ch. 11

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EL EMPORORIO DE GNOMOS
DE JARDÍN DE
LA TÍA EME

NUNCA CREÍ QUE LOS PROBLEMAS PODÍAN SALVAR MI VIDA, MÁS SI ESTOS ERAN CAUSADOS POR DIOSES GRIEGOS; LOS MISMOS QUE HAN HECHO MI VIDA IMPOSIBLE

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NUNCA CREÍ QUE LOS PROBLEMAS PODÍAN SALVAR MI VIDA, MÁS SI ESTOS ERAN CAUSADOS POR DIOSES GRIEGOS; LOS MISMOS QUE HAN HECHO MI VIDA IMPOSIBLE. Aquí va un perfecto ejemplo, si eres un mortal y estás huyendo de un autobús atacado por horribles arpías monstruosas y fulminado por un rayo —más encima estaba lloviendo—, es normal que lo atribuyas a tu mala suerte; pero si eres un mestizo, sabes que alguna criatura divina está intentando complicarte el día.

Así que allí estábamos, Percy, Annabeth, Grover y yo, caminando entre los bosques que hay en la orilla de Nueva Jersey. El resplandor de Nueva York teñía de amarillo el cielo a nuestras espaldas, y el hedor de Hudson nos ahogaba.

Grover temblaba y balaba, con miedo en sus enormes ojos de cabra.

—Tres Benévolas —dijo con inquietud—. Y las tres de golpe.

La verdad es que también estaba impresionada. La explosión del autobús aún resonaba en mis oídos y las piernas como las manos me temblaban. Miré a Percy para ver cómo se encontraba, pero Annabeth seguía tirando de nosotros.

—¡Vamos! Cuanto más lejos lleguemos, mejor. 

—Nuestro dinero estaba allí dentro —le recordó Percy—. Y la comida y la ropa. Todo. 

—Bueno, a lo mejor si no hubieras decidido participar en la pelea...

—¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que os mataran? 

—No tienes que protegerme, Percy. Me las habría apañado. 

—En rebanadas como el pan de sándwich —intervino Grover—, pero se las habría apañado.

—Cierra el hocico, niño cabra —le espetó Annabeth.

Solté un diminuto sonido de dolor en cuanto la rubia se dirigió de nuevo al frente. Annabeth tenía un apriete demasiado fuerte.

Grover baló lastimeramente.

—Latitas... —se lamentó—. He perdido mi bolsa llena de estupendas latitas para mascar.

Atravesamos chapoteando terreno fangoso, a través de horribles árboles enroscados que olían a colada mohosa.

Dentro de unos minutos, Annabeth soltó mi brazo y sentí que no podía ver nada. Me quedé en silencio y me coloqué en posición defensiva. 

La tormenta había cesado por fin. El fulgor de la ciudad se desvanecía a nuestra espalda y estábamos sumidos en una oscuridad casi total. No veía a ninguno de los chicos, salvo a algún cabello rubio de Annabeth. Seguía oyéndolos, pero a un bajo volumen y no me quedaba de otras que avanzar por mi cuenta.

Aunque no era capaz de ver nada, algo dentro de mi me decía por donde pisar para evitar tropezones. Estaba sintiendo útil, por decirlo así, como parte de la misión y del equipo.

𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓𝐍𝐈𝐍𝐆 𝐓𝐇𝐈𝐄𝐅 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora