CAPÍTULO VEINTE

428 45 557
                                    


23 de septiembre de 1996, Santiago.


Ezequiel miró hacia  derecha e izquierda, estudiando la calle donde vivía. Se mantuvo en tensión, listo para ver a alguien, quien fuera, y volver al interior de su casa. Pero no vio a nadie. Pasaban de las dos de la mañana y el lugar estaba vacío, parcialmente oscuro gracias a los focos de luz amarilla y en silencio. Eso era, sobre todo, lo que él necesitaba. Silencio para pensar, para repasar por enésima vez los hechos de ese día, las palabras de Lear. 

Suspiró con fuerza.

Sentía que había dado un paso adelante, pero aún así se sentía más perdido que antes. Esa mezcla de sensaciones era muy desagradable y, sobre todo, frustrante. Para paliar en algo la impotencia que lo embargaba, se obligó a enumerar una vez más sus avances. Bien, lo más importante es que ahora conocía el poder de Lear, lo que podía hacer nada más tocar un objeto. También había descubierto que él también conocía la historia de Julieta y el Zalamero. Y estaba esa otra niña: Polilla. 

Ezequiel alzó la mano hasta tocar una de las orejeras del gorro que había pertenecido a ella. Se había sentido algo ridículo al ponérselo antes de salir a la calle, pero tras cerrar la puerta de casa a su espalda, una brisa fría lo hizo encogerse y agradeció el abrigo de la prenda. Además, siempre que se lo ponía sentía algo extraño, difícil de definir, pero lejos de ser desagradable. Quizás es que algo de Polilla permanecía aún adherido a la tela, aquello que Lear podía ver y él, a su manera, podía sentir. 

Lamentablemente, nada de eso se traducía en respuestas; a la larga, solo eran nuevas preguntas. 

Y eso no era lo peor. Lo que más le perturbaba de todo era lo dicho por el hombre sobre la supuesta alianza entre Julieta y el Zalamero. Le costaba creerlo... Pero, al mismo tiempo, no quería ponerse en el caso de que Lear le estuviera mintiendo. Confiaba en él, a pesar de no tener casi ningún conocimiento sobre su pasado y apenas ir aprendiendo sobre su personalidad. Más aún, Zacarías confiaba en él, y aunque era su don poder ver el interior de la gente y no el de su hermano, siempre había considerado que el niño tenía un excelente instinto con los desconocidos y con las personas en general. 

Se abrazó las rodillas, notando otra vez el ligero retorcijón en la base en el estómago en que se había convertido lo poco que sabía. Aquel el era el único resultado de las horas que había pasado intentando ordenarlo. Por eso, ya cansado, decidió esperar a que fuera de madrugada para salir al exterior de su casa y pensar en medio del silencio. Allí se sentía seguro y también alerta. Su padre tenía turno es anoche y no llegaría hasta el día siguiente por la tarde, y su madre  tenía el sueño tan pesado como el de Zacarías. Estaba solo con sus pensamientos y el gorro de Polilla. 

Cerró los ojos y habló en voz alta, para que así las cosas comenzara a tener más sentido. 

—Lear no sabe quién es. Ni su nombre ni nada, peor sí sabe que tiene el poder de leer los objetos. Todos los objetos, pero sobre todo los libros. 

Recordó su expresión de absoluta certeza al hablar del tomo de El Rey Lear. Y luego su ausencia total de dudas al hablarles de la pataleta hecha por Zacarías para conseguir que su madre le comprara el cuento de El Rey León en el supermercado. Había sido impresionante, pero también escalofriante. Como lo que él y su hermano podían hacer, supuso. 

—Lear conoce a Julieta —continuó—. Conoce su historia... pero, ¿cómo? 

Se rascó el pelo oculto por el gorro, la nariz arrugada y los vellos de los brazos erizados por el frío. O quizás no por el frío, sino por el hecho de que aún recordaba cómo, después de su revelación, Lear no había dicho prácticamente nada más sobre Julieta. No dijo cómo o de qué la conocía; cuando Ezequiel le insistió, cerró el tema con un "no lo recuerdo bien". Desde el camino de regreso a la casa, él concluyó que había dos posibilidades: Lear conocía en persona a Julieta o había descubierto lo que sabía de ella gracias a su poder.

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora