversación que ambas mantenían—.

—La que se ha ido es Madison —pronunció secamente Rose—.

—Hay que joderse con la mocosa, al final tiene más huevos que todos nosotros juntos  —rió, ya que nunca se había imaginado que su enana fuera capaz de tal cosa, pero, de todas formas, esperaba que se lo pasase bien. Se sentó junto a la mesa, donde segundos después, también se había sentado Rose—.

—Sobre lo que preguntaste, se fue por George —concluyó Anne—.

—¿Por George? ¿Qué pasa con él, no que estaban muy felices e incluso planeaban irse a vivir juntos? —frunció el ceño, sin comprender nada de lo que estaba pasando, y mucho menos que no le hubiera contado nada—.

Mi destino eras tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora