1.Hasta siempre, Rhode Island

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Aquel día brillaba el sol en la pequeña ciudad de Rhode Island, allí mismo, unas casas más allá, en el pueblo de Richmond, vivía una chica llamada Madison. Era una chica alegre, llena de vida, su mayor pasión era la música; disfrutaba encerrándose en su habitación las tardes de domingo, sentada sobre su cama, tocando su vieja guitarra, ésa misma que le había regalado el tío James cuando cumplió 9 años. La melodía que ésta desprendía, le llenaba el corazón de alegría, a veces, si se encontraba inspirada, componía sus propias canciones. Para ella un domingo perfecto comenzaba con un buen desayuno junto a su familia, continuaba viendo cualquier película o serie con su hermana Rose, después se encerraba sola en su habitación, con sus pensamientos y su guitarra. El día acababa disfrutando de una suculenta cena de lo que mamá catalogaría como "Comida basura", junto sus hermanos, sus perros y su madre, mientras charlaban acerca de todos los hechos que a cada uno le había ocurrido en el transcurso de la semana.

Tras aquello, como costumbre, cada uno le deseaba suerte al otro para el comienzo de semana, Madison siempre acababa satisfecha, pues aunque a veces se pelease con su familia, era todo lo que tenía, y todo por lo que creía, valía la pena vivir, pero, aquel domingo era diferente; su novio había desaparecido casi sin darse cuenta, la había dejado con un simple SMS, ni siquiera una llamada, se sentía sola, pues nunca fue una chica a la que los amigos le abundasen. Aquel día, ni siquiera había cogido su preciada guitarra, y mucho menos había reído junto a Rose y los demás miembros de su familia, todo en lo que pensaba era en desaparecer, como había hecho George, desaparecer y olvidar, alejarse, lejos dónde nada ni nadie le trajese recuerdos de aquella pequeña ciudad, y más aún, de aquel pequeño pueblo. En aquel instante, se encontraba en su cama, quieta, pensativa, mirando a sabe Dios dónde, y de repente lo vio. "Debo irme lejos de ésta ciudad, de éste maldito pueblo", pensó.

Sin ningún otro pensamiento en su cabeza, cogió el mapa y buscó la ciudad que más se alejaba, aunque tampoco pretendía ir demasiado lejos, todo lo que tenía eran sus ahorros de toda la vida, finalmente, se decidió, iba a irse, el destino que había elegido era Dakota del Sur, pues había oído que allí la gente era muy hogareña, cercana, pero no del tipo de persona que te agobia, sino del tipo de persona con la que, quizás, puedas desahogar tus penas, pues nunca preguntarían más de lo debido. Pensó en cómo sería vivir en la gran ciudad, pero pronto se dio cuenta que prefería ir a un pueblo, buscar trabajo allí, y por qué no, comenzar una nueva vida. Tras buscar y buscar por Google, vio un pueblo que le gustó, Roslyn; allí iba a comenzar de nuevo, iba a empezar su vida, y a lo mejor, hasta tenía suerte y volvería a enamorarse. Pensó en si debía decirle a su madre que se marchaba, en cómo reaccionaría, quizás le diría que no la dejaría marcharse, o por el contrario, que si creía que aquello era lo que la iba ayudar a superar ése bache en el que estaba, se fuera. Claro, que nadie sabía por lo que estaba pasando, todo lo que sabía su familia era que estaba distinta, algo más triste, distraída, desganada, qué sabía ella. Sopesó la idea de contárselo a su madre, pero pensó que sería una tremenda locura, así que decidió que le escribiría una nota a ella, y otra a su hermana. Rápidamente, cogió una libreta y comenzó a escribir, lo que pretendía que fuese una nota, acabó siendo una especie de carta. En ella, le contaba a su madre que se había marchado por necesidad, que George la había dejado y se había ido de la ciudad y del pueblo, también le había dicho que estaba triste, que todo aquello sólo le recordaba todo lo que habían vivido juntos, le explicaba que ése, era el único modo de sentirse mejor. En ella también le explicaba que en cuanto llegase a su destino, se pondría a buscar trabajo, trató de tranquilizarla, diciéndole que llevaba dinero suficiente para vivir unos cuántos meses, pues había empleado los ahorros de toda una, aún corta vida. Por último, le dijo que en cuanto se sintiese mejor, llamaría a casa, que la quería, le daba las gracias y le repetía una y otra vez que era su modelo a seguir. Una vez terminó de escribir, dobló la carta y puso con letras bien grandes: "Para mamá, Maddie." Comenzó a escribirle a su hermana, pensó que no necesitaba explicarle demasiado, pues sabía que tarde o temprano, su madre le contaría lo que le había escrito en aquella carta. En aquella nota, le daba las gracias por haberla cuidado cuando era pequeña, aquellas noches que mamá debía trabajar hasta tarde en el bar, le pidió perdón por no haberse despedido de ella en condiciones, le había dicho cuánto la quería, le aseguró que estaría bien, que ni ella ni su madre fueran a buscarla o a impedirle que se marchase. Le volvió a repetir que la quería, y finalmente, se despidió con un adiós. Cerró la nota y puso el nombre de su hermana en grande, al igual que había hecho con la carta para Anne. Una vez había terminado, guardó ambos papeles en un cajón bajo llave. Pasó un rato en silencio, mirando su habitación de arriba abajo, como un soplo de aire fresco, se levantó de la cama y empezó a preparar su mochila con su ropa y sus pertenencias; lo tenía casi todo listo. De repente, los gritos de su madre la despertaron de su adormecimiento.

—Cariño, baja, ya ha llegado la cena —dijo su madre, alzando la voz lo suficiente cómo para que pudiera oírla. Madison tardó un rato en contestar, no creía que su estómago le pidiese comida, de hecho se sentía sin ganas siquiera de levantarse y hacerle frente a aquella situación. Pero también sintió que necesitaba esa última cena con la gente que más quería, sus hermanos, su madre, y sus dos perritos; Laika & Zeus—.

Claro, ya voy mamá —gritó, suspirando después, se sacudió el pijama y se dispuso a salir de su habitación, escalera abajo hasta el salón. Una vez había llegado hasta la mesa del salón, saludó a los demás—.

—Hola chicos, ya estamos al completo, los grandullones y la enana —dijo bromeando, ya que era la más pequeña de los cuatro, intentando sonar animada, miró a sus hermanos con una falsa sonrisa, y se sentó junto a su madre y su hermana—.

—¿Dónde y qué hemos pedido hoy? —preguntó, alegando que estaba hambrienta para no alertar a nadie—.

—Pensamos que te apetecería un poco de pizza con nachos calentitos, Coca-Cola y un buen postre... Es de ése mexicano nuevo, una vez dijiste que te morías de ganas por ir, bien, pues hoy ha venido a tí —contestó su hermana Rose, la cual, para su sorpresa, le había abrazado y besado la frente—.

—Lo cierto es que distéis en el clavo... —dijo ella, aún sonriendo. En ese mismo momento, su otro hermano mayor, Zarek, irrumpía en el salón, cómo si fuese todo un sabueso, atraído por el olor de los nachos y la pizza—.

—¿Alguien ha dicho pizza y nachos? Mmm, qué rico... —murmuró, haciéndose hueco entre ella y su madre, le revolvió el pelo como acostumbraba a hacer, pues sabía que aquello le hacía de rabiar—.

—¿Qué pasa, enana?

—Oye, ¡deja de despeinarme, imbécil! —le propinó un leve codazo, y esta vez, sonrió, pero no era una sonrisa fingida como la de hacía días atrás—.

—No seas merluzo, y come, pero lo más importante; deja comer —repuso su hermana, comenzando a coger un trozo de pizza—. ¡Que aproveche!

Madison había disfrutado de aquella cena, ayudó a su madre a ordenar el desastre que habían montado y le había agradecido que para ella pidiese profiteroles con chocolate y nata, pues eran sus preferidos. Sin duda, había sido una bonita despedida involuntaria, todos habían estado unidos, habían jugado largo rato con juegos de mesa, cuando el sueño comenzó a hacer mella y el cansancio se apoderó de ella, se despidió de todos ellos con un fuerte abrazo y un beso. Le había dicho a su madre lo guapa que estaba aquel día y la había cubierto de besos. Dejó la despedida con sus perros para el final, cuando todos estaban en sus respectivas habitaciones. Se sentó en el sofá y le hizo un gesto a ambos para que se subieran a sus piernas, estuvo acariciando a Zeus largo rato, entre lágrimas, le susurró que lo quería, que siempre sería su pequeño bebé peludo, su peluchito. Lo llenó de besos y lo recostó en su cama. Finalmente, cogió a Laika en sus brazos y rió.

—Pero mira nada más, ¡qué grande que estás, gordita! —le dijo a su perrita, la más pequeña, pues sólo contaba con 8 meses, mientras que Zeus iba camino de sus 4 añitos de vida—. Sé buena, no muerdas nada, y sobretodo; deja a el tato vivir, mujer, mira que como sigas ladrándole en el oído, lo vas a dejar sordo.

Tras aquello, acarició a su pequeña princesa, como ella la llamaba, la acunó en sus brazos, le dió muchos besos, le prometió que volvería, y que siempre iba a tenerlos en mente a ella y a su peluchito. Laika pronto cayó rendida en sus brazos, Madison la miró con ternura y le dió un último beso, para después acostarla en su cama, junto a Zeus. Se dirigió sigilosa escaleras arriba hasta su habitación, se aseó, y  se aseguró de que su madre y su hermana estaban dormidas, entró a la habitación de ambas y les dejó a cada una sus respectivas notas. Finalmente, volvió a su habitación, la volvió a mirar, como hacía horas atrás, suspiró, se dejó caer en la cama, puso la alarma, y finalmente, se durmió como todo un bebé.

Mi destino eras tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora