CAPÍTULO VEINTISÉIS

263 43 141
                                    


19 de septiembre de 1973, Santiago.


Emilia despertó dando un respingo, un salto leve pero tan repentino que por unos segundos, en medio de la confusión propia de somnolencia, se preguntó si su sueño no había sido interrumpido por algo o alguien. No sería la primera vez que le pasaba en Almahue #8. La presencia de fantasmas era algo normal allí, aunque por lo general estos estaban metidos en sus propios asuntos, no se dedicaban a despertarla o a hablarle siquiera; la ignoraban así, sin más, a menos que necesitaran algo.

La otra opción es que la hubiera despertado Canterbury, el gato que un día había comenzado a pulular por los alrededores de la casa y al que ella había medio adoptado. Era de color blanco, aunque solía vivir tantas aventuras que su pelaje rara vez estaba limpio. Tenía los ojos azules, y quizás por ese motivo, por esa similitud, Víctor y él se entendían sin necesidad de palabras, apenas con gestos. Cada vez que coincidían, Canterbury se sentaba en su regazo o lo observaba dibujar meneando la cola. El Médium lo acariciaba con lentitud, distraído, y manchaba su pelaje con el carboncillo que casi siempre le cubría los dedos.

El problema era que la presencia de Canterbury era más invasiva, pero mucho menos constante que la de los Desencarnados. Almahue #8 era solo un refugio momentáneo en su ajetreada vida y podía alejarse todo lo que quisiera, no como los fantasmas.

Emilia no recordaba haberlo visto por allí la noche anterior, pero de todas maneras buscó alrededor por si había entrado durante sus horas de sueño. Sin embargo, no vio al gato. La casa estaba en completo silencio, excepto por la respiración suave y acompasada de Víctor, que dormía en el sillón frente a ella, tapado con su propio abrigo.

Comprobó la hora en el reloj que juntaba polvo sobre una repisa. Hace años que no le daba cuerda, así que calculaba que estaba varios minutos atrasado. Aún así, se sorprendió con lo mucho que ella y Víctor habían dormido: eran casi las diez de la mañana y por lo que recordaba habían caído rendidos a las dos de la madrugada. Se sentó con cierta dificultad, ya que tenía los músculos agarrotados. En realidad, que cada uno se acostara en los viejos y polvorientos sofás disponibles en el salón fue solo una medida transitoria, para recobrar fuerzas luego de unos días muy duros. Mientras movía el cuello con los ojos cerrados, se maldijo a sí misma por haber despreciado la mullida cama que tenía a un tramo de escalera de distancia.

Se puso de pie, el pelo oscuro revuelto y la ropa arrugada. Se acercó algunos pasos al bulto que formaba Víctor, indecisa aún si despertarlo de inmediato o dejarlo dormir un poco más. No podía verle el rostro, ya que estaba vuelto hacia la pared, pero no necesitaba hacerlo para saber que estaba completamente entregado al sopor. Cuando estaba a punto de estirar la mano para tocar su hombro, su pie derecho avanzó un poco más y chocó contra algo. Al bajar la mirada, vio la libreta de su compañero, abierta por una página cualquiera.

De forma instintiva, la recogió. Sabía cuánto apreciaba Víctor esa libreta. Nunca se separaba de ella, así como tampoco se separaba de su abrigo o sus lápices. Mientras verificaba que no le hubiera pasado nada, sus dedos hicieron pasar las páginas sin querer. Vio las figuras trazadas con una atención creciente, sobre todo cuando superó la mitad y se fue acercando a las últimas páginas usadas.

En realidad, siempre lo había sospechado, pero cuando comprobó que en la libreta Víctor llevaba un registro de todo lo que veía, no pudo evitar sorprenderse. Quizás fuera la calidad de los dibujos, o el hecho de que mirarlos era como adentrarse a una parte de la mente del joven, territorio al que era tan difícil de acceder sin invitación como lo era Almahue #8. Con la libreta entre sus manos, sin embargo, parecía haber corrido un velo, tras el cual se encontraban los pensamientos de Víctor Lassner trazados con carboncillo.

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora