ch. 06

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TODOS
TIEMBLAN
ANTE MÍ

EN CUANTO CAÍ DEL HECHO DE QUE NUESTRO PROFESOR DE LATÍN ERA UNA ESPECIE DE CABALLO, DIMOS UN BONITO PASEO, AUNQUE CON MUCHO CUIDADO DE NO CAMINAR DETRÁS DE ÉL

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EN CUANTO CAÍ DEL HECHO DE QUE NUESTRO PROFESOR DE LATÍN ERA UNA ESPECIE DE CABALLO, DIMOS UN BONITO PASEO, AUNQUE CON MUCHO CUIDADO DE NO CAMINAR DETRÁS DE ÉL. Una vez me había tocado ir detrás de la señora Kravets para ayudarle con las compras, una mujer de lo más dulce que pertenecía a Ucrania, y las veces que ella detenía el paso o cambiaba de dirección su gran cabús me golpeaba el pecho quitándome el aire. No confiaba en la retaguardia de ninguna persona que superaba mi tamaño, ni en Quirón o cualquier otra persona-animal.

Pasamos junto al campo de voleibol y algunos chicos se dieron codazos. Uno señaló los cuernos de minotauro que Percy llevaba. Otro dijo: «Son ellos».

La mayoría de los campistas eran mayores que yo. Sus amigos sátiros eran más grandes que Grover, todos trotando por allí con camisas naranjas del campamento mestizo, sin nada que cubriera sus peludos cuartos traseros. Al contrario de Percy, era algo introvertida; me incomodaba la manera en que me miraban, como si esperaran que saliera un resplandor de mi cuerpo o algo así.

Me volví para mirar la casa. Era mucho más grande de lo que me había parecido: cuatro plantas, color azul cielo con madera blanca, como un balneario a gran escala. Estaba examinando la veleta con forma de águila que había en el tejado cuando algo captó mi atención, una sombra en la ventana más alta del desván a dos aguas. Algo había movido la cortina, sólo por un instante, y tuve la sensación de que me estaba observando.

—¿Qué hay ahí arriba? —le pregunté a Quirón.

Miró hacia donde yo señalaba y la sonrisa se le borró del rostro.

—Sólo un desván.

—¿Vive alguien ahí?

—No —respondió tajante—. Nadie.

Tuve la impresión de que decía la verdad. No obstante, algo había movido la cortina.

—Vamos, chicos —nos urgió Quirón con demasiada premura—. Hay mucho que ver.

Paseamos por campos donde los campistas recogían fresas mientras un sátiro tocaba una melodía en una flauta de junco.

Quirón nos contó que el campamento producía una buena cosecha que exportaba a los restaurantes neoyorquinos y al monte Olimpo.

—Cubre nuestros gastos —aclaró—. Y las fresas casi no dan trabajo.

También nos dijo que el señor D producía ese efecto en las plantas frutícolas: se volvían locas cuando estaba cerca. Funcionaba mejor con los viñedos, pero le habían prohibido cultivarlos, así que plantaba fresas.

Observé al sátiro tocar la flauta. La música provocaba que los animalillos y bichos abandonaran el campo de fresas en todas direcciones, como refugiados huyendo de un terremoto. A simple vista era obvio señalar que era más experimentado que Grover.

𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓𝐍𝐈𝐍𝐆 𝐓𝐇𝐈𝐄𝐅 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora