CAPÍTULO DIECIOCHO

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Hola, tanto tiempo. 

Acá me tienen de nuevo. Llevo mucho sin escribir esta historia y lo cierto es que la echo de menos. Me he propuesto retomarla, pero debido a varios proyectos que tengo en marcha (fuera y dentro de Wattpad), no creo que poder tener un ritmo tan acelerado de publicación. Me esforzaré por traerles al menos dos capítulos al mes.

Como quizás se dieron cuenta, este capítulo sale numerado como el 18, a pesar de que correspondía el 16. Esto pasó porque decidí que los dos capítulos que había titulado Primer y Segundo Interludio pasaran a ser numerados también. Así se sienten más parte de la historia. Así que ahora este es el capítulo 18, pero es el que viene a continuación. Nada más ha cambiado dentro de la novela. 

Quedamos cuando un niño llamado César es secuestrado por el Zalamero, Lear recibe la visita de uno de sus compañeros, Julieta comienza a habituarse al Nido y conoce al Capitán, y Zacarías y Ezequiel visitan a Lear por segunda vez. 

Dicho eso, procedo a dejarlos con el capítulo

Gracias adelantadas por leer :)

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13 de septiembre de 1973,  túneles de Santiago. 

El niño que pronto dejaría de llamarse César despertó en medio de la oscuridad. Al menos así la percibió él, que había perdido la consciencia a plena luz del día y en el exterior. Lo primero que asumió de su nuevo estado era que se hallaba encerrado en un lugar estrecho, frío y silencioso. Y oscuro, muy oscuro. 

A medida que abría y cerraba los párpados para ver mejor, se dio cuenta que sí había luz, pero era lejana y tenue, anaranjada. También parecía danzar levemente. Provenía de un lugar ubicado a varios metros, a su espalda. Con cuidado, César se giró sobre el montó de telas sobre el cual estaba echado y estudió el sitio donde se encontraba. Pronto, el miedo que ya sentía desde que había despertado se acentuó hasta casi hacerlo gritar. 

Estaba en una celda. 

Los barrotes dibujaban líneas oscuras sobre un suelo de piedra. Las paredes estaban hechas del mismo material, solo que eran menos lisas, como si nadie se hubiera preocupado de estucarlas. La reja que lo separaba de la libertad era de metal grueso a resistente, a menos a simple vista. El espacio entre cada barrote apenas le permitiría sacar su brazo y poco más. Quien la hubiera construido lo había hecho pensando en niños delgados y escurridizos como él. 

Se sentó, poniendo atención a la improvisada cama o lecho sobre el que había dormido. Era apenas un colchón delgado y viejo, con un par de mantas puestas encima. Seguramente por eso le dolían todo el cuerpo. 

Aún así, se puso de pie y se acercó a los barrotes. Tal como había esperado, estos eran tan gruesos que apenas podía rodearlos con las manos, y eran de metal sólido, imposibles de romper. No lo había notado hasta ese momento, pero estaba llorando. Lloró aún más cuando vio que más allá del pasillo donde se encontraba su celda, había una gruta de piedra en cuyo centro alumbraba una fogata. Era ella la que prodigaba la luz tenue y danzante. Al ver el fuego, sintió aún más fríos en la base del estómago. 

—¡Ayuda! —grito sin poder contenerse—. ¡¿Hay alguien ahí?! —Agitó o intentó agitar los barrotes que sostenía, pero estos no se movieron ni un milímetro—. ¡¡Ayuda!! 

—Cállate, idiota.  

Al escuchar la voz se quedó inmóvil. Miró hacia izquierda y derecha, buscando su origen. En la celda ubicada frente a la suya al otro lado del pasillo, vio una silueta que se ponía de pie y abandonaba las sombras para acercarse. Lo que su oído y su cerebro habían procesado solo a medias producto del miedo, se hizo evidente de pronto: el desconocido era un niño. A contraluz, le pareció distinguir un pelo negro y ondulado, más unos ojos brillantes de rabia y también de diversión. 

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora