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TRES ANCIANAS
EN UN PUESTO DE FRUTAS
SE ME QUEDAN VIENDO

LAS EXPERIENCIAS RARAS QUE TENÍA DE VEZ EN CUANDO NO ERAN NADA DE OTRO MUNDO PARA MI, PERO POR LO GENERAL SOLÍAN TERMINAR PRONTO

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LAS EXPERIENCIAS RARAS QUE TENÍA DE VEZ EN CUANDO NO ERAN NADA DE OTRO MUNDO PARA MI, PERO POR LO GENERAL SOLÍAN TERMINAR PRONTO. Aquel desvarío a veinticuatro horas al día, siete días a la semana, era más de lo que podía soportar. Durante el resto del curso, el colegio entero pareció ponerse de acuerdo a jugármela. Los estudiantes se comportaban como si estuvieran convencidos de que la señora Kerr —una rubia alegre que jamás había visto en mi vida hasta que subió el autobús al final de aquella excursión— era nuestra profesora de introducción al álgebra desde Navidad.

De vez en cuando Percy sacaba a colación a la señora Dodds, buscando una metida de pata, pero se quedaban mirándolo como si fuera un psicópata. En cuanto a mi, al ser la más cercana a él, terminaron repudiándome más de lo que hacían al principio del curso, hablando sobre una mujer a la que jamás ha pisado la academia Yancy. Tal vez tenían razón sobre una tal «señora Dodds» que nunca había existido.

Casi estaba convencida de eso. Casi.

Grover era malo mintiendo. Cuando Percy o yo mencionábamos el nombre Dodds, vacilaba una fracción de segundo antes de asegurar que no existía. Pero yo sabía que mentía.

Algo había sucedido. Algo había pasado en el museo.

No tenía tiempo para pensar en ello durante el día, pero por la noche las terribles visiones de la señora Dodds con garras y alas coriáceas me despertaban entre sudor y dolores de cabeza.

El clima seguía enloquecido, cosa que no mejoraba mi ánimo. Una noche, una tormenta reventó las ramas del árbol cercano a la ventana de mi habitación. Unos días más tarde, el mayor tornado que se recuerda en el valle del Hudson pasó a sólo ochenta kilómetros de la academia Yancy. Uno de los sucesos de actualidad que estudiamos en la clase de sociales fue el inusual número de aviones caídos en el Atlántico aquel año.

No sabía si era por el clima o porque la broma había seguido demasiado tiempo, pero empecé a sentirme malhumorada y cualquier cosa parecía irritarme. Mis notas bajaron de insuficiente a muy deficiente. Discutía con mis compañeros y, ante el mínimo roce de una provocación, mis ánimos se alteraban y comenzaban las peleas.

No sabía cómo le iría a Percy, pero esperaba que mejor que a mi en cuanto al profesor de literatura. Cuando me pidió leer un fragmento del poema de Emily Dickinson quería arrancarme los ojos por el movimiento de las palabras que querían escapar de mi alcance. Pronuncié «plumas» como «espuma» y «pajarillo» como «amarillo» de tal manera que el profesor creía que me estaba burlando de la poesía. Me señaló con el dedo, largo y huesudo que tenía, que era perezosa y cómo no podía leer un fragmento tan sencillo. Quería recordarle de mi trastorno y dislexia, pero caí en cuenta que me había saltado su primera clase y no había tenido la oportunidad de dar explicaciones. Recordé que había encontrado molesto tener que reunirme con él después de clases para una mención que podía mandarme de nuevo a un castigo si insinuaba que no presencié su presentación primero.

𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓𝐍𝐈𝐍𝐆 𝐓𝐇𝐈𝐄𝐅 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora