4.Derrame de café

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La luz del sol en la mañana iluminaba la habitación de hotel de Madison, hacía poco que acababa de despertarse, miró a su alrededor, en parte pensando en qué se pondría aquel día, pues iba a salir con un grupo de gente que no conocía. Ella siempre pensaba que las primeras impresiones eran importantes a la hora de entablar amistad con un desconocido. Dió un salto de la cama y abrió la mochila. Observó la ropa que había traído y le pareció que ninguna era decente, aunque, había recordado que tan sólo darían un paseo. Sacó un pantalón negro y una blusa rosa fuscia, un par de tacones a juego y una chaqueta vaquera. Lo puso todo sobre la cama y lo miró largo rato. Finalmente decidió que era un conjunto perfecto y que se vería, cuanto menos, presentable. Con el conjunto elegido, dobló la ropa y la guardó en el armario. Tenía hambre, pero prefería ducharse antes de ir a desayunar. Cuando salió de la ducha, secó su larga, lisa y morena melena. Secó su cuerpo y se vistió con la ropa interior. Aquella mañana, aunque el sol relucía, hacía fresco, así que se vistió con unos pantalones de chándal y una ancha sudadera roja, junto con sus all-stars negras. Peinó su pelo por última vez y miró a su alrededor por si se dejaba algo. Como lo vió todo perfectamente ordenado, guardó la mochila en el armario y, tras aquello, se fue.

Caminaba a lo largo del amplio pasillo lentamente, observando el mobiliario del lugar, no sabía por qué, pero le encantaba el suelo de los hoteles, esa sensación aterciopelada que se podía sentir bajo la planta de los pies cuando caminabas descalzo. Vio a una mujer que, probablemente fuera la limpiadora, pues ésta arrastraba un carrito repleto de toallas y sábanas blancas como la nieve.

Se dirigió hasta el ascensor y se preguntó si sería capaz de encontrar la planta del salón de comidas. Respiró aliviada al ver que dentro de éste había un botón que indicaba que ése era el que llevaba a la planta deseada. Cuando llegó y el ascensor abrió sus puertas de nuevo, saludó a la pareja de ancianos que ahora se disponía a coger éste, probablemente habrían desayunado juntos a primera hora. Se enterneció al pensar en cuántas veces habrían desayunado juntos, seguramente, imnumerables, sonrió, pero algo en su interior se entristeció; su madre nunca había llegado a vivir algo así, y probablemente, no lo haría jamás. En cambio aquellos ancianos habían hecho infinidad de cosas, pero siempre juntos, habían visto aparecer las arrugas de ambos, tendrían miles de historias que recordar, miles de anécdotas por contar a sus hijos, nietos y bisnietos, pero, seguro ninguna de esas historias sería triste, ni aquellas anécdotas dolerían al ser recordadas, tenían una vida que contar y un amor; el amor de sus vidas. Anne no había tenido suerte en el amor, había amado, pero también la habían lastimado, aprendió que debía luchar sola, su juventud se basaba en eso; luchar, curar sus heridas y trabajar para sus hijos. Incluso a su edad, sus hijos seguían siendo el móvil que la ayudaba a seguir adelante, de alguna forma, ellos le recordaban el buen trabajo que había hecho por sí misma. 

Madison veía en su madre a toda una luchadora, una madre coraje, y aunque a veces no fuese capaz de verlo, e incluso desease tener una familia normal, recordaba lo mucho que la había mimado cuando era pequeña, cómo si fuera consciente de que era la más frágil de todos sus hijos, y en efecto lo era. Se empeñaba en decirse a sí misma y a los que la rodeaban que el crecer sin una figura paterna no le había resultado duro, pero su realidad era otra; era incapaz de escuchar hablar de su padre sin romper en lágrimas, escuchaba a mamá y a Rose hablar de lo orgulloso que su padre se sentía de su pequeña Maddie, también oyó decir que era su preferida, la más pequeña, su princesa, y que aún así, los había abandonado. Cuando deseaba haber sido normal, recordaba todo lo que su madre había hecho por ella, y que, aunque no tuviese padre, tenía algo que nadie más podía tener; una super mamá, eso es lo que siempre había sido Anne para ella. Decidió dejar de recordar aquello, pues sabía que con sólo pensarlo el llanto se apoderaría de ella. 

Mi destino eras tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora