CAPÍTULO VEINTIOCHO

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20 de septiembre de 1973, Santiago


Julieta había pasado gran parte de esa tarde leyéndole a Polilla. Desde el almuerzo, en el que habían tenido que ayudar a Matrona, y la sobremesa junto a todos los habitantes de la casa, que había durado un par de horas según sus cálculos. En el nido amaban conversar. Y ese día aún más, porque Flaca ya se encontraba mejor. Aún no podía levantarse de la cama (o no le dejaban hacerlo, sospechaba Julieta), pero dormía menos y comía más, lo que según Matrona era una muy buena señal. El resto de los miembros de la "familia" estaban de buen humor y aunque la joven todavía no comía con ellos a la mesa, era como si estuviera ahí.

Polilla también había dejado de pasar todo el tiempo junto a la cama de la convaleciente. De hecho, parecía un poco ajena a lo que sucedía a su alrededor. Julieta se percató de ello mientras le leía uno de sus pasajes favoritos de Peter Pan, el del estanque de las sirenas. Según su perspectiva, Polilla tendría que haber estado totalmente inmersa en el relato, los ojos muy abiertos y expectantes, la boca abierta por la tensión. Pero no, la niña acariciaba a Sonámbula, los ojos medio ocultos por la visera de su extraño gorro, la cabeza gacha. Julieta estaba segura de que ni siquiera oía su voz.

Aún así, no le preguntó qué le pasaba, aunque le causaba curiosidad. El problema es que también le causaba miedo y, más importante incluso, ella tenía sus propios problemas. Había algo que no dejaba de darle vueltas a la cabeza, además de provocarle un dolor en el abdomen.

La noche anterior, luego de la llegada de Capitán y Quiltro de sus andanzas diarias, y mucho rato después de que los adultos enviaran a los niños a dormir, Julieta se había levantado para ir a hurtadillas hasta la cocina. Fue sola, porque Polilla dormía profundamente. En retrospectiva, había sido mucho mejor. De lo contrario, su amiga la habría visto llorar luego de escuchar lo dicho por Capitán.

—Julieta, ¿pasa algo?

La voz de Librero la sacó de sus pensamientos y solo entonces se dio cuenta que el libro estaba a punto de resbalar del todo de sus manos. Lo tomó con más fuerza y miró al frente, donde debía estar Polilla. Solo que la niña no estaba, ni ella ni su rata.

—¿Y Polilla?

—Se fue al techo. —El hombre se ajustó los lentes sobre el puente de la nariz—. Pero tú seguiste leyendo... hasta que te quedaste callada. ¿Te sientes mal?

—No... Es que... me cansé.

—Ah. Me gusta escucharte leer. —Julieta intentó devolverle la sonrisa que él le dirigió, pero no lo consiguió del todo—. Tienes una bonita voz. Y me gusta mucho Peter Pan.

—A mí también. —Se puso de pie y se acercó para entregarle el libro—. Iré a ver a Polilla.

—Bueno. —Acarició la portada, que estaba muy gastada, además de rota en los cantos. Antes de que Julieta le diera la espalda, volvió a hablar—. Seguro que estás preocupada por tus papás.

Julieta asintió.

—Todo va a arreglarse —murmuró, indeciso. La niña sabía que le estaba mintiendo, pero aún así se lo agradeció—. Pronto volverás a estar con ellos.

—Sí... Gracias.

La niña se alejó rumbo a la ventanilla que permitía salir al techo. Aún se sentía algo insegura debido a la altura, pero no se amedrentó. Puso mucha atención en dónde pisaba y siempre mantuvo la mano derecha sobre las tejas; así, logró llegar al punto desde donde Polilla observaba el cielo sobre Santiago. Se sentó a su lado, en silencio, temiendo que la niña la echara. Pero su amiga no lo hizo; por el contrario, por casi un minuto apenas pareció notar su presencia. Luego habló.

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora