CAPÍTULO UNO

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11 de septiembre de 1973, Santiago


Tiempo después, Julieta diría que lo que la despertó fue el silencio. Aunque dicha palabra no describe del todo bien lo que sucedía en su casa. Más bien eran como susurros, gente moviéndose con cuidado para no hacer mucho ruido, roce de prendas de ropa, sus padres hablando en voz baja. Solo que la niña tardó en traducir todo eso y por eso al principio pensó que el lugar estaba más silencioso que de costumbre.

A medida que pasaban las horas fue notando más cosas extrañas. Con los años se obsesionaría con recordar cada minuto de ese día tan raro. En ese momento, sin embargo, era muy pequeña para reconocerlo, aunque lo cierto es que había notado desde el principio que algo no andaba bien. Por ejemplo, en la mañana, cuando su mamá la despertó para que fuera al colegio, se dio cuenta de inmediato que la mujer estaba nerviosa. No era ese nerviosismo típico que en realidad era cansancio y mal humor, si no de ese que se parece al miedo. Por eso quizás no la miraba a la cara, le sirvió la leche fría y se le olvidó la colación en el mesón de la cocina. Julieta la esperó en el auto mientras su mamá iba a buscar la lonchera y ahí fue cuando notó por primera vez que el silencio, o ese montón de sonidos tenues que hacían pensar en el silencio, no era exclusividad de su casa. No andaban tantos autos en la calle y el vecino que regaba todas las mañanas el jardín estaba ese día dentro de su casa, con la radio prendida a volumen tan bajo que la niña solo la escuchó porque no había nada más que escuchar.

De haber sido mayor, Julieta tal vez hubiera podido juntar todo eso y armar teorías, incluso podría haberle hecho preguntas a su madre al respecto y exigir que les diera una respuesta. Pero era una niña y aunque esos detalles se fijaron en su memoria, fue después que armó con ellos el cuadro completo de esa jornada. Lo que sí la molestó un poco fue la ausencia de su papá en el desayuno.

—Se fue temprano a la universidad —le dijo su mamá cuando le preguntó. Y Julieta arrugó la nariz por enfado o sospecha. O ambas. Su papá nunca trabajaba en la mañana. Lo que hacía era desayunar con ellas, leer el diario y darle un beso en la frente antes de que saliera corriendo rumbo al auto estacionado en patio.

Le había molestado esa respuesta, pero la mente de los niños es inquieta. Para cuando su mamá había volvió al Volkswagen modelo escarabajo con la lonchera en las manos y esa expresión distraída en el rostro, Julieta ya pensaba en la revancha de payaya que le debía Lucía, su mejor amiga, desde el día anterior.

Llegaron al colegio y su madre se despidió de ella en la puerta. Ahí ocurrió otra cosa rara: en vez del habitual abrazo rápido, la mujer la apretó fuerte durante unos segundos y luego la tomó de los hombros para mirarla a la cara.

—Pórtate bien, Julieta.

A la niña le molestó la petición, porque ella siempre se portaba bien. Sí era cierto que a veces conversaba mucho con Lucía en clase, o que se le perdían seguido los lápices, pero en la suma y en la resta era una buena niña. De hecho, era el tercer lugar en el curso por sus notas.

—Prométeme que te vas a portar bien, ¿ya?

—Bueno —dijo, asustada de pronto por el tono de su mamá—. Te lo prometo si me prometes que vas a hacer fideos para almorzar.

Por primera vez desde que el rostro de su madre la había despertado, Julieta vio que sonreía.

—Te lo prometo.

Imitando a su padre, o tal vez para suplir el beso que debió darle él, la besó en la frente y volvió casi corriendo al auto. Cuando Julieta se dio la vuelta, ya había olvidado lo ocurrido en la mañana. Aún no sabía que las cosas verdaderamente raras estaban por ocurrir.

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora